De electricidad, un recuerdo y una esperanza

De electricidad, un recuerdo y una esperanza

Si usted no paga el teléfono, le suspenden el servicio. No voy a hablar del cable de televisión, porque, aunque hacen lo mismo, no se trata de un servicio prioritario, pues aquí se puede ver mucha televisión sin cable. )De dónde viene la idea de que la electricidad no hay que pagarla?

Pues viene de las manipulaciones políticas que instaló el doctor Balaguer tras el fin de la Era de Trujillo, entre las cuales estuvo el reparto, a mano abierta y desenfadada, del capital del Partido Dominicano, reunido por descuentos mensuales a los empleados estatales. Es decir, de las grandes masas populares, ya que el Estado era el gran empleador. También ejecutor del paternalismo estatal desordenado y caótico.

Durante la «Era», cuyo aborrecimiento me luce cada día más hipócrita, a quien no pagaba la electricidad le suspendían el servicio con una celeridad apenas comprensible, tomando en cuenta que no existían las computadoras.

Tengo recuerdos vívidos del asunto eléctrico en mis años de infancia y adolescencia (así tan larga fue la Era). En principio me llamó la atención que aquellos recibos o más bien facturas de la Compañía Eléctrica de Santo Domingo, por tres pesos o algo menos que llegaban a casa, estuviesen a nombre de Eugenio Pagán Díaz. Resultó que ese fue el empleado de mi padre que firmó el contrato. Desapareció sin que yo lo conociera.

El contrato eléctrico de la imprenta de mi padre estaba firmado por él. Recuerdo los consumos. A veces sobrepasaban los treinta pesos (años 40-50) que era el precio de una página de anuncio en la revista Cosmopolita, mantenido por la Compañía Eléctrica en la revista de mi padre. Cuando el consumo era mayor, «cortaban la luz». De repente las grandes maquinarias se detenían, las potentes bombillas de 250 y 500 watts que estaban esparcidas por la amplia zona de las tres viviendas que papá había unido inconsultamente en la esquina José Reyes con Padre Billini, se apagaban.

Entonces, si tenía dinero suficiente, mandaba aceleradamente a «Cuto» Falet -su eficaz servidor- para que pagara de inmediato, incluyendo la re-conexión.

En cierta ocasión no tenía el dinero necesario. La revista no había salido en el mes, ni en el anterior. Debía unos setenta pesos cuando «cortaron la luz». Sabedor de que el encargado de administración era su amigo Julio Pérez Licairac, quien tenía una fobia por los vidrios rotos, se presentó ante él con los espejuelos aparentemente rotos. Julio Pérez le explicaba: Bienvenido, es que hay que pagar la electricidad. El repuso: Yo lo sé, pero es que ahora mismo no tengo.

Pérez Licairac levantó la vista y entonces, -(oh horror!- vio los espejuelos rotos de papá. Aterrado, llamó a un asistente y le dijo: -Conéctenle la luz a Gimbernard, ahora mismo…y (ay, de quien se la corte! Si le falta algo yo lo pago de mi bolsillo.

Entonces papá sacó un pañuelo y borró las líneas que había dibujado en sus espejuelos con la finísima plumilla de tinta china.

Todo terminó en risa y asombro.

El caso es que había que pagar la electricidad y el agua.

Si uno mira los enredijos de alambres eléctricos que se ven por doquier en las «zonas subsidiadas», la de los «padres de familia» (los demás infelices de clase media al parecer no tienen esposa e hijos) se indigna de los descuidos de la autoridad eléctrica o de la inmoralidad de un paternalismo político. Pero uno ve las fotos de esas marañas eléctricas en las ineficientes oficinas de la Corporación de Electricidad como una justificación del caos.

El presidente de la AES Dominicana, Dr. Julián Nebreda, nos trae un alivio cuando, en resumen, expresa que lo que nos falta es organizarnos y que el problema eléctrico se puede resolver a corto plazo, ya que tenemos la capacidad instalada que requiere el país.

«Si no tuviéramos los activos que tenemos yo te diría, bueno, esto se puede hacer en cinco años, porque hay que hacer una planta de carbón, de gas natural, pero todo está hecho, lo único que hay es que organizarse». Esto declaró Nebreda en el almuerzo del pasado miércoles con el Grupo de Comunicación Corripio.

Me regocijo de haber pensado lo mismo.

Es el desorden.

Es el desorden y el clientelismo, el monstruo que nos traga.

Si queremos arreglar las cosas, tenemos que organizarnos.

Si queremos eficiencia, también.

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