De Impuestos e “impuestos”

De Impuestos e “impuestos”

Cuantas veces surgen propuestas para elevar las cargas impositivas, desde todos los sectores brotan críticas contrarias. Se argumentan, con razón o no, que el país no soporta más gravámenes al consumo.

En el pasado, los poderes Ejecutivo y Legislativo sólo pensaban en las bebidas alcohólicas y productos de tabaco, ante la imperiosa necesidad de producir recursos para el Estado.

Ciertamente, todo gravamen al bolsillo es odioso, crea repulsas naturales, especialmente en un mercado laboral como el nuestro, donde los aumentos salariales no caminan a la misma velocidad de los impuestos.

Los impuestos al consumo son una práctica común en todas las naciones sujetas a las economías libres o de mercado.

Gravar productos y servicios permite a los gobiernos dirigir recursos hacia el bienestar de la población. Desde luego, solo cuando se impone la voluntad de gobernar para las mayorías y no se apele a “barrilitos” o cualesquiera otros mecanismos sutiles de engañar al contribuyente.

Los comentarios precedentes no exoneran de responsabilidad a la autoridad impositiva, empero, de actuar con prudencia, con justicia, al momento de cargar al ciudadano con más impuestos.

Por ejemplo, resulta perjudicial en extremo la carga que hoteles y restaurantes colocan en las facturas o tarjetas de consumo o alojamiento.

Al 16 por ciento del ITBIS – Impuesto a los Bienes y Servicios – se une otro 10 por ciento de ley vigente desde hace tiempo.

Las elevadas tasas impositivas ahuyentan a la gente de los lugares de esparcimiento. No es para menos, pues en adición los parroquianos deben incluir una propina adicional, so pena de recibir por respuesta una mirada descortés del personal que te ha servido.

Existen sectores y servicios en nuestro medio que pueden aportar al fisco, pero no como una carga impositiva, sino como  mecanismo obligatorio para  el reordenamiento de la conducta individual, de otorgar al ciudadano un compromiso con el orden.

Porque a decir verdad, de tanto dejar de hacer y obligar se ha ido creando una cultura del desorden, del irrespeto. La dádiva ha desestimulado el cumplimiento de deberes.

Pero de este tema nos encargaremos en una posterior columna. Lo prometemos.

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