De extranjerismos y sus peligros

De extranjerismos y sus peligros

No. No vivimos en los Estados Unidos de Norteamérica donde, partiendo de razones históricas válidas en su momento –no ahora- se apoyó y se apoya el armamentismo. Ya no hay ingleses a quienes sacar, ni indígenas a quienes matar.

Estamos nosotros en un país que, como tal, no es beligerante.

No se inmiscuye con armas y tropas feroces en cualquier rincón o rica extensión petrolífera del mundo que, según ellos, invirtiendo el llamativo título que Ciro Alegría puso a su novela “El mundo es ancho y ajeno”, inversamente  consideran al mundo “estrecho y mío”, es decir, corto para sus ambiciones de adueñarse de todo, menos de la miseria y el dolor de las muchedumbres pobres y abusadas.

Baltasar Gracián, el religioso y escritor español (1601-1658) dice en El Gran  Teatro del Universo que,  tras la Creación, Dios convocó a sus criaturas para que escogieran su morada. Todos eligieron un espacio, menos el hombre que “examinando a su gusto, dijo que él no se contentaba con menos que con todo el Universo, y aún le parecía poco”.

Eso les sucede a los norteamericanos.

Nosotros, los dominicanos,  nos estamos norteamericanizando a la carrera (pero en lo peor de su conducta,  sin mirar las virtudes que levantaron una gran nación).

 Estamos copiando las magnitudes de sus ambiciones y saltamos de las sandalias o los zapatos Fa-Doc a las grandes marcas de calzados, de los automóviles utilitarios a las Jeepetas o vehículos de alto lujo, de la vivienda cómoda a la mansión suntuosa, del antiguamente desconocido concepto de “vacación” al absurdo de una lujosa localidad de nevadas montañas preparadas para esquiar y comer exquisiteces.

Ya, si no inscribimos en inglés u otro idioma el nombre de nuestro negocio, carece de categoría. La comida de un restaurant puede ser menos que mediocre, pero si trae un precio alto en el menú y un nombre ajeno…está bien. 

Con las armas sucede algo por el estilo.

Cualquiera circula con un pistolón. Ya pasearse con un revólver Smith-Wesson es denigrante. Antes bastaba que el revólver tuviese cacha blanca, hoy la elegancia radica en portar armas automáticas de fabricación europea, capaces de disparar ráfagas.

Pero no copiamos masivamente la disciplina de otros ciudadanos (en sus países), el esfuerzo, la obediencia a las leyes y cierta dosis de pudor que obliga a la renuncia de cargos y a propósitos correctivos cuando el caso lo amerita.

No veo yo la hora en que la política, el Gobierno, el caprichismo en las prioridades y la impunidad que cubre a sus interesados beneficiarios pierdan siquiera alguna importancia.

Por supuesto, ahora, en medio del fuerte oleaje de una campaña presidencial, cuando es tiempo de ofrecer lo posible y lo imposible, no puede pensarse en correcciones morales de gran magnitud, pero paso a paso, con persistente cautela infatigable, estamos obligados a efectuar modificaciones, a cambiar rostros que constituyen símbolos de frustración, descaro y desagrado.

Los italianos, con sabiduría popular resultado de siglos de frustraciones, han    alertado acerca del  peligro de los intentos de cambios bruscos: “Chi va piano va sano e  va lontano”.

En otras palabras: El que camina con prudencia llega lejos.

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