De ITEBIS, manos hábiles y caprichos impositivos

De ITEBIS, manos hábiles y caprichos impositivos

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Nos pregunta la Dirección de Impuestos Internos si sabemos en cuáles manos está el dinero que pagamos por concepto de ITBIS. Se trata de grandes anuncios, necesariamente muy costosos, que saltan de las grandes páginas a todo color de la prensa diaria, a enormes laterales de autobuses. La respuesta es que no sabemos. La publicidad está bien ideada, es interesante… e irritante. Es que no existe control sobre la rapiña, el desfalco, la estafa y el latrocinio que impunemente ejercen comerciantes inescrupulosos sobre su clientela.

El hecho de que las facturas consignen importantes sumas supuestamente dedicadas a este impuesto, nada tiene que ver con que el Estado, en uno de sus coloridos o descoloridos departamento oficiales –en grado variable– reciba correctamente lo que nos obligan a pagar y, aún más lejos, tales sumas jugosas reciben un uso caprichoso, al servicio de los vicios de la «necesidad política».

Al igual que una enorme cantidad de dominicanos que hemos podido viajar al exterior, después de la agreste cerrazón de la Era de Trujillo, también yo he pagado impuestos, en ocasiones más de uno por un solo objeto, pero todo rodeado de una claridad y severidad que luego podía uno ver en el uso que se le daba a estos recursos: beneficios para la población.

Porque ¿al fin de cuentas –se pregunta uno– sabrá o aceptará el Estado que el dinero que tan caprichosa e indolentemente maneja, no es suyo?

¿Está consciente de que es nuestro y que está moralmente obligado a mostrar abiertamente el buen uso que le otorga?

En materia de cobrar impuestos, nuestro país bien cabría en una novela hija del mejor realismo-fantástico de García Márquez. Lástima que no se lo hicieron saber y cayó en la flojera de su última novela, endeble a pesar de su indiscutible genialidad de escritor y los destellos ocasionales de su maestría.

Es que aquí suceden cosas…

De repente los agentes de AMET multan, insultan y agreden a quienes no llevan abrochado el cinturón de seguridad. Cuando ya la mayoría lo lleva correctamente y no se puede sacar suficiente dinero de las multas, se dedican a multar y reprender transitoriamente a quienes conducen su vehículo mientras hablan desde un teléfono celular carente de un dispositivo «hand free». Pero si no hay suficiente «pesca», ya uno ve conductores y conductoras con el celular en una mano, el volante en la otra y los agentes de tránsito no intervienen. Entonces se descubre que un excelente medio de sacar dinero es el marbete de la «Revista», que debe colocarse en el parabrisas delantero para dar testimonio de que el vehículo está en perfectas condiciones: los neumáticos no están lisos o algo desgastados, el limpiaparabrisas funciona a la perfección, en el baúl no falta un triángulo lumínico, ni un extintor de incendio, ni un botiquín con todo lo que no aparece en un hospital público. Ni un «gato» que no maúlle, ni llave de ruedas… en fin, la Biblia en versos endecasílabos.

Y resulta que la demanda de marbetes de Revista (nunca «revistan») resultaron insuficientes para la eficacia punitiva de los agentes. Entonces dejaron el acoso. Ahora se avecinan las «placas», pero hay enormes cantidades de vehículos sin la chapa anterior y hasta sin ninguna. Y abundan los vehículos públicos sin luces, con puertas que no cierran sino con un pedazo de alambre o varilla, y se detienen bruscamente al medio de la calle sin más aviso que el brazo de un furibundo conductor abanicando el aire, porque no tiene luces rojas de «pare» y, además, ni a él ni al vecino agente de tránsito les importa un pepino que esto suceda junto a un letrero que advierte: «No pasajeros» o «No estacione».

El tránsito vehicular y peatonal tienen una importancia mucho mayor de lo que pudiera suponerse. Constituye la primera manifestación de la actitud pública ante la ley. De la Ley, que debe ser igual para todos. Pero no lo es. El chofer de «concho» (que es un «padre de familia», casi «con licencia para matar» como el agente 007) así como el que se desplaza en una reluciente yipeta de último modelo costosísimo, no suelen llevar «Revista»; a menudo ni placa. Entran a contravía e irrespetan los semáforos en rojo o al agente que debe regir un tránsito que en verdad desordena y caotiza.

Hasta que ordenan un «operativo» absurdo y de escasa duración.

La cuestión es recopilar dinero. No se trata de hacer respetar la ley.

Eso de «a veces sí, a veces no», es fatal.

Tengo un inolvidable ejemplo de la disciplina alemana. Con el tiempo exacto para llegar a un concierto escolar en Hannover (habíamos tenido problemas con el viejo Volvo de mi compañero), alcanzamos una zona residencial de amplias y pulcras calles. No se veía por ninguna parte vehículo o peatón, pero en una esquina estaba plantada una señal de «Pare», iluminada de rojo.

Con los nervios al estallar por la prisa, mi compañero detuvo totalmente el auto hasta el desesperante momento en que la luz cambió a verde.

Nadie nos veía.

Salvo el respeto a la Ley.

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