De la gloria a la tragedia, las dos caras del deporte olímpico

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LONDRES, (AFP).- Alcanzar la gloria en los Juegos Olímpicos suele suponer una vida de reconocimiento y homenajes, pero algunos grandes campeones no pudieron evitar tras su éxito vivir tragedias personales que marcaron su destino y que les hicieron descubrir la cara más amarga de la vida.

Uno de los casos más destacados fue el del atleta negro Jesse Owens, que ganó cuatro oros en los Juegos de Berlín-1936, ante Adolf Hitler, que había diseñado el evento como intento de demostración de la superioridad aria.

A pesar del hito que supuso su actuación y del carácter simbólico de su gesto en un delicado momento internacional, Owens tuvo que enfrentarse en su vuelta a Estados Unidos con los problemas de racismo y de falta de derechos civiles de la población negra.

 «Cuando volví de Berlín no podía vivir donde quería. No fui invitado a darle la mano a Hitler, pero tampoco lo fui a la Casa Blanca para estrechar la mano al presidente», explicó Owens, nieto de esclavos y fallecido a los 66 años en 1980, por un cáncer de pulmón.

Más trágica aún fue la historia de veinte integrantes del equipo olímpico polaco, que murieron en la Segunda Guerra Mundial, así como la de veinticinco medallistas alemanes, entre ellos el atleta Lutz Long, que ganó la plata en Berlín y que murió en 1943, durante la invasión de los aliados en Sicilia.

La historia de Owens y Lung es una de las más emotivas de los Juegos, por la fuerte amistad que les unió en plena emergencia nazi y por su ejemplo de deportividad y compañerismo en los Juegos celebrados en la capital alemana.

El destino quiso que el neozelandés Jack Lovelock, campeón de 1.500 metros en Berlín, sobreviviera a la Segunda Guerra Mundial, pero muriera ocho días antes de su 40 cumpleaños, tras ser atropellado por un tren, al sufrir un mareo mientras esperaba en el metro de Nueva York.

El escocés Eric Liddell, medalla de oro de 400 metros en París-1924 y cuya historia forma parte de la oscarizada película ‘Carros de fuego’, fue otro de los campeones que murió joven. Fue a la edad de 43 años, en 1945, tras ser internado en un campo de concentración japonés en China, cuando trabajaba en la zona como misionero.

Otros deportistas murieron en extrañas circunstancias, como el boxeador iraní Gholam Reza Takhti, oro en Melbourne-1956, que fue encontrado muerto en enero de 1968, cuando tenía 38 años. Su muerte fue oficialmente catalogada como suicidio, pero hubo fuertes sospechas sobre que se trató de un asesinato político por parte de la policía secreta SAVAK, como represalia por las acciones de Takhti contra el regimen del sha Reza Pahlavi.

Más reciente fue el caso del boxeador kazajo Bekzater Sattarkhanov, que murió en 2000 en la carretera, apenas unos meses después de colgarse el oro en los Juegos de Sídney. Su padre, Seilkhan, ha sostenido públicamente que se trató de un asesinato por diferencias económicas sobre la suma ganada en el torneo australiano, que su hijo no quería compartir.

El 15 de julio de 2008, en pleno entrenamiento, falleció por una crisis cardíaca el húngaro György Kolonics, dos veces campeón olímpico de canotaje (Atlanta-1996 y Sydney-2000) y medalla de bronce en la cita de 1996 y en Atenas-2004. Kolonics, de 36 años, murió mientras estaba preparándose para la disputa de los Juegos Olímpicos de Pekín.

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