De la mendicante y una anécdota dramática

De la mendicante y una anécdota dramática

Sucedió esta mañana. Una mujer mendicante que se molestó porque le regalé diez pesos, cuando ella estima –y me dijo- que cien pesos “no son ná”, me  hizo recordar una de las ocurrencias de mi padre por los años cuarenta, cuando el dinero valía. Estábamos junto a la puerta de la legendaria “La Cafetera de Paliza” en la calle El Conde. Habiéndole dado cincuenta centavos a un pedilón que empezó a caminar sin decir nada, le increpó:  -¿Y Dónde está mi “que Dios se lo pague”?  ¿Mis cuartos de balde? ¡Páseme mis cuartos!  Y le quitó los cincuenta centavos.

Otra anécdota que recuerdo está cargada de drama.

Entre la multitud de inmigrantes que llegaron al país, acogidos –por unas u otras razones- por  Trujillo, se encontraba un judío que escapó del exterminio nazi y estableció –también  en la calle El Conde-  la “Librería Para-Tí”. Papá, por ayudarlo, se suscribió   a “Squire”, voluminosa e impactante, al “Saturday Evening Post”, a   “Look”,  a “Cinemundial”  y otras revistas más que no recuerdo. Llegaron tiempos de estrecheces económicas y papá le informó  que no podía mantener esas suscripciones.

-“Paga después, no problem.”

El caso es que el judío continuó tirando las revistas recién llegadas por las rejas de la sala donde mi padre tenía su mesa de trabajo. No valió que reiteradamente se le informara la incapacidad de mantener tales suscripciones. El hombre no salía de repetir que podía pagársele después. Pasaron meses. Un sábado en la tarde, cuando se le pagaba a los empleados de la imprenta paterna –y usualmente faltaba dinero- se escucha desde el otro extremo del taller la voz indignada del judío, reclamando el dinero que se le debía.

 Papá preguntó a sus empleados, si el judío no había sido suficientemente  advertido  que él no podía mantener las suscripciones.

-Sí, don Bienvenido, se le ha dicho un montón de veces.

Entonces se oyó la indignada voz del judío chillando: “¡Ladrón, roba mi dinero!        

Papá pegó un salto y pidió su revólver (que no sé si funcionaba porque era anterior a la Era de Trujillo y permanecía  desatendido y cargado con balas ruinosas al fondo de un armarito esquinero). El caso es que salió revólver en mano y se le plantó frente al judío, rojo de ira.

El judío saltó aterrado una alta cancela de tela metálica que protegía la entrada por la calle Padre Billini y cayó, corriendo como en las tiras cómicas, entre los escasos vehículos que entonces circulaban. Papá, acongojado por su reacción violenta, investigó la dirección del judío, pidió prestado el dinero que éste reclamaba y fue conmigo frente al norte del  Parque Ramfis, donde vivía el aterrado cobrador.

No valió que repitiera que venía a pagar y a pedir perdón por su actitud.

El judío y su esposa aparecieron acercándose de rodillas, llorando: “No mata, no mata…”

El que más lloró fue mi padre.

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