De la miseriosa, carente y terrorífica Policía Nacional

De la miseriosa, carente y terrorífica Policía Nacional

Son hombres agobiados por la miseria, por variadas carencias de todo lo esencial. Hombres que con escasas excepciones,  surgen de la miseria y la desesperanza.

Dentro de una importante mayoría de ellos vibra el calor de una ira escondida bajo una movediza apatía, y cuando llegan a formar parte de lo que  mal se llama Policía Nacional, les asignan un arma de fuego y les otorgan “fe pública” (o sea, que lo que ellos afirman es la verdad).

Resulta curioso  que en las crueldades y asesinatos de los viejos griegos y latinos,  usualmente motivadas por razones políticas, no participaba la policía. La  policía  por mucho tiempo fue sinónimo de civilitud. Tal vez,  por cierto pudor por los términos históricos, en países de tiempo cercano, digamos la Alemania nazi o la URSS, u otros del vecindario, las crueldades y los crímenes eran, o son, atribuciones de departamentos de investigación y represión.

Aquí no tenemos ahora nada de eso. No existen ya los asesinatos políticos aunque tuvimos el ominoso SIM (Servicio de Inteligencia Militar) en la demencia del régimen trujillista.

Pero  ni siquiera entonces el asesinato fue directa  función policial.

Ahora nos asombra una policía cruel, sádica, presta al abuso y el asesinato, pero no por razones políticas, sino personales,  hijas de un descontrol mental que explota por celos, por la herida del abandono de una mujer cuando es decisión  de ella, porque cuando es él quien decide separarse, se marcha como otros “machos”, despreocupado, sin importarle un bledo el abandono.  Igualmente dispara a matar o a dejar permanentemente inválido a un prisionero indefenso si amaneció de mal humor, o si algo no le salió bien.

Hace pocos días, a pleno sol, un oficial de policía, tosco, corpulento, en las cercanías de la avenida Churchill, ordenó sin ninguna razón a un motorista que se detuviera.  El jovenzuelo, justamente atemorizado,  desapareció mientras el policía empuñaba y amartillaba su pistola, listo a disparar mientras vociferaba indecencias. Tenía equipo de comunicaciones y no lo utilizó. Se supone que contaba con transporte que tampoco utilizó. Por lo visto le resultaba más cómodo y placentero dispararle a la cabeza, como hicieron agentes policiales en Santiago según informó el corresponsal de este diario desde la importante ciudad cibaeña el pasado domingo 25 de marzo. El muchacho santiaguero tenía 19 años cuando fue acribillado “a corta distancia  del ojo derecho con un arma de fuego de cañón largo”, según diagnóstico del médico forense.

La policía dispone de vehículos capaces de realizar una persecución en caso necesario. Posee equipos de comunicación instantáneos que le permiten alertar a otros agentes situados en la ruta de quien escapa, con razón o sin ella.

¿Será que el calor tropical mueve a “evitar la fatiga” de una persecución y en cambio inducir a un asesinato, limpio y rápido? ¡Solo se trata de mover el gatillo!

Después vendrán unas “comisiones investigativas” al aire fresco de una cómoda oficina de policías, y se hablará de presuntos delincuentes, de intercambio de disparos, de cúmulo de “fichas”…

Requerimos de una policía civilizada.

Urgentemente.

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