JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Teníamos cierta confianza en que la mejor educación doméstica y escolar, así como la consistente disminución de la pobreza extrema por falta de empleos o exigua remuneración laboral, resolverían en buena medida la criminalidad que nos ahoga. Estoy bien enterado de que la educación pública ha descendido a niveles alarmantes, especialmente en las primeras y más importantes etapas. Sabemos, igualmente, que las mujeres, con un afán de igualdad con los hombres -mal entendida, porque asumen deberes de hombre y mujer – ingresan en una competencia de eficiencias efectivas, pero me luce a mí que el mal manejo de tales empeños de igualdad, genera más males que bienes.
¿Fue injusto -pienso- que el Creador haya diseñado y establecido diferentes funciones a las hembras y los varones? Si hubiese existido una igualdad en las funciones, obligaciones y responsabilidades de ambos sexos, los hombres deberían pasar por el drama del embarazo, de traer hijos al mundo, lo cual implica sacrificios descomunales. En un principio, molestias debidas al tremendo crecimiento de un vientre que se torna inmenso y pesadísimo, luego los dolores de parto que se intentan minimizar con anestesias y cesáreas en los niveles pudientes, pero que continúan siendo altamente dolorosos -y peligrosos- en las enormes mayorías de parturientas. Luego la lactancia que imposibilita el sueño nocturno y agota, más tarde, las atenciones de un estado de perpetua alerta. El prodigio de la maternidad conlleva la enormidad de una entrega amorosa y siempre despierta.
Creo que la ausencia de la madre en el hogar, obligada a laborar en oficinas y negocios extrafamiliares para medianamente compensar las carencias del núcleo humano en cuya formación ha intervenido, a menudo mediante estrategias de engaños masculinos y ofrecimientos fantasiosos, esa ausencia obligada dentro de las circunstancias de la modernidad y una igualdad forzada, ha hecho más mal que bien. Ha creado más injusticia que justicia.
Ciertamente, en un número de hogares modernos y conscientes, los hombres realizan algunas labores domésticas, lavan platos y cacharros de cocina, hay quienes están pendientes de que se lave la ropa sucia, etc.
Pero no es usual.
Ni mucho menos.
Atribuyo el aumento de la criminalidad, que ha alcanzado niveles insoñados en el país, incluyendo asesinatos en serie, al incremento de las valoraciones materiales: Tanto tienes, tanto vales.
Un periódico nacional, que ha pasado de clave digital a producto impreso, informa, basado en datos de ACOFAVE, que en el 2005 se vendieron casi nueve mil yipetas. No hablemos de los otros vehículos de lujo, que abarcan, ya no los Porsche, sino los Lamborghini, perfectos para una ciudad llena de baches y montículos, agujeros inesperados e inseñalizados, zanjas y otras diabluras impensables para autos diseñados para transitar raudos por supercarreteras o vías impecables, como hemos disfrutado, a cerca de doscientos kilómetros por hora en autovías europeas, aunque pagando peajes altamente justificados.
Aquí no tienen justificación otros vehículos que los utilitarios fabricados para sufrir malas vías a menos que usted sea un poderoso empresario que requiere, por imagen, un Mercedes o algo por el estilo, y tal adquisición está altamente justificada por largos y demandantes años de esfuerzos generacionales. A lo que voy es a que los dominicanos jóvenes los estamos educando mal. Porque ¿quiénes si no los padres, pagan las excentricidades?
Si bien me molesta el cliché de inversión de valores, he de reconocer que se trata de una dolorosa realidad.
¿No eran los criminales y delincuentes resultado de la injusticia social?
¿Y estos muchachos ricos, educados en costosos colegios para evitar las deficiencias de la educación gubernamental? ¿Cómo surgen y proliferan?
¿Cuáles son sus motivaciones, cuáles los disparadores de su conducta antisocial?
¿Estamos, con la permisividad, la impunidad y los valores destrozados, creando monstruos?
Parece que sí. Creo que sí. Estamos creando monstruos con la impunidad.
Entonces urge una modificación de la función del hogar, de la escuela y de la rígida aplicación de las leyes.
Es muy difícil. Pero creo que la función hogareña de la madre es insustituíble.
No todo tiempo pasado fue necesariamente mejor.
Pero hay que tener cuidado.
Vamos mal.