De las lluvias a los ríos

De las lluvias a los ríos

PEDRO GIL ITURBIDES
Ahora que el período de huracanes se ha presentado con su faz aterradora conviene que recordemos que buena parte de las precipitaciones pluviales no se quedan en los lechos fluviales. Esas aguas se desplazan directo hacia el mar, en todo el contorno de la isla, no tanto porque el suelo haya perdido su capacidad de absorción, sino porque se han eliminado especies vegetales, y no hay modo de retenerlas. Por tanto, como no encuentran en la tierra tiempo y sitio de infiltración, esas lluvias no enriquecen el manto freático. Y a estos males es preciso añadir que se llevan la capa vegetal.

He cavilado sobre ello a propósito de las aguas caídas en las horas que precedieron, continuaron y son secuela de la tormenta. Porque ríos que niño conocí con rico caudal, aún en el estío, son hoy asiento de negocios diversos, comenzando por las extractoras de material para construcción. Y me pregunto si nos hemos detenido a pensar en el tipo de país que legaremos a hijos y nietos. Sin duda que no hemos reflexionado sobre ello.

Hace unos años corrí paralelo al Vía, en la zona montañosa que penetra hacia Peralta. Para mi sorpresa hallé un hidrómetro en el que todavía se leían medidas que les fueron útiles a nuestros padres en los decenios de 1940 y 1950. Por increíble que parezca, al detenernos en la comunidad de El Barro, cuestionamos a un lugareño. Desconocía del uso de aquel palo, como lo describiera, y aseguró que niño veía unos hombres que entraban al río a «mirarlo».

Y en efecto, lo miraban. Sin duda que aquella lectura se hacía en las épocas de lluvia y en el estiaje, como parte de un estudio del potencial hídrico. Del mismo hablamos con frecuencia, y sin duda tendremos procedimientos diferentes de medición del caudal de las aguas corrientinas. Pero desconocemos cómo, cuándo y dónde lo hacemos. Sobre todo porque hemos tumbado tantos árboles y reducido tanto los bosques, como extraído arena, grava y gravilla de los lechos, que no sabemos si estos caudales son medibles.

Este Vía fue usado entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX por la familia Recio para hidrogenerar electricidad para sus instalaciones cafetaleras de las montañas. En alguna ocasión comenté esta noticia a personas de Peralta y de Azua, que expresaron su extrañeza. ¿Y por qué no se sigue haciendo? ¡Porque ya no tiene agua, sino cuando pasan ciclones o se producen otros temporales ocasionales!

Pienso, para no marchar muy lejos, en el Nigua. Todo el que fue alumno del Instituto Politécnico Loyola en el decenio de 1950 sabe que este río mantenía aguas con apreciable fuerza. No recuerdo haber contemplado los charquitos que, como cristales fragmentados y esparcidos, caracterizan este río ahora. Y es que estamos laborando, intensa e incansablemente, para destruir éste y otros cursos de agua.

En Villa Altagracia son muchos los lugares de estribaciones montañosas, en donde la tala no se detiene. La excusa que mantiene el hacha cimbreante es legítima: el hambre. Pero es, igualmente, una explicación que muestra la insensibilidad, la inconsciencia, y el desconocimiento colectivos. ¿Cuánto quedará de la cuenca del Haina cuando tumbemos los últimos palos de esta subregión? No habrá valido entonces que los muchachos del Coro Estudiantil repoblasen Novillero, puesto que en las cercanías habremos roto el equilibrio ecológico.

Ahora que por cuestión de temporada caen intensas lluvias, es bueno que reflexionemos sobre un proceso de tala que no hemos logrado contener adecuadamente. Porque cuando estas lluvias incesantes nos llegan, erosionan el suelo, Y todo lo que fue capa vegetal pasa a alimentar lechos marinos.

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