De futurologías

De futurologías

R.A. FONT BERNARD
Las obras de los escritores del siglo retropróximo, Julio Verne, H.G. Welles y Mary Shelley, son si no desconocidas, menospreciadas por las actuales generaciones dominicanas. Nosotros, nostálgicos irremediables, las recordamos, en sus ediciones populares de la editorial Sopena de Barcelona, vendidas en el país, por la Librería La Española, en los años cincuenta.

Para nosotros, ha sido una inefable reencuentro, haberlas adquirido, en ediciones de lujo, reproducidas por la editorial Ertells. Y con su reelectura, llegamos a la conclusión de que, a los seres humanos del siglo XX, nos fascinan los viajes espaciales, la electrónica, y hasta la clonación, en un proceso revolucionario que no solo cambia ideologías y creencias, sino que además, desquicia los fundamentos mismos de nuestras vidas.

Ya, pasada la sorpresa de la energía atómica, el progreso científico prosigue con una prodigiosa velocidad, y a un ritmo cada vez más intenso. Y es por ello, que no se puede adivinar cómo será la vida del futuro. Si lográsemos resucitar a un ser humano de la época del Renacimiento, le brindásemos la oportunidad de escuchar la radio, o de ver la televisión, atribuiría todo ello a un encantamiento, o afirmaría que tales experiencias tecnológicas, jamás podrían ser explicadas por la mente humana.

Pero, ninguno de nuestros contemporáneos, haría a la vez un papel más airoso, si se le proyectara hasta el siglo XXII, para conversar con sus descendientes.

Sin embargo, los adelantos materiales actuales, aprovechamiento de la energía solar, la erradicación de enfermedades consideradas irremediablemente mortales, la reposición de órganos humanos y etc., causarían menos sorpresa, que las transformaciones en la conducta, en el concepto del universo, y de todas las relaciones humanas.

Ya no se discute, que el adelanto de la humanidad, de cara al siglo XXI, ha sido superior al de la historia de la civilización, desde el descubrimiento del fuego y la invención de la rueda. Pero, por lo que se aprecia, la literatura universal apenas percibe esa evolución. La mayoría de los escritores de este siglo, tienden a recurrir con inusual habilidad, a las invenciones y a los adelantos científicos de la era mecánica. Los escritores de las obras de ficción, prefieren incursionar en trivialidades, como la del «robots», que suplanta a los seres humanos. Sus alcances temáticos, no han logrado superar a Julio Verne y H.G. Welles. A Verne que en su época, se le solía clasificar como escritor de relatos para niños, hay que reconocerle en la actualidad, ciento cincuenta años después, que fue el formulador de visiones proféticas, entre las que se impone citar, los aviones, los helicópteros, los submarinos, los viajes a la luna, y hasta la televisión. Bastará leer sus obras tituladas «La máquina del tiempo» y «Veinte mil leguas de viaje submarino» para reconocer en esas utopías, el heraldo de las fantasías científicas actuales.

Julio Verne, H.G. Welles y Mary Shelley, no solo expusieron conceptos geniales, y proféticos, sino que además, comenzaron a explorar, el efecto de los adelantos científicos de la humanidad. Los personajes enviados por Verne a la luna, no carecían de personalidad real; las utópicas novelas de Welles adelantaron en su tiempo, las dos dimensiones que caracterizan en gran parte la ciencia-ficción actual, y Mary Shelley, describió en su «Frankestein», llevado al cinematógrafo, un personaje repelente, y por lo mismo patético.

Un autor, cuya identificación hemos olvidado, aseveró que los escritores contemporáneos, han perdido la capacidad de profetizar, que ha sido siempre un atributo de los poetas. Y a propósito hay que recordar, que entre los grandes escritores del primer cuarto del siglo pasado, hubo más de uno que respondió a la nueva noción del tiempo expuesta por el físico Alberto Einstein. Marcel Proust, por ejemplo, representó el mecanismo de la memoria y del recuerdo, e insistió en la relatividad del tiempo. Y Thomas Mann en «La Montaña Mágica», examinó la idea del tiempo, conforme a la ciencia actual.

En los años del aprendizaje normalista, el profesor Avelino nos ilustró con el razonamiento de que, desde los tiempos de Copérnico, se sabía que la tierra no es el centro del Universo, y nos demostró además, las insignificancia y fragilidad de los seres humanos, ante la apertura de cielos infinitos.

Finalizamos estas breves disquisiciones, con nuestras reservas acerca de la utilidad definitiva de las computadoras, como inventos reemplazadores de la mente humana. Para nosotros, el llamado «cerebro electrónico» constituye simplemente una prolongación de la aptitud de los seres humanos para la matemática y la lógica, ya que son estos quienes, diseñan, dirigen y alimentan a ese prodigio de la tecnología.

Consta que Einstein, la computadora no suponía, como en la actualidad, el naufragio de la capacidad del hombre para razonar, ni representaba la regimentación de las normas de vida. Y, como el ignorante enciclopédico que somos, se nos ocurre recordar, que Dostoiewsky, describió las inhibiciones, los complejos y las anormalidades de los seres humanos, antes del advenimiento de Freud y del psicoanálisis.

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