De la necesidad de la moral en nuestros tiempos

De la necesidad de la moral en nuestros tiempos

Vivir bien es vivir de acuerdo con los postulados  de la razón y la conciencia”, afirmaban los  filósofos clásicos; verdad discutida, pero no negada. La moral es fuerza vital que impulsa al individuo a actuar en una forma determinada por su conciencia. Es una fuerza  positiva, dinámica, no inerte.” La moral es una fuerza interna que compulsa a la búsqueda del bien, la equidad, la justicia social”, sin esperar otra recompensa mayor  que vivir bien consigo mismo. 

No es una pose, una actitud circunstancial.  Impregnada en lo más profundo del ser se torna beligerante, combatiente, desafiante contra toda  corriente  filosófica  social,  económica  o política opuesta  a esa  búsqueda, a la lucha agónica por  transformar. Porque el camino de la moral  es duro, exige entrega y sacrificio. “La moral no paga”, no se contabiliza y en un mundo mercantil, egoísta, disoluto, eso es de suma importancia.

“El espectáculo del mal, que es el espectáculo del  desorden  moral, sirve mejor  que el  espectáculo del  bien para hacernos comprender en qué consiste el  orden moral”, nos dice Hostos.  Sólo en tiempo de crisis y de anti valores comprendemos su imperiosa necesidad. La perversidad “el espectáculo del mal” ha existido siempre.  Lo hemos padecido y  ha sido antagonizado sistemáticamente, con  la fuerza interior  que carecen los anti valores de la  corrupción, la criminalidad y los abusos que desde el poder anima y protege la impunidad.        

Toda persona puede ser injusta,  cometer actos de injusticia, sin  serlo.  “Injusto es quien actúa en contra de las leyes, exige más de lo que le corresponde y quiere introducir la desigualdad y el abuso entre los hombres. Pero el hombre justo surge de sus obras justas.” (Aristóteles). Por sus frutos los conoceréis, señala la Biblia. Y nuestro noble Patricio nos enseña: “Sed justo lo primero si queréis ser libres y con ello apagareis la tea de la discordia y la injusticia.” Parecen palabras olvidadas, muy distantes  y sin embargo, no hay otra solución, otro deber individual y colectivo, otra obligación mayor para los gobernantes que quieran perpetuar y honrar su memoria.

En una sociedad marcada por la violencia generalizada, indetenible, el hambre y la marginación, la explotación y la miseria reinantes en un pueblo partido en dos  por un sistema anacrónico, que simula una democracia y genera corrupción y desigualdades, se requiere de grandes trasformaciones en la forma de sentir y vivir a  plenitud, con alto sentido de responsabilidad y solidaridad social.  Es evidente que el futuro próximo  nace a cada instante y está en nosotros.

La nueva generación  “consiste en la prolongación de lo que es en nosotros (en nuestra historia) lo esencial  y no contingente, normal y no aleatorio”. Lo que nos une y no lo que nos separa. Todos tenemos la obligación principal de preservar y fortalecer la moral y la ética social y política. Sin ese empeño individual y colectivo, de hombres y mujeres en diferentes frentes,  de gobernantes y gobernados   dando ejemplo de vida austera, honesta, moralizante, la batalla por la búsqueda de la verdad, la igualdad, la democracia,  la equidad y el bienestar común  de antemano  está pérdida.

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