De extrema urgencia

De extrema urgencia

Haití, que en dos siglos de independencia ha tenido pocos momentos de estabilidad, se encuentra en estos tiempos en una etapa de convulsión social y política. El cuestionamiento de la legitimidad del régimen que encabeza Jean Bertrand Aristide ha pasado del discurso a las vías de hecho, y opositores en armas, que ya han tomado varias ciudades, apuestan a la deposición de los mandos actuales. Ha empezado a correr la sangre.

La delicadeza de la situación se agudiza a cada momento y agrava la misérrima condición de miles de familias haitianas, que se ven acosadas por el hambre y los peligros. No hay frontera hermética, y menos en nuestro caso. Una especie de ósmosis inevitable determina el tráfico hacia uno y otro lado, de suerte que vienen a parar a territorio dominicano quienes buscan ganar un sustento o huyen de la represión y la opresión, pero también van a parar a Haití quienes desean participar de la lucha o sólo pescar en río revuelto. Así se dan, a grandes rasgos, las cosas en esta dimensión insular bilateral que nos hace más que espectadores o simples testigos.

[b]-II-[/b]

En una dimensión más amplia, en nuestra condición de vecino permeado más de lo soportable por la situación haitiana, hemos expuesto en foros internacionales la necesidad de que organismos multinacionales ayuden a sentar en Haití las bases institucionales necesarias para el progreso económico y social, así como para el respeto de las libertades públicas y los derechos humanos.

En cuantas oportunidades se han presentado, hemos dicho a organismos internacionales y a gobiernos que dicen ser amigos de Haití, que la República Dominicana no puede resolver por sí sola los problemas haitianos, que no puede acoger toda su migración ni sustentar los servicios públicos que ésta demanda.

Nuestros planteamientos, en cada caso, han arrancado el asentimiento retórico de los interlocutores, más no la materialización de la ayuda en cualquier sentido hacia el pueblo haitiano.

[b]-III-[/b]

Por lo antes expuesto juzgamos que son oportunos los planteamientos hechos por el Gobierno dominicano a través del canciller Francisco Guerrero Prats.

Cuando las contradicciones internas en Haití estaban en la fase de discurso, pero daban claras señales de la viabilidad de un enfrentamiento sangriento, los llamados «amigos» de esta empobrecida nación ni los organismos internacionales mostraron interés por actuar. Ahora que en Haití ha empezado a correr la sangre y cuando sectores que gustan pescar en río revuelto incitan con pasquines la enemistad entre dominicanos y haitianos, se debe considerar seriamente la urgencia de que fluya hacia ese país la cooperación necesaria.

Como vecinos solidarios y como parte afectada, la República Dominicana hace lo correcto al promover la búsqueda de una solución pacífica del conflicto interno haitiano. Sería lo saludable no sólo en el plano insular, sino también en el regional.

Los interlocutores que se sientan con autoridad moral para proponer soluciones en Haití, como Francia, Canadá y Estados Unidos para citar solo unos cuantos, deberán considerar que es de extrema urgencia que se establezcan vías de diálogo entre los sectores enfrentados y que haya una salida institucional convenida. La ocasión es oportuna y la necesidad urgente.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas