POR JESÚS DE LA ROSA
Eugenio María de Hostos murió muy entrada la noche del 11 de agosto de 1903; fue en las primeras horas de la mañana del día siguiente cuando los pobladores de la villa de Santo Domingo tuvieron conocimiento de su fallecimiento. A partir de entonces, comenzaron a llegar a la residencia del insigne maestro y patriota puertorriqueño gentes de todas las clases sociales que había de acompañar a la familia en su inmenso dolor.
El cadáver fue trasladado de la casa mortuoria al local de la Escuela Normal situado en la hoy calle Padre Billini número 1 donde fue expuesto en capilla ardiente desde las dos hasta la cuatro de la tarde del 12 de agosto de 1903. Sus restos mortales fueron depositados ese mismo día en el panteón de la familia de don Armando Rodríguez en el cementerio de la avenida Independencia.
En el acto de inhumación, don Federico Henríquez y Carvajal, en un vibrante discurso improvisado, se refirió al maestro venerado: «Helo ahí, rendido, rendido al fin en el largo vía crucis que es la existencia para quienes, como él, van por el mundo en ejercicio constante de la verdad, del bien y el deber, en cumplimiento del destino de la verdad vida. Ahí está el amado Maestro, vacío el poderoso cerebro de pensador, que foco de luz, fuente de verdades, en su vida de apóstol; sin ritmo el corazón magnánimo, de par en par abierto a todo sentimiento noble, piadoso, humano; muda la lengua, que solo se movía a impulso del amor, para la enseñanza de la verdad civilizadora, del bien fecundo, del deber austero. ¿Y es a mí, tu discípulo, tu compañero, tu colaborador en la obra, tu amigo del alma, tu hermano en ideales, es a mí ¡ay! a quien le toca decir las excelencias de tu espíritu y de tu próvida enseñanza? ¿para qué? Si en todos los labios palpita esta dulce palabra, la palabra amable, la palabra mágica, la palabra inefable de «Maestro». ¡Te has ido! Pero…, ¡si ya tú te habías ido, hacia tiempo, en el silencioso recogimiento de tu razón y de tu conciencia! Te has ido, y nos queda la santa labor de tu apostolado de educación insigne. Santa labor, porque tú fuiste tres veces santo: santo, por la bondad de tu organismo intelectivo; santo, por la energía de tu organismo volitivo; y santo por la pureza de tu organismo afectivo…»
Miles de personas de todos los estratos sociales concurrieron al entierro de Hostos. Fue ése un acto imponente, una conmovedora y espontánea manifestación de duelo colectivo. Ningún miembro de la alta jerarquía de la Iglesia Católica estuvo presente.
¿Qué hizo Eugenio María de Hostos para merecer tanto encono de parte del alto clero católico? ¿Su oposición radical a la tutela de la iglesia católica sobre nuestro sistema de instrucción pública?
El insigne maestro era positivista. Sus ideas pedagógicas se fundamentaban en un sistema de enseñanza racional que tenía como fin principal la adquisición de conocimientos científicos.
Eugenio María de Hostos fue un defensor a ultranza de la enseñanza laica. Concebía el laicismo como el derecho que tienen los alumnos de que por medio de la enseñanza se les den a conocer todas las corrientes del pensamiento para su formación integral. Por ello, el ideal educativo hostosiano resultaba totalmente opuesto a la enseñanza que se impartía tanto en el Colegio San Luis Gonzaga que dirigía el padre Francisco Xavier Billini como en el Seminario Santo Tomás de Aquino ya que ambos centros eran exponentes de la enseñanza y de los valores morales heredados de los conquistadores.
Sectores de la Iglesia Católica acusaron al maestro puertorriqueño de querer constituir aquí «una escuela sin Dios» y hasta cierto punto lograron impedir que la enseñanza hostosiana se extendiera por todo el país.
En el año 1901, a petición del gobierno provisional del presidente Juan Isidro Jiménez, Eugenio María de Hostos redactó y presentó al Congreso Nacional un ante proyecto de Ley General de Enseñanza Pública donde le quitaba al Seminario Conciliar todo derecho de impartir instrucción que no fuera la necesaria para la formación sacerdotal. También, en ese edicto se consagraba la prohibición a los centros de enseñanza de carácter privado de otorgar títulos de maestros. Los alumnos de esas instituciones que desearan obtenerlos debían presentarse a examen en la Escuela Normal y ajustarse a lo que estaba prescrito en sus planes de enseñanza.
Sectores de la Iglesia organizaron una bien llevada campaña en contra de la aprobación del ante proyecto formulado por Hostos que trajo como consecuencia que no fuera aprobado por el Congreso Nacional.
A pesar de que, por la oposición de los sectores más retardatarios de la sociedad dominicana, la enseñanza hostosiana no pudo prevalecer en nuestro medio, los contados alumnos del insigne maestro puertorriqueño tuvieron una destacada participación política en los momentos más difíciles que le tocó vivir al país.
El insigne maestro puertorriqueño fundía lo soñado con lo útil cuando expresaba: «Estamos para pensar, no para expresar; para velar, no para soñar; para conocer, no para cantar; para observar, no para imaginar; para experimentar; no para inducir por concepciones subjetivas la realidad del mundo».
Una de las Ferias del Libro que anualmente se celebran aquí estuvo dedicada al destacado intelectual sancarleño Manuel Arturo Peña Batlle. En esa ocasión, Juan Bosch impidió que sus obras fueran exhibidas en esa feria en protesta por el reconocimiento que sus organizadores le prodigaban al autor del «Origen del Estado Haitiano» y de otras obras que enriquecen la bibliografía nacional.
¿Qué motivó a Juan Bosch a oponerse a que sus libros fueran exhibidos en una feria del libro dedicada a Manuel Arturo Peña Batlle?
Era que Juan Bosch erróneamente entendía que Manuel Arturo Peña Batlle era el responsable, el único responsable, de la eliminación de la enseñanza hostosiana en las escuelas públicas del país.
La oposición a la práctica de enseñanza hostosiana y a todo lo que Hostos representaba se inició aquí tan pronto el maestro puertorriqueño pisó tierras dominicanas.
La escuela hostosiana experimentó un rudo golpe con la promulgación de parte del presidente Ulises Heureaux de la Ley General de Instrucción Pública del 1895. A modo de introducir reformas sustanciales en el normalismo hostosiano dicha Ley se fundamentaba en los siguientes considerándos: «Que actualmente, y por efecto de la creación de las Escuelas Normales, y aún más por la especialidad de los métodos practicados para la enseñanza en las mismas, existe un dualismo de elementos didácticos que se resuelve en perjuicio de la instrucción general en la República; que las Escuelas Normales fueron creadas con el objeto de completar el plan de enseñanza nacional, unificando por medio de maestros formados teórica y prácticamente bajo un sistema uniforme, la instrucción pública en toda la nación; que ese objeto no se ha consagrado hasta el día, por las divergencias de métodos entre la Escuela Normal y las Escuelas Superiores, de cuyos planteles salen los alumnos que han de recibir instrucción y grados académicos en el Instituto Profesional; y que esta última consideración hace más patente aún la imperiosa necesidad de dar unidad y concordancia en los métodos de enseñanza practicados en todos los establecimientos docentes del país, lo cual sólo puede conseguirse mediante la refundición del plan de enseñanza de las Escuelas Normales (la de Hostos y la de Salomé Ureña) en el de los colegios de enseñanza superior».
En su artículo número 4, la Ley General de Instrucción Pública promulgada por el presidente Ulises Heureaux, con el evidente propósito de impedir que la enseñanza hostosiana primara en la instrucción pública, dice: «El método de enseñanza pública será uniforme en todos los establecimientos públicos del territorio dominicano. Ninguno de ellos podrá sustraerse a la observancia de los métodos prescritos por esta Ley, ni la adopción de los textos determinados por la Junta Directiva de Estudios. A la enseñanza moral y religión cristiana no estarán obligados a concurrir los adultos, e hijos de familias que profesen distintas creencias» Lo que en buen cristiano significaba que la instrucción pública dejaría de ser laica.
Mediante esa misma Ley, la dirección general de estudios quedó a cargo de una llamada Junta Directiva de Estudios integrada por el Ministro de Justicia e Instrucción Pública, quien la presidía; teniendo como vocales al Prelado Eclesiástico; al Presidente de la Suprema Corte de Justicia y a dos ciudadanos elegidos por el Poder Ejecutivo (valía decir, por el general Ulises Heureaux en persona).
Tan pronto la Ley fue promulgada, Eugenio María de Hostos abandonó el país; regresó después de que Ulises Heureaux había sido ajusticiado. Pero, a su regreso, el insigne maestro puertorriqueño sufrió otra amarga experiencia: el Ante Proyecto de Nueva Ley de Instrucción Pública que él mismo redactó a petición del presidente Juan Isidro Jiménez para sustituir la anterior fue rechazado por el Congreso Nacional.
El gobierno de la intervención yanqui de 1916 nombró a Julio Ortega Frier como Superintendente General de Enseñanza.
Personaje de espíritu eminentemente práctico ( por no decir oportunista), Julio Ortega Frier era un hombre muy instruido. Se había educado en los Estados Unidos, hablaba perfectamente el idioma inglés, lo que le permitió mantener muy buenas relaciones con los ocupantes.
Mediante la Orden Ejecutiva No. 145 del 5 de abril de 1918, un Almirante de la Armada de los Estados Unidos y gobernador militar de la República Dominicana ocupada, «de cuyo nombre no quiero acordarme» promulgó un paquete de leyes redactadas por Julio Ortega Frier relacionadas con la educación: La Ley Orgánica de enseñanza; la Ley para la Dirección de la Enseñanza Pública; la Ley de Enseñanza Universitaria; y la Ley sobre el Seminario Conciliar.
El conjunto de todas esas leyes, formuladas por Ortega Frier y promulgadas por el Gobierno Yanqui de Ocupación, anulaba todas las leyes educativas anteriores y, de paso, liquidaban los resabios hostosianos en la enseñanza pública.
Eugenio María de Hostos fue un idealista, un ardiente patriota, un hombre que luchó sin desmayo por la libertad de Puerto Rico, Cuba y República Dominicana. De Julio Ortega Frier cabe decirse todo lo contrario. Pero, resulta algo irónico que los aportes de Ortega Frier a la educación dominicana terminaron pesando más que los de Hostos.
En una próxima entrega nos referiremos a la obra educativa de Julio Ortega Frier en tiempos de la ocupación y en la llamada «Era de Trujillo»
CONTINUAMOS CON EUGENIO MARÍA DE HOSTOS
Pese al ambiente asfixiante de la dictadura de Trujillo, se dice que la encuesta que propició el dictador en 1956 sobre la aplicación de las ideas de Eugenio María de Hostos en la educación dominicana tuvo un debate excepcionalmente abierto. Y que las opiniones de la mayoría de los participantes contravenían los deseos ocultos del sátrapa de empañar la imagen del patriota puertorriqueño.
El presbítero Oscar Robles Toledano, el periodista Germán Soriano y el licenciado Jesús María Trocoso Sánchez se cuentan entre los pocos que se manifestaron contrarios a Hostos. En cambio, la mayoría, integrada por altos funcionarios del régimen trujillista, «reconocieron la utilidad y la pureza de la causa del creador del normalismo.»
Emilio Rodríguez Demorizi estuvo de acuerdo en «la eficiencia intelectual y moral de la revolución hostosiana.»
Manuel A. Amiama consideró que Hostos «realizó una obra de mucha importancia, si se quiere, de mucha influencia en la esfera de la educación»
Porfirio Herrera Báez, quien fue Canciller de Trujillo, declaró en esa encuesta que Hostos «dentro del momento cultural dominicano en que le tocó actuar constituyó una fuerza constructiva que determinó un verdadero renacimiento de renovación pedagógica».
El poeta Ramón Emilio Jiménez, cercano colaborador de Trujillo, dijo que el laicismo hostosiano «no significó para el pueblo ningún serio problema».
A Virgilio Díaz Ordóñez en esa encuesta se le fue la mano en elogios a Hostos: «Si juzgamos su influencia al través de la trayectoria de sus discípulos, como juzgamos la utilidad del árbol por la calidad de sus frutos, aquella influencia fue esclarecida, constructiva, oportuna y noble»
La educadora Urania Montás ofreció una respuesta muy singular: «Si la labor que Hostos se propuso realizar no hubiera encontrado opositores y, sobre todo, si el gobierno no hubiera (no se refería al gobierno de Trujillo) obstaculizado, es indiscutible que la cultura del pueblo dominicano habría alcanzado un valor inestimable».
No creemos que tantos trujillistas se propusieran al unísono incordiar a su querido Jefe. Resultaría más fácil creer que Trujillo antes de la encuesta ya había manifestado entre sus allegados cierta simpatía por el insigne maestro puertorriqueño.