De la modernidad a la postmodernidad, el cadáver de la Metafísica

De la modernidad a la postmodernidad, el cadáver de la Metafísica

En su libro “Preludios a la posmodernidad” (2001)Brea Franco publica una serie de ensayos de temas filosóficos que lo colocan dentro de las discusiones que han preocupado a los filósofos del siglo XX: el tema de la modernidad.

En su caso la modernidad filosófica.
El plan de “Preludios” muestra el interés pedagógico del autor y su adscripción a lo que Fernando Savater ha llamado “filósofo de línea clara”.

Entre los que no caben, por supuesto, ni Derrida y Michel Foucault, este particularmente luego de su libro “Les mots y les choses” (1966) …Comienza con un tema clásico de la filosofía, sobre el asombro como actitud. Inicia hablando del Nietzsche de “Así habló Zaratustra”, lo que pone en evidencia su interés desde 1982 en la filosofía del pensador alemán.

Brea Franco recuerda la definición que le daba Nietzsche al superhombre como el sentido de la tierra. Dice que “el superhombre es más bien el símbolo de quien asume su destino histórico transfigurando la existencia mediante el ejercicio constante de una voluntad creativa, transformadora” (20).

Con esta mirada se adscribe a una metafísica, pero también a la corriente historicista. Nada sorprendente, primero por su formación filosófica y segundo, por su filiacióna la escuela italiana en la que la filosofía encuentra su mejor filón en la historia, como ha dicho el joven filósofo italiano Diego Fusaro.

Cuando Brea Franco pone los pies en la tierra mira a su país, desde la altura de ver los problemas del hombre moderno. Dice: “hoy podemos observar que el mundo de los humanos se reduce cada vez más al cinético e hiperatomizado mundo laboral, y a su complemento, el diluido tiempo de la “diversión” y el consumo.

La auténtica libertad, fruto de la autodeterminación y de la armonización de fuerzas contrapuestas, se ha disuelto en la pasiva e indiferente igualdad surgida desde el “predominio del término medio” (21).

Historizando la filosofía, señala que el último hombre que esboza Nietzsche en su Zaratustra es el que no cree en nada, “el hombre dominado por la “in-diferencia” en la que se ha extinguido la potencia creadora del ser humano”.

Y agrega que “el hombre pequeño en que se ha agotado la llama del entusiasmo y en quien la capacidad para asombrarse ante las cosas se ha transformado en banal curiosidad y afán de novedades” (22). Visto desde el plan de la filosofía, su discurso se encuentra con el tema de nuestro tiempo:el problema del hombre.

El filósofo dominicano concluye con un deseo de retorno al asombro, a la maravilla del ente, y una vuelta a la actitud del origen de la filosofía en el Hélade: “deberíamos asombrarnos ante los hombres y sus actitudes, ante los criterios y las cosas, prestar atención a la “llamada” que recibimos de todo cuanto nos rodea”… para “apropiarnos de una visión más profunda y abarcadora de lo que verdaderamente hay…” Terminadiciendo “re-petir el talante originario de nuestra historia, de la historia de Occidente, y así tal vez, retornando de esta suerte a los orígenes, encontraremos orígenes nuevos para nuestra necesitada época” (41).

El ensayo más penetrante y el que permite ver la línea de trabajo del filósofo en el decurso de su vida es “La rescendencia de lo trascendente o el destino de la metafísica en la época moderna” (103-158). En él traza la historia de la metafísica desde su origen a nuestros días y la crisis de esa visión del mundo frente a los discursos filosóficos que se dan dentro del debate sobre la modernidad y la posmodernidad filosóficas.

Parte de Aristóteles y enuncia el programa de la metafísica: “se pretendía alcanzar, en ella, el conocimiento del Ente que, en su calidad de fundamento, causa y principio de lo permanente en la naturaleza, es lo permanente en sí y por sí, esto es, lo divino.

A partir de tal interpretación, lo trascendente viene entendido como lo necesario y verdadero, como lo esencial; frente a él, el ente natural, lo sensible, lo pragmático, lo histórico, pasa a ser lo fenoménico, lo aparente, lo contingente e insustancial” (105).

Su ensayo va de Aristóteles a Platón, de las ideas de Arthur Schopenhauer en “El mundo como voluntad y como representación”, pasa por historicismo de Hegel y de este a la metafísica de Martin Heidegger en el siglo XX;antes se va deteniendo en cada una de las estaciones del pensamiento occidental: la metafísica medieval y la moderna.

Es central la posición de Renato Cartesio y el giro moderno hacia la fundación de un sujeto racional. Sintetiza que “la metafísica…se ha venido constituyendo como la tarea profesional de los filósofos mediante la formulación y despliegue radical de la pregunta: “¿Por qué es en general el Ente y no más bien la nada?”, que procede de Leibniz (113).

Matiza la imposibilidad de la metafísica para Kant quien ve en la “Crítica a la razón pura” el verdadero abismo que a la razón humana presenta la idea de Dios en que se funda. Del Schopenhauer de la voluntad pasa al Nietzsche del hombre que ha perdido su razón y el sentido de lo trascendente.

En Nietzsche aparece como “resultado de dos mil cuatrocientos años de metafísica la pérdida del principio de origen; la pérdida del fundamento seguro sobre el cual se habían edificado todas las certezas en la historia de Occidente” (146).

Finalmente, Brea Franco propone frente a la catástrofe de edificar una Torre de Babel metafísica “vivir a partir de la oportunidad y de la riqueza que nos donan los nuevos lenguajes para conjugar tiempos nuevos y nuevos comienzos. Vivimos, también, la posibilidad de nuevos, desconocidos, riesgos al asumir el ser como nuestro destino” (156).

En este libro me temo que Luis O. Brea Franco sigue siendo un moderno, un historicista, centrado en la metafísica de Hegel, pero su trabajo sobre Nietzsche y el nihilismo podría aportar otras observaciones.

Lo que queda claro es un programa de trabajo con el tema fundamental de la metafísica como es el del Ser. Concurre, sin embargo, en que “debemos constatar por todo lo aquí analizado que la filosofía, que se ha manifestado históricamente como metafísica, en nuestra época ha muerto. Si algo queda de ella son los remanentes, los estertores, el cadáver” (157).

¿Podría pensarse en “descubrir nuevos orígenes desde los cuales avanzar hacia nuestro destino cósmico?” ¿Trabajamos hoy en “un pensamiento integrador que no sea ni etnocéntrico, ni antropocéntrico ni teocéntrico”, como ha propuesto el filósofo? La lectura de sus trabajos invita al diálogo de los amantes del saber en la ciudad.

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