De hipolitomanía a hipólitofobia

De hipolitomanía a hipólitofobia

Los hermosos días en que empezó a reír el verano del año 2000, convidaba a estirados respetos y elogios, casi a la cofradía sin cortapisas, escogiendo para ello calles, avenidas, supermercados y la espaciosa cafetería, a la usanza boschista de los años 60, que no había diferencia entre la residencia encopetada y la enramada de montes; de bailar en público a ritmos tan apropiados, sonoros, a causa de estar siempre de buen humor.

El presidente Mejía y sus colaboradores al ser elevados a la primera magistratura del Estado, daban la sensación de que su partido político emprendería el monopolio legal del poder, por el control total del Estado y de toda la influencia en los asuntos públicos al estilo del priismo mexicano.

Ahora vámonos de excursión por la reciente historia política de este gestor público; ecos de su nombre nos llegaban como leyenda de su paso por el Instituto del Tabaco, el sector privado y la Secretaría de Estado de Agricultura.

Es decir, teníamos un gerente cuajado; sus acentuadas expresiones cargadas de un rebosante optimismo, no le hacían lucir esclavizado por las amenazas y las necesidades materiales que le circundaban, porque sus colaboradores y amigos lo definían aceptablemente dotado de la fuerza intelectiva y acompañado, metafóricamente hablando, de un halo como de «Embajador de Dios», para desmontar esa gran concentración de fuerzas económicas y esas alianzas políticas expresivas de sus intereses en los anteriores gobiernos al suyo.

Y es que la fuerza de su convicción era tal, que generaba una praxis efectiva no solo para desentrañar las causas reales de los problemas sino la de mostrar los caminos a recorrer para superar las grandes injusticias sociales con las que se había comprometido. Su personalidad política antepone la franqueza a la sagacidad; donde no hay espacios para las sombra; de alma generosa, plena, de ardiente nacionalismo; alma expresiva y diáfana.

Todo ese encanto, la «hipólitomanía», fue deteriorándose, y como si su vida política estuviera determinada irrevocablemente a complacer la seducción del oportunismo, a ser constantemente flexible con las inconductas y las incompetencias de sus «colaboradores y asesores», comenzó a ver, tardíamente, agotarse los aplausos por no poder atender los reclamos del deterioro social, escuchando y valorando a imprudentes economistas inflexibles, sin experiencia de Estado, que no alcanzan a advertir los límites de la razonabilidad.

Así comienza la total desunión de pueblo y gobierno, oportunidad que aprovecha la oposición confiada en que las elecciones definirían esa total ausencia. La macicez de su recia personalidad se debilita, a pesar de iniciar su mandato reduciendo a los espíritus más refractarios; comienza a incubarse una nueva personalidad modelada por el ilimitado poder dado por las mayorías y sus decisiones políticas y económicas se orientan en el presidencialismo para ir imponiendo su voluntad a toda la comunidad nacional por encima de iglesias, oposición, empresarios, sociedad civil, comerciantes, etc., con un lenguaje sin reservas, propio de un hombre más dado a mandar que a escuchar, y apegándose apasionadamente al cargo, terminaron por ir broquelando toda una «hipolitofobia».

Se irritó el votante, le alejó  amigos que luego le fueron hostiles. ¡Relijamos el Presidente! debió ser su consigna, pero fue cambiada por ¡»é pa fuera que va»!. Por eso la fortaleza de su palabra tan devaluada al final y las inclinaciones a cotejar personalidades repelentes, desconcertantes cofradías que se envanecieron, ensorberbecieron y emborracharon con el poder, poder éste utilizado para impulsar el temor y la degradación a contrarios, y que aún así ganaron una apasionada gratitud de su parte, no hay dudas, que convirtieron su proyecto político en peregrino y absurdo.

El deslumbramiento en menoscabo de la ingenua sencillez que siempre le acompañó de «andar con los pies sobre la tierra», ahora lo veremos apagarse en tenue luz porque los tantos sinsabores que le llegarán cuando muchas de sus iniciativas sean consideradas como ejecutorias mostrencas, sobre todo las más notarias por su poca suerte y ventura, haciendo de ellas tiras sus adversarios, le obligarán a «nadar en el estanque pequeño de la oposición», y lo morderán no importa la tamaña valía, pues ya la representación va de vencida y no es de creerse burlados los peligros.

Ahí su corazón batallará fuertemente con las amarguras y los desengaños, pero no podrá haber apelación para su intenciones de dirigir los destinos de su organización, si así lo quisiere, pues tiene todavía el dominio de un gran número de correligionarios que le siguen en su práctica y fidelidad.

¡Qué lo compruebe la acción sedante del tiempo!

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