De la violencia, el Estado y Ligia Amada

De la violencia, el Estado y Ligia Amada

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Se pregunta uno, desconcertado, ¿qué nos está pasando que nos arropa la violencia? Lo que sea está envuelto en blanduras de descuidos y en tinieblas de apáticas irresoluciones. Se habla de transformar la policía, adecuándola a las realidades delincuenciales dominicanas del presente, que, a la alta cifra, añade el espeluznante dato de que un tercio de los criminales de categoría diversa son menores de edad, incluyendo niños.

Se apunta hacia fallas en la educación escolar y doméstica. Niños sin padre visible y con una madre que debe trabajar largas jornadas fuera del «hogar» para poder adquirir lo básico para la vida. Y el panorama se ensombrece más con la preocupante realidad de que el número de niñas y jovencitas que apenas estrenan las señales de la pubertad resultan embarazadas, a consecuencia de una actividad sexual descuidada e impulsada por alcohol y drogas de efecto diverso.

Entonces resulta que como bien ha declarado la secretaria de Educación Superior, Ciencia y Tecnología, Ligia Amada Melo de Cardona, «el Estado debe abocarse a organizar una discusión amplia de todo este problema porque se nos está yendo de las manos y ya no valen las restricciones de la Policía». «Hay que ver qué está pasando en la República Dominicana, porque normalmente no éramos una sociedad tan violenta».

Totalmente de acuerdo.

El problema no es meramente educativo, y la funcionaria se refiere al caso del profesor Jean Torres, quien asesinó a la estudiante Jessica Rosalía Rodríguez, de dieciocho años, disparó contra un compañero y amigo de Jessica y luego de suicidó allí mismo. El móvil alegado: Jessica no correspondía a «su amor» y la amiga la apoyaba en su decisión.

El profesor Torres también era instructor de deportes, además de tener una educación que sobrepasaba los niveles bajos.

Entonces, el problema que nos agobia no se resuelve solamente con la creación de nuevos y mejores centros educativos y el establecimiento de instalaciones deportivas. El asunto es más complejo, pero le tengo gran temor al tedio de los Comités, a los irresolutos Seminarios y a los «profundos estudios» agónicos.

Habría que buscar y reunir un pequeño grupo de expertos en diversas áreas de la conducta humana, no más de cinco -a mi ver- y sacar conclusiones a breve término, ya que el problema no es nuevo -aparte de la espectacularidad de su fortalecimiento- así cabe suponer que cada uno ha pensado en el drama nacional y no creo que se necesiten muchas reuniones y dilaciones para proponer eventuales soluciones que deben merecer superprioritaria atención del Gobierno, al estilo de la construcción del Metro de Santo Domingo. Con prisa.

Hay ocasiones en las cuales no se puede esperar. Esta es una. La filósofa alemana-norteamericana Hannah Arendt, una de las más brillantes analistas del fenómeno político (1906-1975) hizo la terrible observación de que el mal se había banalizado. Comprobó, con sorpresa, que los responsables de las horribles matanzas en los campos de exterminio nazis, no eran monstruos inhumanos ni satánicos agentes del mal, sino simples funcionarios de la maquinaria del Estado. Eran hombres ordinarios los que habían manejado el exterminio con una frialdad estadística y una indiferencia de tecnólogos.

Así lo comentaba el escritor, economista y político venezolano Arturo Uslar Pietri en 1976 en un artículo desde París, apuntando luego que «Es esa banalización del mal la que constituye la peor característica y la mayor amenaza de nuestra época.» Agregó que «El poder de indignación ha tendido a desaparecer con la caída de los valores de la civilización».

Y yo me pregunto: ¿Estamos enseñando los valores de la civilización?

¿O es que estamos borrándolos para establecer como supremos los valores negativos, el egoísmo ilimitado, el hedonismo y la inhumanidad?

Repito: Hay ocasiones en las cuales no se puede esperar.

Esta es una.

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