De historia, igualdades y requerimientos

De historia, igualdades y requerimientos

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
No voy a asustar a mis lectores con una carga de datos históricos que para ser comprensibles y efectivos han de ser necesariamente abundantes e inadecuados para el espacio y el “tono” de un artículo periodístico. No obstante, releyendo la Historia de la Restauración de Pedro María Archambault impresa en París por La Librairie Technique et Economique en 1938, bajo el patrocinio del Presidente Rafael L. Trujillo, he tropezado con el MANIFIESTO de la primera revolución de Santiago Rodríguez, la Cuarta “Zaragata” (pendencia ruidosa, tumulto o alboroto) como despectivamente llamaban los españoles a estas actitudes bélicas dominicanas contra la dominación hispana.

El documento se encontró manuscrito en la toma de Sabaneta. Unos lo atribuyen al propio Santiago Rodríguez, otros a la mano purificadora de don Pablo Pujol. Sea como fuere, Santiago Rodríguez fue el hombre que motivó y logró el levantamiento de Sabaneta y quien estuvo en el Cerro de Capotillo el 16 de agosto de 1863. Es como el caso del general Gregorio Luperón en cuanto a sus escritos. Era difícil hacerse de una cultura en esos tiempos (todavía lo es), pero lo que él hizo y narró, lo realizó él, no quien intervino en redacciones y pulimentos de gramática y estilo.

Traslademos el primer párrafo del Manifiesto a nuestro tiempo. Dice: “¡Compatriotas!. La situación actual de los dominicanos puede definirse brevemente diciendo que un puñado de hombres ambiciosos y una multitud de hombres sufridos han dado lugar a que el Gobierno sacrifique nuestra cara y tierna patria, ¡una patria tan costosa! Los actuales gobernantes (nos referimos a un extendido período, JGP) no se obstinan más que en establecer contribuciones que arruinan a los infelices mientras se pagan cuantiosos sueldos a empleados inútiles, recreándose otros en ver adornados sus nombres con pomposos títulos, habiendo en ello algo de vanidad y nada de la grandeza varonil. El país sufre a estos hombres, no porque no vea sus desaciertos, sino porque obedece constantemente a las circunstancias, porque somos esclavos de nuestra suerte. Se sostiene este gobierno porque nuestra raza es la más obediente, que se contenta con llevar atada la coyunda del principio de la Paz…” “pero su mando está produciendo males incalculables al país por el escepticismo que siembra, siendo por esta razón mucho más perjudicial que los gobiernos más crueles…”.

Exprime el alma que hoy a tal distancia de la gesta restauradora, con unas dependencias externas que ya son inevitables por una “globalización” (que, hasta ahora, sólo luce buena para los fuertes, ricos y arrogantes).

Todavía tengan vigencia los argumentos de este Manifiesto.

¿Es que no avanzamos?

Tenemos la obligación moral de respetar y honrar la trayectoria de los héroes dominicanos que han hecho posible esta República Dominicana que aún se tambalea en desaciertos o timideces decisorias.

Respetemos a quienes nos han permitido llegar al “aquí y ahora”.

Para quienes no saben de costos en sacrificios, les ofrezco un fragmento del libro del capitán de infantería español, Ramón González Tablas, quien participó activamente en las luchas en Santo Domingo. Se trata del libro “Historia de la Dominación y Ultima Guerra de España en Santo Domingo”, originalmente publicado en 1870 en Madrid e impreso en 1974 por la Sociedad Dominicana de Bibliófilos Inc.

“En Santo Domingo había llegado a tomarse la carrera militar como un oficio, si alguna vez fatigoso; casi siempre descansado, y por esto muy del gusto de sus naturales. Organizado el ejército a su manera para un total de tropa de tres mil hombres, se contaban, según nos dijo en Senado Público, el señor marqués de Miraflores, presidente de un ministerio posterior a la Anexión, la enorme cantidad de MIL GENERALES. El ejército se disolvió creyendo que se hacía un gran favor a muchos hombres honrados y con familia que deseaban regresar a sus hogares para dedicarse a labores. A la multitud de generales, jefes y oficiales de la República se les reconocieron sus empleos y se les asignó un sueldo, que si bien era corto en América, era también muy superior al que gozaban anteriormente, y quedaron muy satisfechos cobrando descansados en situación de reserva. Pero como sucedió que el país era tan pobre, lejos de producir gravada enormemente el Tesoro”.

“Pero el grande, infame agio de los mercaderes, consistía en lo que hacían con el desprestigiado papel moneda de la República…Como los mercaderes eran pocos y todos dispuestos a enriquecerse sin reparar en los medios, se asociaban para acopiar, en épocas inesperadas, el mayor número posible de papel-moneda, lo cual era fácil en un país donde no había metálico, y le daban un alza sorprendente para el desventurado…”.

Todavía sufrimos lo mismo, con las modificaciones naturales del tiempo.

Pongamos atención.

Apegados fieramente a la democracia, hagámosla eficiente y justa.

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