De la vida loca

De la vida loca

1
Todas nuestras locuras e insensateces son como las cabezas de la hidra de Lerna: renacen siempre a medida que se las va cortando.

2

Un entusiasmo desbordante por la vida es señal de buena salud. En demasía, conduce al desenfreno y al extravío. Toda pasión vital (toda vida pasional), si es auténtica, ha de afirmar y conservar siempre la vida, nunca aniquilarla. “Nunca en demasía”, fórmula de los estoicos, parece ser una buena máxima para un sabio goce de la vida.

3

No vivir ni muy rápido y muy lento. La vida tiene su cadencia, su propio ritmo, que nos impone y debemos respetar. Cualquier cambio introducido en ella, tendente a acelerarla o aminorarla, es resultado de nuestra injerencia en un proceso que se desvía de su cauce natural. El error consiste en querer imprimirle a la vida un ritmo distinto al suyo y en identificar falsamente intensidad con plenitud.

4

Dejemos de envidiar la vida loca. Descubramos la trampa: que una vida intensa y agitada no es sinónimo de una vida más plena. La vida activa de una artista popular o de un yuppie posmoderno de la gran urbe no es más completa que la contemplativa de un monje tibetano o trapense.

5

La vida, mal que nos pese, no es para nada una obra de arte. Y tampoco podría serlo. Sólo el esteticista cree lo contrario. Pero éste es un patético extravagante que, condenado a morir, como afirma Walter Pater, prefiere “arder en una hermosa hoguera”. El arte existe para corregir la vida, su imperfección, su esencial carencia, su falta de plenitud.

6

“Live fast, love hard, die young”. He aquí para los jóvenes un intenso programa de vida, de amor… y de muerte. La consigna que los hippies hicieron suya glorifica el exceso y el desvarío. La filosofía del “ir más allá de los límites”, hasta el extremo mismo, resume una especie de carpe diem nihilista que sólo puede conducir a la auto-aniquilación.

7

Considero las soluciones extremas y desesperadas al problema de la existencia: el alcohol, la droga, el crimen, la locura, el suicidio. Auto-suprimirse puede ser en ocasiones una salida decorosa (piénsese ahora en el decorum de los romanos de la decadencia, en las venas abiertas en la tina de baño justo antes de que irrumpa el verdugo), aunque jamás recomendable. Respeto profundamente al suicida, pero no le perdono su prisa desesperada por querer acabar pronto, ni ese gusto que le regala a un mundo que no lo merece. El suicidio o la locura no constituyen soluciones legítimas al problema del existir aquí y ahora porque terminan imposibilitando la vida, cuando de lo que se trata es justamente de afirmarla y enriquecerla, de intentar llevarla a su plenitud.

8

Aun rodeados de muerte, vivimos de necedades, de caprichos, de pasiones inútiles, de ilusiones, de mentiras y auto-engaños. ¿No serán nuestras vidas otra cosa que un largo ejercicio de la insensatez?

9

Consejos de un insensato al volante: conducir a toda prisa, acelerar y tocar bocina como un loco temerario, despreciar al transeúnte, violar todos los semáforos en rojo, odiar tener que colocarse el cinturón de seguridad… En resumen: no someterse a regla alguna, transgredirlas todas. Y si con ello se provoca un accidente o una desgracia, jamás lamentarlo. Nunca sentir la propia culpa. Siempre pensar que el insensato culpable es el otro.

10

Nuestra respuesta a la vida: un sí  otro sí y otro sí, nunca total, nunca entusiasta, nunca demasiado convencido.

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