La comunicadora Larimar Fiallo y las protagonistas del estafador de Tinder solo tienen en común que son mujeres.
Son de países y contextos distintos, pero solo tener un género en común, el femenino, les condiciona para vivir experiencias semejantes, con un factor común: una parte de la sociedad te culpa, te juzga y te revictimiza. Ya lo decía la filósofa feminista Simone de Beauvoir: «No se nace mujer, se llega a serlo».
En el caso de Larimar, y aunque además de la perspectiva de género, la lectura de clase es vital siempre en mis análisis, en este caso la de género se impone. Un funcionario o empleado público, ni ningún ciudadano común tiene derecho a hacer comentarios sobre el físico de una mujer.
Ya lo he escrito antes: eso no es piropo, a menos que haya confianza y consentimiento, es acoso sexual callejero, y hay países como España donde los ayuntamientos multan por eso.
Sin embargo, es muy penoso, y da cuenta del atraso de nuestra sociedad en materia de género, algunos comentarios desagradables proferidos hacia Larimar, como si ella, y no el agente, fuese la culpable.
Exactamente eso sucedió en el caso de las protagonistas del famoso documental de Netflix: “El estafador de Tinder”. Cuando algunas denunciaron el caso ante las autoridades y la opinión pública, es increíble como en las redes no faltaron comentarios mordaces que intentaban ridiculizarlas y juzgarlas.
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De acuerdo con datos de 2021, de ONU Mujeres y la OMS, una de cada tres mujeres es víctima de violencia física o sexual en su vida. Al igual que como el COVID-19, detectar a tiempo estos casos es vital para evitar que lleguen a las últimas consecuencias, que en el caso de la violencia serían los feminicidios, inclusive.
Pero, ¿Cómo lograrlo si cada vez que una mujer denuncia acoso o violencia parte de la sociedad se vuelca a ella con el dedo acusador?
¿Dónde están las políticas educativas para comenzar, así sea con las futuras generaciones, a cambiar las reglas de juego, las miradas hacia las mujeres, no como pedazos de carnes, sino como seres integrales y con derechos?
¿Dónde están las políticas transversales desde el Ministerio de la Mujer, Procuraduría General, Policía nacional y Salud Pública para que las mujeres tengan redes de apoyo?
En el documental de Netflix habla de herramientas importantes de las que podemos aprender: la sororidad, el trabajo en equipo entre mujeres, el periodismo profesional y el uso adecuado de la opinión pública.
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Hasta que esto no pase, y pase en serio, otros países tendrán revoluciones como el “Me too”; mientras aquí se sigue abonando al imaginario de que las mujeres debemos recibir “calladitas” todo los que nos quieran decir, porque así lucimos más bonitas. Porque si nos quejamos es nuestra culpa, queremos brillar, buscar sonido, somos exageradas o de una generación de cristal.
Recuerdo cuando me convertí en adolescente cambiaba de acera al ver un grupo de hombres, porque no quería escucharles hacer comentarios morbosos sobre mi cuerpo. También dejé de comer bolones por la misma razón y durante años caminé encorvada, escondiendo mis senos.
Creo que en pleno siglo XXI ya está bueno de que las mujeres tengamos que escondernos. Merecemos ser libres, vestir cómodas, lucir cómo queramos, utilizar aplicaciones de modo seguro y la sociedad y el Estado deben garantizarnos que eso suceda sin que seamos víctimas.
Ahora bien, si no pasa así, lo mínimo que merecemos es respeto, sanción contra nuestros agresores y al menos la paz de que como siempre, no seremos las malditas Evas del supuesto paraíso.