Hay que escaparse de tanta política e irse a terrenos más tranquilizadores. Hay que olvidar por un momento la “silla de alfileres”, como llamaba Joaquín Balaguer al imponente sillón dorado, cuando mantenía intactas sus cualidades y habilidades de fakir, más que en una silla de alfileres, en un lecho de puntiagudas y peligrosas espinas de ambiciones y afanes de lucros rápidos sobre los cuales él sabía dormitar, manipular y limitar las voracidades de unos cuantos insaciables de fortunas inmensas, inspiradas en lo que logró el inspirador Generalísimo Trujillo, maestro en detectar quiénes eran o no comprables, y por cuánto.
Hoy quiero que descansemos del torbellino político. Usemos el pensamiento del historiador y crítico francés Hipólito Taine y su “Filosofía del arte”, obra tal vez más importante en cuanto a sensibilidad humana que su famoso ensayo sobre la inteligencia”, notable contribución al estudio científico sobre este tema, también escrita en el siglo diecinueve, y que lo consagró:
Escribió Taine, quien fue además profesor de Estética de la Escuela de Bellas Artes de París: “En la actualidad, el desorden que reina en toda cabeza humana, la multiplicidad y contradicción de doctrinas, el exceso de la vida cerebral, las costumbres sedentarias, el régimen artificial y la febril excitación de las grandes capitales han exagerado la excitación nerviosa, han exagerado la necesidad de sensaciones fuertes y nuevas, han desarrollado la tristeza latente, las aspiraciones vagas, las ilimitadas concupiscencias. El humano ya no es lo que era -y acaso hubiera debido seguir siendo siempre- un animal de especie superior, satisfecho de hacer y pensar en la tierra que le sustenta, bajo el sol que le ilumina, sino que se ha convertido en un prodigioso cerebro, un alma infinita, para la que los miembros no son sino apéndices y los sentidos, ínfimos servidores; insaciable en las curiosidades y ambiciones, siempre en busca de algo nuevo y deseando su conquista; con estremecimientos y arrebatos que arruinan su armazón física, llevado y traído desde los confines del mundo real hasta lo más profundo del mundo imaginario”.
Unas veces el drama está en Beethoven, con toda su tormentosa presencia; otras, en las tristezas; otras veces en la gran literatura rusa que nos aprieta el alma.
Pero el dolor humano -y sus verdades más profundas- está aprisionado en las artes… cuando es arte sincero.
Está en la angustia de Kafka, en los cuestionamientos de Goya, en las sombras de Rembrandt, en el misterio de los escultores y pintores egipcios, en lo indescifrable de nuestros indígenas taínos…
Lo que no cambia es el misterio humano.
La eterna pregunta.
¿Por qué?
¿Por qué nos arropa tanta, tanta sombra?
Un velo parece cubrir nuestros ojos impidiéndonos ver con claridad las verdades esenciales que mueven la política y el arte.
¿Seremos capaces de quietárnoslo alguna vez?