De Guayaquil al Museo de Arte Moderno

De Guayaquil al Museo de Arte Moderno

POR MARIANNE DE TOLENTINO
Para la inmensa mayoría de los dominicanos, el arte del Ecuador es Oswaldo Guayasamín. Una ínfima minoría conoce a Eduardo Kingman, Oswaldo Viteri, Enrique Tábara y Estuardo Maldonado –porque expuso y estuvo aquí–. Sin embargo reina una casi total ignorancia acerca de los artistas ecuatorianos fuera de esos maestros de la plástica. La presentación en el Museo de Arte Moderno, del Salón de Julio 2004, un concurso exclusivamente dedicado a la pintura, empieza a corregir esa laguna, y esperamos que reavive intercambios artísticos, prácticamente apagados a la muerte de Guayasamín.

Por cierto, en el Ecuador, fue la Fundación Guayasamín, con sede en Quito, la que introdujo la pintura dominicana, sobresaliendo una muestra de Ramón Oviedo, gran amigo de Guayasamín. La Bienal de Cuenca ha tenido en varias ocasiones una participación de artistas nuestros. Sin embargo, hace falta, como en toda América Latina, una proyección menos aleatoria y esporádica.

El Salón de Julio

El Salón de Julio es un concurso de arte que se convoca anualmente en Guayaquil, la segunda ciudad del Ecuador –aunque la primera en población y actividad económica–. Organizan el evento la Municipalidad, la Dirección de Cultura y Promoción Cívica y el Museo Municipal –donde se celebran exposición de las obras, conferencias y talleres relacionados con el Salón–. La convocatoria es nacional y sin límites de edad, pero participan muchos artistas de la región y jóvenes esencialmente. Hay una asistencia masiva de público y un fuerte interés de los medios de comunicación.

Otra característica reside en el hecho de que el Jurado –uno solo a cargo de selección y premiación– se compone de tres personalidades extranjeras de la crítica y la curaduría. El propósito de esa exclusividad –muy reciente y algo discutida- es favorececer decisiones objetivas, dar a conocer en los países respectivos de los jueces, la pintura contemporánea de Ecuador y escuchar conferencias sobre la actualidad artística internacional.

El Salón de Julio inició su proyección fuera de las fronteras, primero en Colombia y ahora en la República Dominicana, dos de los jueces, uno de Bogotá y otro de Santo Domingo, sintiéndose particularmente motivados por la calidad de las obras. En el caso nuestro, encontramos una receptividad inmediata en la directora del Museo de Arte Moderno, María Elena Ditrén, y el proceso culminó en la exposición que tenemos hoy la oportunidad de disfrutar.

La directora del Museo Municipal de Guayaquil, Olga Guerra, respondió con entusiasmo, apoyada por las autoridades culturales y patrocinadores privados. Cabe destacar la delegación importante, incluyendo a periodistas, que vino para la inauguración. Luego las misiones diplomáticas jugaron su papel: Embajada del Ecuador en Santo Domingo, Embajada y Consulado dominicano en el Ecuador. Ha sido un buen ejemplo de participación concertada.

La Exposición en el MAM

Vimos con muchísimo placer la versión del Salón de Julio 2004 en el Museo de Arte Moderno. Por nuestra condición de Jurado habíamos conocido en Guayaquíl todas las obras recibidas, y la selección de 34 pinturas fue, como suele suceder, ardua. De todas las participaciones admitidas, dos no han viajado a Santo Domingo, ya que sus autores las necesitaban.

Diríamos que la exposición –subtitulada Arte Joven de Ecuador– luce hasta mejor que en Guayaquíl. Los espacios del sótano –excelentes para colectivas- parecen haber sido diseñados para la muestra, y la museografía de Ingrid está perfecta, con una ubicación óptima en las dimensiones y los estilos. La solución que encontró para colgar el impactante «telón» de Jeannette Méndez es inmejorable.

A pesar de la gran diversidad de tendencias, formatos y temas, una impresión de singular armonía se desprende del conjunto. No faltarán quienes lo encuentren más moderno que contemporáneo –en el sentido de arte de ruptura–. Ahora bien, fue un rasgo identificador de esta edición del Salón: los artistas han privilegiado el oficio y la limpieza– incluyendo a las pocas obras expresionistas- sobre una fantasía desbocada.

Luego, es un concurso dedicado a la Pintura, y por tanto reina una mayor unidad que todas las categorías confundidas, a pesar del concepto hoy muy flexible del género pictórico, desbordando sobre el dibujo, el grabado y la instalación… pintada.

El muy alto nivel técnico, tanto en la figuración –dominante– como en la abstracción, demuestra la formación académica escrupulosa que reciben los artistas ecuatorianos. Habíamos externado un criterio similar para los pintores cubanos en ocasiones anteriores. Dominar los medios y convertir esa pulcritud en un proceder natural favorece el rejuego de los realismos: el pintor goza su «buena pintura». Para él concepto y creatividad no se disocian de una ejecución esmerada. Creemos que, para nuestros artistas jóvenes, es la oportunidad de comprobar que dibujar y pintar bien no significa una factura retrógrada, que además la pintura sigue vigente y saludable en América Latina.

Con frecuencia, se evita que los Jurados emitan opiniones críticas… por razones obvias. Sin embargo, en primer lugar pensamos que cada obra exhibida justifica su selección, y que las premiadas, a unanimidad de los jueces, –aquí menciones y premios no se señalan, ¿expresamente?– también son decisiones plausibles. A pesar de que, cuando miramos las pinturas por segunda vez, en otro contexto y casi un año después, hay méritos que surgen y dialogan de nuevo…

El inmenso lienzo, o más bien mantel de Jeannette Méndez (2do. premio), sin duda la más contemporánea de las obras, resulta fascinante. Trabajo de paciencia, con incontables rectángulos cosidos, es al día en su ejecución y su audacia muy fina de pubis iguales y distintos. ¿Condición de la mujer? ¿Labores domésticas y sexo? ¿O más bien realización lúdica e intensamente poética? El espectador tendrá su respuesta.

La «Rueda de la Fortuna» (1er. premio) de Wilson Richard Paccha, políptico de verde provocador, ha de ser descodificada en su mensaje letrista, refiriéndose a un escándalo local. Demuestra además, en su iconografía una alta cultura y una factura impecable, sin olvidar un sentido del humor mordaz… que colinda con el drama.

Respecto a la témpera sobre papel de Marcos Alvarado (3er. premio), «Decreto optimista para hippies y surrealistas contemporáneos» (¡!) puede considerarse como un magnífico dibujo o pintura, tres veces impresionante por su absoluta maestría del medio, por su realismo llevado al extremo, por su mensaje exorcizante.

El Jurado de forasteros… al menos galardonó a tres artistas ecuatorianos comprobados. Notamos el compromiso social y político expresado en muchas de las obras, aunque nunca llegan al panfleto y saben insinuar con agudeza. Habría que citar varios autores y obras, entre ellos la «pin-up» alienada de Jorge Aranguren, una inteligente pintura instalación, el portentoso díptico de placas de Javier Gavilanes, que no obtuvo premio… por sobrepasar las medidas, el neo-surrealismo fresco y macabro de Carlos Augusto Guerrero, la luminosidad del negro en el políptico minimalista de Nelson Anibal Avilés, la locura realista-surrealista de José N. Paredes. Y qué decir del dramatismo abstracto de Daniel Adum e hiperrealista de Jorge Alfredo Aycart, o de los collages contundentes de «jeans» y Rauschenberg en las dos obras de Danilo Valle García. Nos quedamos cortos para el debido comentario.

Después de este aporte notable, por la misma calidad que atestigua, queremos saber más acerca del arte joven –y menos joven- de Guayaquíl y del Ecuador… Estamos seguros de que el alcalde Jaime Nebot, el director de cultura Melvin Hoyos y por supuesto Olga Guerra llevarán adelante proyectos de intercambios artísticos entre Guayaquíl y Santo Domingo.

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