De imposiciones y transformaciones políticas

De imposiciones y transformaciones políticas

POR JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Me inquietan ciertas imposiciones culturales. Si aquí los dominicanos mantenemos una coexistencia pacífica entre el hot-dog, el hamburger y el yaniqueque (en función de símbolos culturales) se debe a una maleabilidad histórica y a realidades económicas (el yaniqueque es más barato y, por tanto más accesible a las grandes mayorías depauperadas).

No obstante, me inquieta una homogenización de la humanidad, que tiene que ser, necesariamente resultado de conveniencias inmediatas, digamos, del tiempo presente. El proceso ha sido gradual pero invariable. Cuando a mediados de los setenta del siglo Veinte encontraba uno la presencia agresiva y ascendente de los gustos norteamericanos en Europa, Asia y el Pacífico (no tanto en el Cercano Oriente), me apenaba, digamos, la pérdida del orgullo galo en los vendedores callejeros de París, que ante el poderío de los McDonalds de los grandes bulevares habían dejado descender la calidad de los crépes o las castañas asadas que uno podía antes encontrar en cualquier esquina. Y ya los meseros no se indignaban cuando se dejaba de lado el vino o el agua gastificada para preferir la Coca-Cola.

¿Qué nueve esos cambios? El dinero, las ganancias, la velocidad, la urgencia de hacer fortunas.

Todo es rápido.

Y entonces nos alarma, a algunos, la velocidad con que la mayoría de los funcionarios gubernamentales manejan enormes fortunas, compran fincas estatales a precios viles, residen en apartamentos de lujo con plantas eléctricas formidables, terriblemente costosas y eficientes hasta el punto de no dejar que su arrogante propietario se entere de los cortes de energía que agobian al país y sea él capaz de afirmar, conforme a su experiencia, que la bonanza nacional sólo es negada por los enemigos del régimen, que la inflación o la carencia generalizada de los hospitales públicos no son más que ardides de la oposición, de los que «está abajo».

Todo lo bueno tiene algo malo. Todo lo malo tiene algo bueno.

Tal vez no bueno en lo malo de lo que hemos padecido recientemente sea la concientización de la urgente necesidad de reformas fundamentales.

Es algo extremadamente difícil, porque tiene una tradición de impunidad.

Impunidad que, por ser justos, puede haber sido necesaria en cierto momento, pero que ya pasó.

Desde siempre, el jefe de un Estado tiene que tener claro el panorama de su autoridad y lo que ésta reclama. El mandatario no es un hombre común y el pueblo no quiere que lo sea. Cuando Luis Felipe I era rey de Francia se presentaba como «rey popular». Se paseaba por las calles de París, con sombrero burgués y paraguas, que en un principio resultaron divertidos para el pueblo francés, el cual pronto comprendió que el desprecio que mostraba el rey por los símbolos de su condición no eran sino un truco. La riqueza nunca había sido distribuida de manera tan desigual. Luis Felipe tenía más amigos entre los banqueros y la clase media que él había aupado que entre la nobleza. La aristocracia y el pueblo llano pronto llegaron a detestarlo. A inicios de 1884, franceses de todas las clases sociales comenzaron a exigir una reforma electoral que convirtiera el país en una verdadera democracia. La noche del 23 de febrero una muchedumbre de parisinos rodeó agresivamente el palacio real. Luis Felipe abdicó esa misma noche y escapó a Inglaterra.

Aquí hemos tenido un presidente de la República que pretendía una igualdad con la masa popular mediante el uso de expresiones populares y erraticidades propias de la gente común. En un principio resultó simpático -como el rey Luis Felipe de Orleans- pero luego le sucedió lo mismo que al rey francés. La realidad de las desigualdades, las injusticias sociales y la falsedad de lo que se presentaba como populachero e igualitario se impuso, como toda realidad.

No se puede engañar todo el tiempo.

Los dominicanos hemos demostrado paciencia y una capacidad aceptante resultado de una larga historia. Ahora, con el conocimiento y el talento del Presidente Fernández, tenemos la fuerte esperanza de que éste logrará establecer una verdadera democracia, modificando radicalmente las directrices conductuales del Gobierno. Las rutas de la superpolítica.

Es posible fabricar un Estado lógico, moral y ordenado.

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