De lo antaño y lo hogaño, de lo bueno y de lo malo

De lo antaño y lo hogaño, de lo bueno y de lo malo

Sí. Indudablemente la tecnología avanza a pasos aperplejantes, propios del gigante de las siete leguas. Ayer he sabido de un teléfono  celular que lee los labios  y es capaz de realizar conversaciones entre personas, sin que medie el sonido de  una sola palabra. Ya el británico Aldous Huxley (1894-1963) escritor que cultivó la novela, la crítica, la historia y el ensayo, nos asustó con su Brave New World (traducida al español como Un Mundo Feliz), obra en la cual, según el ilustre erudito Martín Alonso, “ensayó la visión mordaz e irónica del mundo futuro”. En otras obras, “Contrapunto”  y “Con los esclavos en la noria”, Huxley anuncia una humanidad desorientada.

Me costó trabajo leer Brave New World. Lo hice a saltos, con terquedad angustiada y un tormentoso rechazo a la visión que Huxley nos ofrecía de un mundo futuro.  Deseaba poder verazmente rechazar de plano el mundo futuro que él nos anunciaba, en el cual el humano quedaba disminuido hasta llegar a ser una pieza insignificante de un gran mecanismo controlador de todo.

Pero ¿no estamos llegando ahí?

¿No están intervenidos los teléfonos de quienes puedan, eventualmente, disponer de informaciones que el Gran Poder quiere ocultar?  En países más poderosos ¿no existe una vigilancia del Gran Poder sobre personas consideradas importantes? ¿No existen cámaras miniaturizadas y ocultas en diversos objetos del hogar de éstos, mediante las cuales no sólo se escuchan palabras, sino que se ven gestos que denuncian afecciones y desafecciones silenciosas?

Ya no bastará el silencio desafectivo. Bastará el hogareño gesto denunciador para que puedan diseccionarse las entrañas del íntimo pensamiento del ciudadano.

Ciertamente, los “futurólogos” (tal vez, exceptuando a Nostradamus, hasta ahora) se han equivocado. El mundo no se ha acabado cuando ellos predijeron. La insistencia rusa en descifrar la astrología y “ver” el futuro, cayó de bruces y se rompió el rostro cuando no anunció nada menos que el final del fracasado sistema comunista (mantenido en Cuba con la gallega terquedad de Fidel)  y tampoco predijo la tragedia de Chernobil.

Creo que el remoto poeta y astrólogo persa Omar Khayyam tenía razón cuando afirmaba que “del misterio nunca sabrás nada, triste ser humano. Por siempre tus ojos permanecerán en las tinieblas”.

Con esto de la modernidad, que en verdad se refiere sólo a lo superficial, a lo frívolo, a lo baladí y a lo aparencial, aparentamos estar en una funcionalidad  “futura”.  “Moderna”. Diferente. Mejor.

Pero se  trata  de los viejos defectos y pecados de siempre, trajeados a la moda que demanda la “modernidad”. Y uno se pregunta, respondiendo una pregunta de la ilustre antropóloga norteamericana  Margaret Mead  (1901-1978) en su obra “Culture and Commitment” (Doubleday & Co., 1972) “Puedo yo depositar mi confianza en alguna cosa?” (Can I commit my self  to anything?”.

Me temo que no.

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