De dónde vengo

De dónde vengo

La historia de una familia de inmigrantes chinos que se integró a la dominicanidad sin perder sus raíces El volumen, de 179 páginas, reproduce conocimientos y lecturas que Mu Kien inició al descubrir uno de los libros de cabecera de su padre, “La importancia de vivir”, de Lin Yutang, y los viajes que emprendió la familia en busca de la tierra de sus ancestros

POR ÁNGELA PEÑA
Tanto como autobiografía, recuento familiar, filosofía oriental, nostalgia de antecesores que partieron, enseñanzas taoístas, curiosas y largas travesías en busca de aldeas y tierras nativas de los antepasados, el libro “De dónde vengo”, que acaba de publicar Mu Kien Adriana Sang, es la conmovedora historia de la emigración china a la República Dominicana, aunque el modelo sea la numerosa estirpe de los Sang Ben que se hicieron presencia en el país con la llegada del abuelo quien, después de probar suerte en Cuba llegó a La Vega y luego a Santiago donde asociado con otro chino “desheredado de la vida” fundó el restaurante “Seng Chong Long”, al lado del teatro Colón, frente al reconocido hotel Mercedes.

Miguel, su hijo, padre de la autora, siguió sus pasos y zarpó hacia América en 1936. A partir de este arribo la obra es una constante revelación del comportamiento de ese emigrante que pese a ser uno de los hijos de esa nación que mejor se adaptó a la cultura nacional, no olvidó ni abandonó jamás sus raíces. Junto a su esposa Ana regresó a Cantón y allí, en la choza que siempre le aguardó aun después de su muerte, nació su primer hijo, Peng Kian Miguel. Pero apenas instalados estalló la Revolución y en 1949, “atemorizados por el enfrentamiento entre Mao y Chan Kai Shek, tomaron un barco que los trajo de nuevo al país. Era la tercera migración de papá. Decidieron instalarse en Santo Domingo. Con lo poco que habían ahorrado instalaron una pequeña tienda de variedades y mercería”, cuenta la destacada historiadora. En la capital nació su segunda hija, Muling Alejandra.

Miguel Sang vino la primera vez con una carta para un tío, Tomás, que vivía en San Francisco de Macorís y había prometido ayudarlo. Contaba 17 años de edad cuando fue recibido por su padre, a cuyo lado trabajó durante un decenio. “Allí aprendió el oficio de cocinero y en su tiempo libre se esforzó por aprender el español”. “Mi memoria se nubla; no recuerdo qué pasó con el abuelo paterno. Cuando llegué al mundo había regresado a China, muriendo años después. De lo que sí estoy convencida es que el tío Tomás se convirtió en el protector de papá”, significa Mu Kien.

La escritora y catedrática universitaria, vicerrectora de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, se despojó del estilo denso del historiador, echó a un lado el veleidoso proceder de los políticos, el relato de las acciones guerreras, la cronología de guerras y alzamientos y fue contando con sencillez, sensibilidad, sentimiento, el devenir, la conducta, las costumbres, los obstáculos, la sabiduría, el coraje de esos primos, sobrinos, tíos, hermanos, abuelos, que fueron llegando año tras año a la casa convertida en hotel, hospedaje, embajada, donde las compras se hacían en almacén por ser enormes: “sacos de arroz y habichuelas, cientos de naranjas, fundas interminables de pan y, queso…”

“Lavar la ropa era una tarea que se organizaba como una verdadera industria. La ropa interior era marcada para que se diferenciase. Antes de enviarla a lavar a una señora que vivía en “La Joya”, se dividían, se contaban y se anotaban en dos hojas: al llevarla a lavar se le entregaba una hoja, la otra mi madre la conservaba. Se hacía constar que el día tal del año tal se había enviado a lavar tantas camisas, tantas camisetas, tantos pantalones, tantas blusas…”, refiere la autora en “De dónde vengo”.

Los paisanos
En el libro se describen las comidas, los medicamentos, creencias, ritos, ceremonias, reverencias, actividades y el español atropellado de este grupo que don Miguel fue trayendo, tantos, que debió construir una casa  amplia. A finales de los 50 llegó Arturo, el único hermano de don Miguel, “a quien debíamos decir “Patiᔠ(tío, hermano mayor de mi padre”. Luego, este tío se trajo a su esposa, “Padión” (esposa del hermano mayor de mi padre)”, después vinieron Alfredo, Ping Kuen, Musieng, Su Gui, José Chiang (“Sion Cha”), su esposa y su hijo Yu Chon. Ya estaban aquí la abuela “Aguian”, madre de don Miguel, que se unió a “Guela Andrea”, madre de doña Ana. También v Keykung, Keypuá y Jorgito, entre otros. Mu Kien destaca el parentesco de cada uno con su padre y el significado de sus nombres y calificativos. El tío Arturo, agrega, murió de leucemia cuando ella tenía diez años. “Nos vistieron de blanco. Ahí supe que el dolor y la rigurosidad del luto en China se expresan externamente usando ropa blanca”, comenta.

Respecto a la numerosa parentela y los huéspedes, apunta: “La casa era inmensa. Nueve habitaciones, cinco baños, una gran sala, un gran comedor, una terraza, un patio español y una biblioteca. La nueva residencia pudo dar albergue a mucha gente. Hubo momentos en que habitaban más de veinte personas. Además de la familia nuclear de nueve hijos y nuestros padres, once en total, vivieron con nosotros hasta el día de su muerte, las dos abuelas. Vivieron también dos primas, Samira y Rosanna, hijas de una hermana de mi madre, luego se incorporó el primo Luichy…”. Habían adquirido residencia en la llamada Calle Máximo Gómez, “la primera morada propia de nuestra familia. Cuando nos mudamos allí ya habíamos nacido los nueve hijos. El más pequeño, Peng Bian, tenía apenas un año. Con la llegada de esos primos, hubo que hacer mejoras a la casa”.  Después, los Sang Ben adquirirían otra en el “Reparto Panorama”.

Cuenta la celebración de los 80 años de la abuela que “murió como un pajarito” sin olvidar jamás a la hija que quedó en China, la ceremonia de la comida, los efectos del abundante té, el respeto por la longevidad, el incansable estudiar y trabajar de don Miguel, la razón del arroz blanco sin sal ni aceite, con jan gui, el pescadito saladísimo que comía “Aguian”, que no se desacostumbró de la penuria sufrida en la aldea.

Detalla la participación de los Sang Ben en los carnavales y carrozas de Santiago, la indumentaria china que llevaban para estas fiestas, así como el anticomunismo del padre, combatido por su hijo Peng Sien, que seguía las teorías marxistas y posiciones del cura revolucionario Camilo Torres… “Un padre anticomunista y un hijo comunista que se amaban profundamente”, observa Mu Kien.

No obstante, la escritora narra que cuando el padre enfermó de cáncer, uno de los sucesos más hermosos de su final fue que su hijo Peng Sien “lo cuidó con esmero, amor y dedicación. El enfermero improvisado lo cargaba, lo inyectaba, le daba las medicinas o simplemente lo acompañaba. Papá lo miraba complacido y sonriente. Esos dos hombres, que se amaban profundamente, que se habían distanciado por cuestiones políticas, se reencontraron e hicieron las paces sin mediar palabras”. Los demás hijos de los esposos Sang Ben, además de los precitados  son Pin Jan Adriano, Mu-Yien Altagracia, Suk Yien Ana Cristina, Suk Lang Julia y Peng Bian Ventura.

Muerte y reencuentro
Hay en “De dónde vengo” patéticas devoción y admiración por el padre visionario, emprendedor, pionero, inteligente, culto, batallador, defensor de sus ideas, raza, clase profesional. Lo que de él resultaba indiferente en la infancia de la autora, después fue pasión, descubrimiento, búsqueda, admiración, comprensión, reencuentro.

Miguel Sang fue más que chino, un progresista santiaguero que dejó su impronta en los innovadores negocios que estableció en aquella comarca, como la tienda La Pagoda, la granja La Altagracia, el restaurante El pez dorado, la fábrica Artesanía y Rattan. Introdujo los pollos barbecue, el negocio de los huevos, los famosos ungüentos “Pochúm” y “La Flecha, la salsa de soya, entre otros.  Creó el Centro Cultural Dominico-Chino, fue uno de los gestores de la Cámara de Comercio y Cultura Dominico-China y logró hacerse socio de clubes tan elitistas como el Gurabito Country Club, el Centro de Recreo, el Club Rotario… Contribuyó con casi todas las instituciones caritativas de aquella ciudad.

En 1986 cayó mortalmente enfermo de cáncer y en esos postreros días confesaba y comulgaba, pues se hizo católico, pero no olvidó sus lejanos orígenes: “Cada tarde hacía una ofrenda de incienso a la diosa del amor, la Kuanyin. En uno de sus viajes a Oriente había traído una hermosa estatua de esta diosa amada, que colocó con especial esmero en el centro del patio español de nuestra casa. Durante sus ofrendas, la casa se impregnaba del olor a los palitos de incienso que colocaba en las manos de la diosa”.

De doña Ana, la fiel compañera del “guerrero”, también fallecida, cuenta Mu Kien: “Mamá era la mujer de todos los días, la que supervisaba la casa, se ocupaba de las necesidades de cada uno de sus hijos,  vigilaba el servicio doméstico, atendía la clientela de la tienda, la caja… Desde la tienda monitoreaba la casa y disponía la comida. En las noches, mientras supervisaba las tareas de sus hijos, se pegaba a una máquina para hacer juegos de sábanas que luego bordaba para ser vendidas en la tienda o para hacer los trajes que sus hijas usaban en los cumpleaños, o para zurcir las medias de sus hijos varones. No tengo memoria de ver a mamá ociosa o descansando…”.

El volumen, de 179 páginas, reproduce conocimientos y lecturas que Mu Kien inició al descubrir uno de los libros de cabecera de su padre, “La importancia de vivir”, de Lin Yutang, y los viajes que emprendió la familia en busca de la tierra de sus ancestros. Después de contar lo experimentado, la activa ejecutiva expresa:   “Los Sang Ben ratificamos la riqueza plural de nuestras raíces y regresamos a República Dominicana, nuestra patria chica amada, con la alegría de formar parte de una simbiosis cultural donde se entremezcla el té oriental, el café caribeño, la alegría dominicana y la búsqueda de la tranquilidad, camino seguro, según las creencias chinas, hacia la felicidad”.

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