POR GRACIELA AZCÁRATE
Walter Benjamin escribió: todo documento de la civilización es también un documento de la barbarie. Así ha ocurrido con las historias oficiales, con las historias escritas desde el poder y con la memoria organizada como interpretación del accionar humano.
( ) Cuando se hacen estudios de este género, no hay detalle por nimio que sea, que no tenga una colocación y que no presente su concurso para la visión del conjunto. El más humilde rasgo de la vida doméstica suele ser, psicológicamente, acaso más revelador que el ampuloso dato biográfico consagrado por el documento falaz o la pedantería del historiógrafo, ufano por descubrir fechas tan precisas como inútiles muchas veces
Lelia Area: El caso Camila OGorman en la novela familiar argentina del siglo XIX. Catedrática de la Universidad de Rosario
Reflexionando sobre lo que dijeron Adriana Mukien Sang Ben y Angela Peña sobre la oscuridad que rodea la vida de las mujeres dominicanas de las cuales nadie habla, ni reconocen sus méritos pienso que en realidad no hay, o todavía no se ha escrito una historia de la vida cotidiana y privada de República Dominicana.
No es sólo el gesto de valentía lo que debe contarse es la intimidad, es lo cotidiano lo que en realidad puede dar la clave del silenciamiento ancestral femenino en el país.
La película argentina Camila puede remontarnos a una Susú Pecoraro muy joven y linda, a un Imanol Arias en el papel del sacerdote interdicto y la dirección de María Luisa Bemberg nos puede demostrar que la clase alta argentina tiene a pesar de la taras de clase capacidad para mirar sin prejuicio. Y es que esa película, la época en que se desarrolla, lo que refleja, retrotrae a una larga galería de mujeres transgresoras, o por lo menos con una saludable autoestima.
Sin ir más lejos la Flora Tristán, recientemente novelada por Vargas Llosa, la película El piano, con aquella mujer sordomuda, con su dedo cercenado en castigo por su transgresión de disfrutar el sexo, sin el fundamento de la procreación, la larga escena del miriñaque hundido en las aguas del Indico detrás del piano, Manuela Sáenz desdeñando las seguridades del matrimonio con un inglés aburrido a cambio de vivir como amante de Bolívar y quedarse en el destierro por decisión propia.
La historia de Camila OGorman y Ladislao Gutiérrez no es una love history de 1848, en Buenos Aires. Es una explicación sociológica de las reglas del poder político, de las líneas de poder y de la influencia del patriarcado como poder político en el seno de la familia argentina del siglo XIX.
Para 1847, año en que comienzan los hechos de esta trágica historia, la mayor parte de las familias acaudaladas que vivían en la República Argentina, había aceptado el orden impuesto por Rosas. Esa imposición coincidía con la autoridad del padre que en la familia argentina, era casi absoluta. Si bien no podía esclavizar o vender a sus hijos, o disponer la muerte de su mujer , el padre rioplantense, tenía reservados la mayor parte de los derechos ante la ley, en nombre propio y en el de la esposa y los hijos, a quienes representaba.
La opinión materna no contaba porque la madre estaba tan subordinada como hijo e hija a la autoridad del jefe de familia y éste decidía sobre lo económico, las costumbres, la educación, las ideas: su palabra debía ser acatada con respeto y temor.
Los varones tenían ventajas que les eran terminantemente negadas a las mujeres; sujetas a la autoridad paterna, vigiladas para entregarlas vírgenes en matrimonio, sin obligaciones de estudio o trabajo, las jóvenes de familia acomodada sólo tenían que saber ir a oír misa y rezar, / componer nuestros vestidos / y zurcir y remendar, como asegura con ironía ese ejemplo temerario que fuera Mariquita Sánchez de Thompson.
Imponer, controlar, atemorizar, eran algunos de los modos a través de los cuales las políticas familiares urdían el sostén de la sociedad colonial cuyas rígidas leyes se mantuvieron a lo largo de más de la mitad del siglo XIX. En escenario social, la jerarquía eclesiástica conservadora, aliada con el poder económico y militar, se convirtió en un formidable grupo de presión política y logró impedir cualquier tipo de cambio. La confianza originada por la frecuente asistencia al confesionario, contribuían a mantener la férrea alianza que existía entre el hogar y la iglesia
Durante el período ocupado por el gobierno de Juan Manuel de Rosas la relación poder político / poder religioso fue muy estrecha, fue una relación pactada a través de la institución familiar.
El romance de Camila y Uladislao se vuelve intolerable a su sociedad, porque hace estallar pactos preestablecidos y produce el inevitable escándalo. Los jóvenes desordenaban otras pautas del poder: él era sobrino del gobernador de Tucumán, partidario del pater-Rosas, gracias a cuyo parentesco había obtenido un curato en la parroquia del Socorro cuando apenas contaba con 24 años y ella era una niña de buena familia de origen irlandés que asistía a las tertulias de Palermo. Y una niña de familia decente no podía ni debía ser la manceba de un sacerdote.
En la historia de familia de esta niña decente todas las instituciones dictaron sentencia: la eclesiástica, la familiar, la del Estado en la persona del pater-Rosas, la de los proscriptos en la otra orilla, que actuaron a manera de coro griego repitiendo sangrientas amonestaciones.
El caso Camila OGorman es la exhibición más desaforada, de la reacción que los poderes patriarcales desatan cuando se sienten amenazados.
El padre de Camila, Adolfo OGorman, era hijo de Thomas OGorman y Ana María Perichón de Vandeuil y Abeille. El padre era contrabandista y espía a sueldo de Londres desde las invasiones inglesas, donde actuó como agente británico. Su madre, conocida por su escandaloso romance, con el Virrey Santiago de Liniers y Bremond, quien, debido a la presión oficial, se vio obligado a desterrarla de todos los dominios de la corona. Doña Ana se instaló en Río de Janeiro, capital del imperio luso-brasileño en ese momento. Acusada por la reina Carlota de conspiradora fue desterrada nuevamente y no pudiendo bajar en ningún puerto, recaló en el de Buenos Aires después de la Revolución de 1810. La Primera Junta de Gobierno le impuso una sola condición a Anita, la Perichona y es que se recluyera en una chacra lejos de la ciudad y que no pisara la ciudad, por ningún motivo. Murió a los setenta y dos años en 1847, justo el año en que su nieta tomaba decisiones propias. La historia oficial la difumina. En la película, aparece como la loca encerrada en la torre de la estancia y la desdibujan como, alguien innominada, sin historia y, en consecuencia, decente.
Adolfo OGorman casó con Joaquina Ximenez Pinto, descendiente de una antigua familia española establecida en el país en el siglo XVII, de cuyo matrimonio nacerían seis hijos: Carlos, Carmen, Enrique, Clara, Camila y Eduardo. El rigor patriarcal gobernaba la casa donde se impartía una educación a la vieja usanza.
Las dos hermanas de Camila siguieron la antigua tradición del matrimonio y se casaron por conveniencia a una edad adecuada, Eduardo, el menor de los hermanos era sacerdote, amigo de Uladislao Gutiérrez, quién por su intermedio conoció a Camila. Se convirtió en un duro guardián del orden establecido: fue policía luego juez de paz y, durante la presidencia de Sarmiento, sería nombrado jefe de la policía de Buenos Aires.
Por el contrario, el primogénito, Carlos, y la última de las hijas mujeres, optaron por actuar la transgresión: el rastro de Carlos se pierde entre los muros descoloridos de las pulperías mientras que Camila, asidua lectora de Lamartine, cruza el umbral de lo permitido por la societad familiar para dar lugar a su deseo de mujer enamorada de un varón interdicto.
Camila cruza ese umbral en una época trágica, en un tiempo en que la violencia transformaba en odio y resentimiento las matrices tanto del hogar cuanto de la patria. Camila y Uladislao provocan a una sociedad que niega a la mujer la menor posibilidad de realización propia, sin dejarle más perspectiva que la gloria conyugal, la domesticidad y la sumisión.
En esta love history el Secretario de la Curia, deán de la Catedral, Director de la Biblioteca Pública, legislador y referente destacado del clero porteño, don Felipe Elortondo y Palacios es el personaje siniestro, que encarna los matices de la barbarie y la hipocresía.
El deán Elortondo vivía en barraganía con doña Josefa Gómez, la famosa Pepita Gómez, amiga fiel de Juan Manuel de Rosas. El caso Camila OGorman le sirvió a Rosas para escarmentar a una sociedad que, en 1848, empezaba a relajar su disciplina política, puesto que como apuntara Sarmiento- él en su sociedad íntima de Palermo, admite a la barragana de un sacerdote, del señor Elortondo, bibliotecario, sirviendo este hecho de base a mil bromas cínicas de su contertulio. Como Rosas no ignoraba los amores de Elortondo le exigía fidelidad absoluta y lo utilizaba como principal informante en cuestiones eclesiásticas. Cuando en 1851 el delegado apostólico Ludovico Besi desembarcó en Buenos Aires con el propósito de estrechar las relaciones entre la Iglesia local y la Santa Sede romana se disgustó por la condición cuasi cismática del clero porteño, comprobó su escasa moral y su dependencia de gobierno civil. Informó a Roma acerca de la conducta del deán Elortondo y escribió: a su ama de llaves la apodan la canonesa, y además él es el correveidile de Palermo.
Por primera vez en la historia del rosismo las facciones en pugna unieron sus voces para pedir el escarmiento para los pecadores. Desde Montevideo, la prensa unitaria clamaba contra el crimen escandaloso ocurrido en Buenos Aires, del cual se responsabilizaba, en parte a la atmósfera corrupta que reinaba en la ciudad capital se apelaba a la mentira o al desprestigio, al chisme o al rumor, a la infidencia o a la exageración con tal de asestar un golpe certero y fatal en la lucha política. Como consecuencia de esta lucha de poderes patriarcales, Camila y Uladislao son transformados en simples objetos en y por la disputa por el poder. El caso de Camila OGorman se inscribe como el máximo de ferocidad y violencia paternalistas de la época; reacción patriarcal cuando los límites del hogar y la patria son cruzados sin autorización.
Su sentencia de muerte la firma ella misma cuando es apresada y declara: Preguntada por la causa de su prisión dijo que por haberse evadido de casa de sus padres en compañía de D. Uladislao Gutiérrez con objeto de contraer matrimonio con él, por cuanto estaba en la presunción de que no era presbítero, y que no pudiendo dar de este una satisfacción a la sociedad de Buenos Aires lo indujo a salir del país para que se efectuara lo más pronto posible estando uno y otro satisfechos a los ojos de la Providencia / Que si este suceso se considera un crímen lo es ella en su mayor grado por haber hecho dobles exigencias para la fuga pero que ella no lo considera delito por estar su conciencia tranquila
Firmado: Camila OGorman.
La declaración de Camila OGorman es imposible de soportar para el orden patriarcal.
Una mujer que decide en ese espacio acerca de su sexualidad y satisfacción al tiempo que ejerce su decisión es el peor de los enemigos, un enemigo fuera de toda facción: es un monstruo que se muestra y no se esconde. Para Rosas, Camila es el enemigo que ha desordenado toda la familia argentina hasta mostrarla en sus miserias, delación, hipocresía a las que ella les contrapone su propia decisión ejemplar.
Cuando Manuelita, amiga de Camila, recurre a su padre para pedirle que perdone a los prisioneros, Rosas dice:
Nunca como ahora necesito ser implacable /…/ se trata de la moral del pueblo, de los principios en que se basa la sociedad, de las normas sagradas de la religión. Y debo poner freno a las malas pasiones /…/ Qué sería del hogar, del ara del templo, y donde iríamos a parar si actos de esta naturaleza quedaran impunes? Por una mujer que olvidó sus deberes, habrá cien mil que los cumplan, por un hijo adúltero que ya no vendrá al mundo se salvará una generación, por un sacerdote que ha manchado sus hábitos, el clero ha de mantener sus virtudes y su prestigio. Hay que mantener sin sombras los altares de la sociedad y de la religión, si no queremos que el desenfreno y el libertinaje arrasen con todo.
Después del fusilamiento y pasado el peligro, de los cuerpos opositores, las facciones volvieron a diferenciarse. En una crónica perversa de Domingo Faustino Sarmiento escrita en 1829, Camila se vuelve una bella niña víctima de la represión del amor.