De la política y la razón

De la política y la razón

Con Trump parece que la política está de moda, pero en forma negativa. La desconfianza marca de manera notoria la actitud de los ciudadanos de todas partes del mundo. Lo que parecía una mera desviación estadística en elecciones tan diversas como la de un referéndum sobre Brexit, la legitimación de un acuerdo de paz en Colombia, o algo tan convencional como la elección de un presidente, han terminado siendo un patrón mundial de cambios sorprendentes.
No es una mera casualidad que las encuestas se vean deslucidas ante la división de las sociedades, sin importar cuál sea el tema. Además de factores concretos como migración, crisis económica, escándalos de corrupción, desempleo e inseguridad en distintos grados, según sea el país del que estemos hablando, hay un factor particularmente reiterado que está presente en los inesperados resultados: la creciente valoración negativa de las figuras políticas y particularmente de la política misma.
El ciudadano de hoy ha decidido no desentenderse de la democracia, pero hoy como nunca está usando el voto de forma antipolítica. Ya el voto no parece utilizarse para elegir sino para vengarse. Los que votaron por Trump, a pesar de su obvio narcisismo y poca preparación política, lo hicieron sabiendo que el mensaje enviado no era un mensaje positivo. Tanto los que activamente votaron por él, como los abstencionistas querían mostrar su enojo. ¡Y vaya que se hicieron sentir!
La antipolítica avanza, y el demagogo, el inteligente manipulador, el personaje de feria e incluso el loco están encontrando espacios electorales más allá de la razón. De hecho, la reacción de esos resultados debe leerse no tanto como una reacción antipolítica o antiliberal, sino como una abierta reacción contra la propia razón.
En el caso del político, no es que represente en sí mismo lo razonable. De hecho, cuando miramos que en Nicaragua, como si a la monarquía del siglo XVII volviéramos, se elige en la misma boleta dos cónyugues a la presidencia y vicepresidencia de ese país, cuando en Venezuela la clase gobernante se aferra al poder ya sin argumentos, o cuando la representación de la oposición radical en España, la presidencia de los EEUU o de Rusia ejercen el instrumento de fuerza antes que el discurso racional, o cuando en sentido general nos indignamos contra el poder, y el poder deja de temer esa indignación si este aún mantiene la “legitimidad institucional” debemos preguntarnos si en esta ola anti política hay algo más profundo que una reacción democrática contra los políticos, parecería más bien, que hay una ruptura no sólo discursiva, con la idea misma de la razón.
Y es que, tanto en el que gobierna y el gobernado, parece que predomina la misma sensación de confusión. Todos han perdido el punto de encuentro en el que el debate era posible. No se trata solo de moralidades, crisis económicas, migración, desempleo, etcétera, también se trata de algo más profundo. Algo que deberíamos mirar con atención y aprender de ello. Un acontecimiento mundial y que anuncia el punto más alto de la burla posmoderna.

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