JOSÉ ANTONIO NÚÑEZ FERNÁNDEZ
Recientemente se cumplieron ciento once años, que el día 25 de marzo de 1895 en Monte Cristi se firmó El Manifiesto que representa El Acta de Independencia Cubana. Aquello fue cuando en una humilde vivienda, sentados a una pobre mesa, en sendas sillas serranas, se encontraron José Martí y Máximo Gómez.
Al rubricar el histórico escrito, Martí y Gómez apuraron para brindar por la libertad de Cuba, cada uno, un solo trago del santiaguero ron de Beltrán.
La revolución de independencia iniciada en Yara, después de preparación gloriosa y cruenta, iba a iniciarse de nuevo en Cuba en un nuevo período de guerra necesaria.
Seis días después de la firma del Manifiesto, el primero de abril de 1895 partió la expedición libertadora. El Apóstol José Martí salió de la ciudad de El Morro con su inmortal mano de valientes: Máximo Gómez, Marcos del Rosario, Paquito Borrero, Angel Salas y César Guerra. De esa mano de valientes, dos dedos eran dominicanos: Máximo Gómez y Marcos del Rosario, a los dos se los llevó Martí a pelear por la libertad de Cuba.
En la goleta del capitán Bastián salieron los seis argonautas de la gloria y de la fama. La travesía se convirtió en una verdadera odisea; pero en la isla de Inagua se iniciaron serias dificultades, cuando el irresponsable capitán Bastián le jugó una mala pasada. El asalariado marinero se negó a navegar hacia las playas de Cuba como era su compromiso. Frente a la felonía del marinero, Martí pactó un acuerdo con el capitán de un barco frutero alemán llamado Norstradt. Frente a la costa de Cuba y de noche, el capitán alemán en un bote dejó a los seis expedicionarios.
El timón del bote lo lleva Gómez. Gómez es un hombre de caballos y de machetes, él no es marinero. El timón se rompió, pero Dios y las olas llevaron el bote a tierra cubana. Playitas de Cajobal se llama el lugar donde por suerte y divina gracia fueron a recalar. Inmediatamente se adentraron en tierra y con el primer rebelde que alcanzan contacto fue con el comandante Félix Ruenes. Siguen hacia adelante y en el lugar conocido como La Mejorana, se reúnen el Jefe Político José Martí, el Comandante en Jefe Máximo Gómez y el Lugarteniente Antonio Maceo Grajales. En La Mejorana se trata de la organización política, del plan de la guerra y del primordial asunto de los mandos.
De Las Mejorana Martí y Gómez salen hacia Jiguaní. Van a encontrarse con el hombre que hasta ese momento ha sido el Jefe Provisional de la revolución, el general Bartolomé Massó. En el camino de Jiguaní va a ocurrir una tragedia, una terrible desgracia para todos: La caída de José Martí. Surge la tragedia cuando en dos Ríos aparecen tropas españolas mandadas por el coronel Jiménez de Sandoval. Al ver a los enemigos, Máximo Gómez arremetió impetuoso y lleno de coraje, como en sus tiempos mozos.
Pero en Dos Ríos, sin miedo y de cara al sol, a los primeros resplandores de esa inmensa llamarada que iba a alumbrar a América, cayó el Apóstol José Martí. Esa noche triste, esa noche aciaga, en el campamento instalado en Las Vueltas, Máximo Gómez sintió rodar lágrimas ardientes por el bronce templado de su rostro. Esa noche sombras y silencios se imponían en el campamento establecido en Las Vueltas. Gómez no podía conciliar el sueño y tal le parecía escuchar la voz de Martí que le repetía una y otra vez: Yo le ofrezco a usted, sin temor de negativa, este nuevo trabajo, hoy que no tengo más remuneración que brindarle que el placer de su sacrificio y la ingratitud probable de los hombres.
Sinceramente creemos (creo yo) que en 1947 en las arenas de Cayo Confites, el valiente Comandante de la lucha de América, cincuenta y dos años después de la caída de Martí en Dos Ríos, estaba dispuesto a sacrificarse por la libertad de los dominicanos. Cayo Confites fue un sueño frustrado. Pero el genial Comandante que estuvo en Cayo Confites en 1947, ha demostrado sus grandes afectos a la dominicanidad.
En 1895 después de la muerte de Martí, en la mente de Gómez comenzó a bullir y empezó a triscar un tropel de guerreros pensamientos. El iba a llevar la guerra a Camagüey, porque le dijeron que los camagüeyanos no querían más guerra, que ellos anhelaban la paz. Entonces aseguró Gómez: Si Camagüey no quiere la guerra, yo se la meteré como a taco de escopeta.
En dos semanas conquistó a Camagüey y su legendaria fama de Napoleón de las guerrillas, la impuso en Altagracia, El Mulato, La Larga y San Jerónimo. Llegó el momento estelar de la guerra y el Generalísimo unió sus tropas con las del Lugarteniente Maceo. Penetraron en las Villas y en Mal Tiempo barrieron a los españoles. Siguieron avanzando y en Matanzas libraron triunfalmente la batalla de Coliseo frente a Arsenio Martínez Campos. De nuevo se midieron con Martínez Campos en la batalla de Calimete y lograron entrar a la provincia de La Habana. En Punta Brava cayó Maceo y a su lado Panchito Gómez Toro.
La Yankilandia amolaba sus triples filas de dientes. Vinieron el hundimiento de El Maine; Mensaje a García; el desembarco de los Rough-Riders; la Enmienda Platt y el Tratado de París de 1898. Pasaron sesenta y un años y el primero de enero de 1959 a nombre de Martí, de Gómez y de Maceo, el voluntario de Cayo Confites convertido en Comandante de la lucha de América pudo gritar en su tierra sin extraña tutela: Las sombras se han ido y comienza a fulgurar el lucero de la redimida bandera. Y ahí está flameando airosa la gloriosa enseña de la estrella solitaria, pupila legítima del esplendoroso Sol de América.