Los nativos dominicanos que en 1844 decidieron soltarse de las amarras esclavistas de los haitianos eran pocos, pero decididamente dispuestos a vivir sin ataduras de una población extraña y ajena a los sentimientos de quienes vivían pobremente en el oriente de la isla.
Era casi una quimera que una exigua población de raíces ibéricas pudiera enfrentarse a la poderosa fuerza bélica de la nación de occidente que poseía todo el armamento que los franceses habían dejado en su excolonia cuando salieron huyendo de la isla de Santo Domingo. Al poco tiempo era la primera nación negra de origen esclavo y africano como nación independiente en el continente americano.
Desde su origen como nación en 1804, los haitianos tenían en mente ocupar toda la isla al ver como el lado oriental estaba casi deshabitado. Era muy exigua la población española que aun con sus esclavos y en condiciones de pobreza otro era el panorama oriental cuando no existían brazos suficientes ni para la agricultura ni para los trabajos en las minas.
En ese preludio de la ocupación haitiana a Santo Domingo, la bisoña nación haitiana había establecido estrechas relaciones con Venezuela recién liberada con Francisco de Miranda y su libertador Simón Bolívar convertido en el paladín de la libertad del continente y arrollando las antiguas colonias españolas de América.
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Con Boyer en el poder, ya los haitianos consolidados como nación en 1822, decidieron ocupar la isla por completo bajo el alegato de que amplios sectores de la colonia española se lo estaban solicitando. Eso dio origen a un baño de sangre donde se impuso la fuerza del fusil y la arbitrariedad de una raza apenas educada y su mayoría iletrada y sin ninguna orientación cristiana.
El espíritu indomable de la raza ibérica y luego dominicana no permaneció sumisa a la ocupación y comenzaron a producirse conatos de sedición que eran aplastados inmisericordemente por la fuerza de ocupación. Y con el transcurso de los años, la dictadura de Boyer se consolidó, mientras la juventud rebelde oriental encontró a un joven llegado de Europa la raíz de su epopeya liberadora que inició la siembra de las inquietudes que se necesitaban para sacar a los apáticos ibéricos orientales de su conformidad.
Y hoy el país de oriente, convertido en la República Dominicana gracias a la voluntad de los jóvenes trinitarios que procuraban cristalizar un sueño bajo el embrujo de Juan Pablo Duarte, dieron inicio a una lucha que culminó en 1844 para darle a la formación de la Nación que habían soñado esos arriesgados jóvenes infatuados por el verbo del hombre que imbuido por los aires europeos de educación y de libertad quiso establecerlos en su tierra. Pero en la misma un grupo de sus hijos le pagaron con ingratitud para expulsarlo y no disfrutar de la patria lograda por sus esfuerzos e ideales.
Hoy tenemos un país que ha avanzado mucho con grandes tropiezos de malos gobiernos y lideres depredadores del tesoro público y aplastador de las libertades para conculcar el libérrimo pensamiento de la ciudadanía. Pese a esos tropiezos el país ha progresado y es ahora cuando la siembra de Duarte debe germinar en los corazones de las presentes generaciones arropadas por un modernismo negador de toda la cultura que nos fue legada por otras generaciones que fueron mucho mas cultas que las presentes.