De la prostitución política

De la prostitución política

MIGUEL RAMÓN BONA RIVERA
Rosario Espinal, socióloga y politóloga de altas calificaciones, catedrática universitaria, nos edifica siempre con los enjundiosos artículos que publica regularmente en estas páginas. En su artículo publicado el 29 de agosto último, bajo el título de “Prostitución política”, Rosario inicia su exposición con el siguiente argumento: “En los años 60 y 70 Joaquín Balaguer sentó cátedra en corrupción, clientelismo y manipulación política. Los corruptos encontraron hueco en la administración pública para ejercer su oficio”. Sin elaborar más allá esta afirmación, la licenciada Espinal pasa a desarrollar el resto del artículo sobre la situación actual de la partidocracia y la prostitución política.

Al analizar los gobiernos de los doce años de Balaguer, nos encontramos con la falta de un marco de referencia previo. No hubo un gobierno anterior con el cual comparar las ejecutorias de Balaguer. Por tanto, el análisis se hacía por contraposición a los planteamientos teóricos de la oposición liberal de entonces, que condenaba los pecados del régimen balaguerista y prometía las más excelsas virtudes de la democracia y la honestidad administrativa como normas de gobierno, una vez se asumiera el poder.

Con el gobierno de Bosch, la comparación de los gobiernos de Balaguer se hacía inexacta, puesto que el primero apenas duró siete meses, y en ese corto lapso no podían aparecer todavía las presiones de desgaste.

1967 fue el primer año completo de gobierno de Balaguer. El presupuesto de 198 millones de pesos se distribuyó de la siguiente manera: 144 millones para gastos corrientes; 6.5 millones para el pago de la deuda pública; 47.5 millones para gastos de capital.

En comparación con 1966, Balaguer comprimió el gasto corriente en 9.4 millones y aumentó el gasto de capital en diez millones de pesos. Ese 1967  en la  capital ya se construían los edificios multifamiliares de Matahambre y la avenida Winston Churchill, la cual fue inaugurada el 16 de agosto de 1968 con luces de neón y arboleda. En el interior del país se iniciaba igualmente un vasto programa de inversiones públicas.

Así se trazaron las  líneas maestras de lo que serían los gobiernos de Balaguer: creciente inversión pública y fuerte constreñimiento del gasto corriente.

Hoy, cuarenta años después, el precio del petróleo es veinticinco veces más caro. La cotización del dólar es 34 veces más alta. Y el salario mínimo es cien veces más grande. Pero el presupuesto que gastará Leonel Fernández este año es mil doscientas veces mayor que aquel de 1967.

En aquellos tiempos el clientelismo político era prácticamente inexistente, ya que la base social del régimen era esencialmente rural.

Paradójicamente, el inmenso programa de inversiones públicas del gobierno reformista aceleró el proceso de urbanización de la composición poblacional, por cuanto la mano de obra para las construcciones provenía del campo. El esplendor de los centros urbanos era creciente y la migración del campo se acentuó no obstante la entrada en vigencia de las leyes agrarias. En cierta forma este proceso migratorio favoreció al PRD y desfavoreció al Partido Reformista.

Este proceso de urbanización-arrabalización  de la migración campesina es el terreno fértil en donde florecerá el clientelismo político de los años porvenir. Y allí, en la favela urbana en donde reside el antiguo campesino convertido ahora en obrero marginado, la prédica reinvindicadora del Partido Revolucionario Dominicano logrará el triunfo electoral de 1978.

El programa de inversiones públicas que aplicó Balaguer durante esos doce años produjo una movilidad social en ascenso nunca antes vista, que se tradujo en la aparición de una amplia clase media. A esto la oposición le llamó corrupción generalizada, siembra de varilla y cemento,  faraonismo ególatra, y muchos otros descalificativos.

Para 1977, último año completo de Balaguer, el presupuesto fue de 631 millones de pesos. Como resultado del ahorro interno, el 41.6 % de dicho presupuesto, o sea  263 millones de pesos, fueron aplicados a gastos de capital, dentro de los cuales Balaguer asignó 192 millones para la construcción de las presas de Hatillo, Rincón, Sabana Yegua y Sabaneta, obras éstas que hoy constituyen la piedra angular del sistema de energía hidráulica  nacional. La nómina fue de 182 millones de pesos para cubrir un total de 97,500 empleos en el gobierno central.

Llegado el PRD al poder a partir de agosto de 1978, solo diremos que en 1982,  año que comparten ambas administraciones perredeístas, la nómina pública era ya de 158 mil empleados. Ese año el presupuesto fue de un mil dieciséis millones, y se pagó de nómina 427 millones de pesos, mientras los gastos de capital apenas alcanzaron 238 millones.

Decir que Balaguer sentó cátedras de corrupción, clientelismo y manipulación, es más que una exageración; es una falacia que rechazamos y que estamos en disposición de discutir.

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