De la integridad al temor

De la integridad al temor

PEDRO GIL ITURBIDES
Hillary Clinton apoyó acciones del gobierno federal de su país contra organizaciones iraníes. Las Secretarías de Estado y del Tesoro de los Estados Unidos de Norteamérica determinaron aplicar sanciones diplomáticas y económicas contra organismos iraníes. Entre esos organismos figuran el Ministerio de Defensa, una llamada Guardia Republicana, y otras entidades. Inclinarse por las sanciones anunciadas ha costado más de un cuestionamiento a la esposa del controversial Clinton. Hillary, sin embargo, no se anda con rodeos.

Debilidad intrínseca a los políticos de las democracias es la de ceder sus principios por el temor de perder los votos de sus adherentes. A lo largo de varios años de equívocas prácticas democráticas, nuestras naciones han sufrido en los que son valores morales esenciales para la construcción de la sociedad. Puestos en los platillos de una balanza esos valores y los votos, los politiqueros optan por los últimos.

De ahí que el exPresidente de Ecuador, Rodrigo Borja, sustente la tesis de que hay un «desencanto emocional» con la democracia.

Hillary Clinton mostró gran entereza cuando debió lidiar con las ligerezas del marido, siendo Primera Dama de su país. Una latina hubiera mandado al marido a freír tusas, como lo hizo, hace poco la ex esposa de Nicolás Zarcosy, Presidente de Francia. Entre el rompimiento y la proyección de un hogar comprensivo y generoso, Hillary optó por lo último. Por supuesto, podía estar alentada por la carrera política, que la ha llevado a lidiar por la presidencia federal. Aún cuando tales fueran sus motivaciones, exhibió una capacidad inusitada para aguantar un marido farfullero e infiel.

Ahora, cuando contiende por la nominación del Partido Demócrata, se suma al anuncio de la Secretaria de Estado, Condoleezza Rice, y del Secretario del Tesoro, Henry Paulson. Tal vez las sanciones signifiquen la simple retención de unos dólares en cuentas bancarias internacionales. O la presión para que los iraníes no obtengan bienes o partes de recambio, entre fabricantes de países aliados. Poco o mucho lo que tales disposiciones aporten a la sorda lucha que se libra entre iraníes y estadounidenses, Hillary pudo ignorar el escarceo. Pero se supo nativa de su nación. Se supo parte de un conglomerado con cuya integridad moral y política están comprometidos los nacionales de ese país. Y no tuvo temor en decirlo.

Estoy entre los que permanecieron atentos a su callada conducta de los días en que el descocado marido denigró el sillón presidencial de la Casa Blanca. Supe entonces que tras las vestiduras femeninas de Hillary se hallaba una personalidad recia e inmutable. Una personalidad capaz del estoicismo más acendrado, para que alcanzase plenitud aquello que había construido al margen del libertinaje de Billy. Hoy, como nativa de su país antes que candidata política, se expresa esa personalidad.

Algunos de sus contendores entre los demócratas la han recriminado.

¡Sumarse a las erráticas políticas republicanas que conducen a una guerra contra Irán!, gritaron. Pero ella no está apoyando guerra alguna. Como nativa de los Estados Unidos de Norteamérica sabe que debe actuar en defensa de los Estados Unidos de Norteamérica. Aunque pierda votos. Y por eso ha actuado de la manera en que lo ha hecho. Principios antes que nada, ha dicho. Los valores de la nación por encima de todo.

Apreciable lección que ofrece una mujer que, conforme la sarcástica campaña que se mantiene en su país, podría llevar a un ex Presidente a ser Primer Damo de su nación.

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