De la tragedia de Río Verde sesenta y tres años han pasado

De la tragedia de Río Verde sesenta y tres años han pasado

El día martes once de este mes de enero del dos mil once, año que discurre, se cumplieron sesenta y tres años de la tragedia aérea de Río Verde. Tragedia que conmocionó la conciencia de la nación dominicana. Y no era para menos, pues ello fue que a tierra se precipitó al pie de una montaña y entre espesos matorrales, el avión Douglas DC6 de la Compañía Dominicana de Aviación (CDA), provocando con tan estrepitosa caída la muerte de todos sus ocupantes que eran unos treinta en total.

Esa nave aérea accidentada en forma tan terrible tenía por piloto al capitán Ramón María Hernando Ramírez y por co-piloto al primer teniente José del Carmen Ramírez Duval. Encontrándose entre los muertos los integrantes del equipo de béisbol “Santiago”, exceptuando a Enrique Lantigua, quien habla optado por quedarse en Barahona.

El Douglas DC6 había salido de Barahona con destino a Santiago de los Caballeros. Pues ese día, el equipo de la Ciudad del Yaque se había enfrentado dos veces a “Las Estrellas Del Sur”, equipo de béisbol de la ciudad del Birán. También viajaba acompañando a los peloteros un grupo de deportistas santiagueros, entre ellos un niño. Treinta cadáveres horriblemente desfigurados fue el trágico balance de la macabra calamidad ocurrida en el paraje de Río Verde, de la sección de Jagüey, jurisdicción de Yamasá. En mi pueblo, en Bonao, los entonces corazones juveniles experimentamos un sacudimiento de cataclismo. Y un grupo de mozalbetes nos aprestamos a la carrera para salir a pies ligeros, hacia el lugar de la conmovedora tragedia. Tomamos un mapa y trazamos la ruta de nuestro precipitado viaje. Nuestro itinerario sería: Bonao-Piedra Blanca-Maimón-Majagual-Río Verde.

Han pasado sesenta y tres años de aquel terrible acontecimiento y perfectamente recuerdo que el grupo que partió a pie de Bonao hacia Río Verde lo integrábamos: Plinio Henríquez, Emilio Muñoz Marte, Ulises Espallat Ureña, Vinicio Cepeda, Lowensky  García Rosario, Silvestre Mella, Gilberto Velazco, Elooth Rosario, Aníbal Almonte, Roberto Rodríguez Suriel, Fausto de la Rosa, Haroldo Rodríguez, Ping Rosario, Cristino (Chino) Castillo, Ángel (Musiquito) Acosta y J. A. Núñez Fernández.

Camino de Río de Verde comenzó a oscurecer como una hora después de pasar por Maimón. Decidimos continuar la marcha hasta el lugar denominado Majagual, donde pernoctamos. Llegamos a Majagual, procuramos al Alcalde Pedáneo. Y ese bondadoso campesino sacrificó uno de sus cerdos para hacernos un “sancocho”. Y para  que pasáramos la noche nos habilitó con sacos, cerones, aparejos y esterillas, una amplia enramada con piso de tierra apisonada. Esa noche nadie durmió, pues cenamos  muy tarde y decidimos esperar el claror de la mañana (El Rosicler) como decían los poetas. Jaraneando Y dándoles cuerdas a algunos de los compañeros, especialmente a nuestro gula y cornetero Plinio Henríquez.

Desde que aclaró emprendimos la marcha y como a eso de las ocho de la mañana, hicimos alto en una vivienda donde había un apiario (un colmenar). En esa casa nos ofrecieron de desayuno café y miel de abejas en sus panales. Proseguimos nuestra ruta y llegó la ocasión en que de camino tentamos que utilizar el curso de un manso arroyuelo, que nos resultó muy largo. Por ese curso acuático y con los zapatos puestos, fuimos a dar, por fin frente por frente al cerro a cuya orilla cayó el avión. Corrijo! En vez de orilla, debí utilizar halda o falda.

Arribamos por entre matorrales al sitio donde convertido en chatarra se encontraba la nave siniestrada. Un cuadro como de tres tareas del tupido bosque había sido talado. Y como a treinta metros de los escombros del avión, estaba la tumba común.

Cuando llegó la hora de la partida, todos estábamos apabullados por la angustia. En alta voz y remembrando a Bécquer atiné a decir en voz alta. ¡Dios mío, que solos se quedan los muertos!

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