De las pestes del lenguaje
al placer de lo nimio

De las pestes del lenguaje <BR>al placer de lo nimio

POR PLINIO CHAHÍN
La ambición de un escritor consiste en desarrollar al máximo las potencias del lenguaje. El escritor lúcido es el que tiene conciencia de esta esclavitud, y por ello, trata de sobreponerse al lenguaje y dominarlo. De ese acto nace la obra. Pero no se domina el lenguaje para someterlo, a su vez, a otra esclavitud, sino para liberarlo, para llevarlo a alcanzar la plenitud que de algún modo encierra. Si la obra es un triunfo sobre el lenguaje, la verdad es que también resulta ser un triunfo del lenguaje mismo.

¿No es en la obra, acaso, donde la palabra es más palabra o está más cerca de la Palabra? Y ya creada ¿no tiende la obra a independizarse de su autor y a revelar significaciones que él no había previsto del todo? Es decir, ¿no hay en el propio lenguaje una energía intrínseca, una fuerza de contagio, que, lejos de ser esclavizante, actúa como una fuerza creadora? Aun la pobreza del lenguaje (no tenemos palabras, en verdad, para nombrarlo todo) ¿no ha servido para estimular todos los sistemas metafóricos y aun míticos? De tal suerte, no es raro que sean los escritores más rebeldes contra el lenguaje los que con mayor pasión le profesen.

Esta búsqueda es una pasión que, en el poeta dominicano José Mármol (1960), se troca en vertiginosa obsesión. La visión del arte, la filosofía y la literatura como un mundo autónomo aparece en Las pestes del lenguaje y otros ensayos y El placer de lo nimio (ambos del año 2004), como símbolos y encarnaciones imaginarias de la realidad. Aquí nuestro ensayista analiza la poesía como una forma de vida y de conciencia. «La poesía es esa dimensión estética en la que, por medio del lenguaje, conviven y comulgan el sentimiento y el pensamiento, el tiempo vivido y el tiempo que vendrá» (El placer… pág. 15).

¿Acaso no es este el verdadero descubrimiento de la sabiduría popular y la «conciencia en sí», que se desgarra y yerra? Podría decirse que es la victoria del no. Tal situación central del lenguaje no conduce, como podría creerse, a la confianza total por parte del escritor. Al contrario, éste comienza su obra interrogándolo, reflexionando sobre su poder o eficacia. Por una parte, quiere llevar al lenguaje a su máxima posibilidad expresiva; por la otra, tiene conciencia no sólo de la máxima imposibilidad de lograrlo, sino del equívoco que encierra la expresividad misma. En uno y en otro casos, su actitud es crítica. En su búsqueda de una máxima posibilidad expresiva, el escritor, ciertamente, lo que intenta es crear «otro lenguaje»: una alquimia verbal, una magia evocadora.

No podía ser de otro modo. José Mármol es uno de los creadores más lúcidos de la literatura dominicana; parte de su labor crítica, desde Ética del poeta (1997), hasta estos dos últimos libros forma un tejido sensible, comparable en erudición sólo algunos escritores criollos. Esa erudición tiende a una síntesis donde la experiencia estética prevalece: en esa experiencia se siente además la aventura personal, la pasión de una búsqueda. Dice Mármol: «Un poeta, y no precisamente un erudito, científico o académico, es lo que más se parece a Dios. Nada antecede a una palabra. Todo ocurre después de ella», pues para ello es necesario crear una obra de imaginación (Las pestes… pág. 107 y ss.).

De este modo los cambios en el trayecto de su concepción y los procesos que traducen, desde las proyecciones y las incidencias de la escritura, se formalizan en un discurso cultural, cuya validez no reside en una supuesta correspondencia con lo real, sino con la escritura misma. En ambos libros compartimos -además de una escritura mesurada, irónica, capaz de variar matices- la concepción del arte como forma y como juego: una forma que se convierte en la esencia misma de la creación, un juego que llega a implicar la más plena realidad (El placer… págs. 75, 85, 89 y otros textos). Esto no deja de ser encomiable si pensamos en el verismo y el prurito sociologizante que todavía abruma a la crítica tradicional dominicana. Las ideas de Mármol nos revelan lo radical del cambio que postula. José Mármol asume el concepto de que el uso del lenguaje, como dice Italo Calvino, es una epidemia pestilencial que azota a la humanidad, cosificándola y limitándola en su percepción del mundo.

El problema radica «en una gran debilidad de reflexión estética y de conocimiento de las virtudes racionales, lógicas y poéticas del idioma, a lo que habríamos de sumar, el virus de la circularidad de los discursos ideológico-político, esotérico-moralista, seudomístico, de la mera evidencia cotidiana o infrarrealiasta y el vulgarmente académico, entre otros, todos desgastados y entumecidos frente a una movilidad del tiempo y el espacio que los desfasa» (Las pestes… pág. 62 y ss.).

Por encima de la fenomenología de lo cotidiano -aunque es imposible determinar el límite exacto- existe un mundo creativo mucho más amplio. De acuerdo al análisis de Maurice Blanchot, lo propio de lo cotidiano consiste en designar una región o un nivel de habla como oposición entre el sí y el no; no se aplica, por estar siempre más acá de cuanto lo afirma y sin embargo reconstituyéndose sin cesar más allá de cuanto lo niega.

Ello no es fortuito: puede invocarse el trastocamiento dialéctico. Puede decirse que a través del diario vivir somos incapaces de aprender el significado misterioso de lo cotidiano. No podemos hacer palpable su valor sino declarándolo sensacional; incapaces de seguir su proceso en la inapariencia, lo que capta bajo la forma dramática del proceso; incapaz de alcanzar lo que pertenece a lo histórico, informativo y farandulero, pero que está siempre a punto de irrumpir en la historia como trascendencia de un importante acontecimiento.

La percepción de un acontecimiento no es la historia bajo las especies de lo cotidiano y, en el arreglo que nos ofrece, sin duda traiciona menos la realidad histórica que lo incalificable cotidiano, ese acontecimiento sin cualidades, que nos ingeniamos vanamente en calificar, es decir, en afirmar y transcribir como históricamente trascendente.

Si Mármol dice: Si la mediocridad, la tozudez y el desatino propagandísticos, disfrazados de arte ideal o modelo estándar han logrado finalmente vencer la verdadera cultura, como acusa la promiscua realidad nuestra, «entonces me colocaré orgulloso del lado de los vencidos, de los derrotados, de los fracasados en la proeza de enriquecer la vida y el espíritu en sociedad, de enaltecer las virtudes del idioma y ampliar la percepción del mundo a través de una nueva y más fértil sensibilidad y de un individuo nuevo, ética y ontológicamente pertinente» (Las pestes… p.13 y ss).

Experimentar la cotidianidad es poner a prueba en José Mármol el escepticismo radical que es como su esencia, y por el cual, en el vacío que lo anima, no deja de contener el principio de su propia crítica. En este autor, lo cotidiano lo experimentamos a través de una percepción que bien parece ser la brusca e insensible aprensión de un mundo manipulado hacia donde uno se desliza, en la nivelación de una duración quieta, sintiéndose para siempre hundido en él, a la vez que siente haberlo perdido ya, siendo incapaz ahora de decidir si hace falta más lo cotidiano o si es demasiado todavía.

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