De fusiones raciales, tiempo y verdad

De fusiones raciales, tiempo y verdad

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Nosotros, los dominicanos, constituimos una impresionante mezcla de razas. Razas unidas y emulsionadas por siglos de pobreza y limitaciones expandidas como una espesa niebla gris; creando una cercanía humana inter-racial que se manifestaba mayormente en un discurrir contrito, conformista y feble, que se rompía en pedazos cuando la inevitable fuerza opuesta -que existe en todo- se expresaba, furiosa y obnubilada, en la violencia de caudillos o jefes políticos descocados y ciegamente impulsivos que en medio de aquel mar de carencias nacionales, procuraban ventajas personales, algunos de ellos, posiblemente, creyendo que hacían bien, entre tanta confusión y obscuridad.

A consecuencia del Descubrimiento, la Conquista y el proceso de colonización, negros -raza de tremenda fuerza-, blancos de diversas mezclas y cierta indubitable proporción de presencia indígena, pacíficamente mezcladas sus razas, formaron al dominicano, que aún no se define. Recién empieza a aceptarse como una realidad digna de respeto y no inferior a los nativos de otras naciones, poderosas o no.

El fortalecimiento de la dominicanidad empezó equivocadamente con Trujillo, quien obligó -no educó- a un respeto a los símbolos nacionales: bandera, escudo, himno, porque para él la República debía ser honorable y respetable, para lograr él, su dueño, ser honorable y respetable.

El Plan de Alfabetización Total estaba fundamentado, verdaderamente, en que Trujillo no quería ser Jefe de un país de analfabetos. Los procesos culturales tuvieron el mismo motor: la Ciudad Universitaria, con catedráticos de altísimo nivel, el blasón de Primera Universidad de América, que se remonta a octubre de mil quinientos treintaiocho y a la cual los estudiantes, en la Era, asistían trajeados de saco y corbata. Entonces no se podía decir que lo dominicano era inferior a lo extranjero, esencialmente porque tal afirmación disminuiría a Trujillo.

Pero el Generalísimo cayó abatido el treinta de mayo del sesentaiuno.

Al poder viajar libremente, los dominicanos hemos comprobado que no somos inferiores. A la cabeza de este trascendental cambio están nuestros jugadores de béisbol que pudieron llegar a las Grandes Ligas de Estados Unidos y asombrar al mundo con sus capacidades y talentos excepcional. Creo que el primero en causar un impacto emocional extraordinario fue Marichal, aparecido en la portada de la revista Times, donde sólo presentan a las más ilustres o trascendentales personalidades mundiales.

Luego vinieron en legión los formidables jugadores dominicanos. Ellos significaron la apertura a una nueva dimensión, que se ha ido extendiendo a las artes, la ciencia y la tecnología.

Parecería que estamos tarde en el despertar.

En realidad no es así.

Sir William Matthew Flinders Petrie (1853-1942) notabilísimo arqueólogo y egiptólogo inglés considerable que «El período de mayor capacidad creadora comienza unos ocho siglos después de la mezcla racial, y se mantiene durante cuatrocientos o quinientos años». Así la mezcla de Clodoveo y Carlomagno precedió en ocho siglos al primer esplendor de la civilización francesa auténtica, que floreció con Rabelais y Montaigne; análogamente, el cruce de anglos, jutos, sajones, etc. que determinó la población inglesa, se dio ocho siglos antes de Shakespeare y Bacon. No siempre es tan claro el caso.

Y puede y debe hablarse de los Estados Unidos de Norteamérica.

Pero ¿está fundido? ¿O incorporado, tragado y acogido todo aquel que en Norteamérica demuestra ser un extranjero talentoso y capaz? Se trata de un prodigio de estar en la cuerda floja. Por eso Albert Einstein aparece en las enciclopedias norteamericanas como norteamericano nacido en Alemania y Pedro Henríquez Ureña reporta haber encontrado en alguna enciclopedia norteamericana que Carlos Finlay, el médico e investigador cubano que descubrió el agente transmisor de la fiebre amarilla, era ¡norteamericano nacido en Cuba!

Creo que la mezcla racial en Estados Unidos no tiene las antiguas características. Hay una aceptación étnica por conveniencia. Colin Powell y Condolezza Rice son negros que aportan. Como hay y ha habido irlandeses que aportaron, italianos, latinos, «portorricans» que forman parte de las vanguardias de infantes de marina. Si tú aportas, está bien.

Yo me pregunto hasta dónde esta extraña nación, tragadora de valores de cualquier tipo, pueda estar sujeta a tradicionales consecuencias de mezclas raciales. Porque, ¿Hay mezclas unificatorias, o una diversidad actuante resumida en el escudo del país, con su lema «E plúribus unum»?

En lo que a nosotros concierne, vamos bien dentro de nuestra fusión verdadera y promisoria.

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