De lo humano y las torceduras políticas

De lo humano y las torceduras políticas

Ciertamente, nunca he creído que “todo tiempo pasado fue mejor.” Especialmente en esta República nuestra, inválida, menospreciada en su valor, extremadamente dependiente de ayudas extranjeras, aceptante de que resultar en quinto lugar en valoraciones internacionales tenía sabor a triunfo.

Acercándome ahora a los ochenta años de juventud, recuerdo perfectamente las expresiones denigrantes que hacían los ancianos de sesenta o setenta acerca del panorama nacional, cuando apenas era un niño “llevado de la mano por la vida” (como alguna vez dijo Rubén Darío) y escuchaba a esos viejos, manifestando su incredulidad en una  posible organización de la República Dominicana.

-Ya se lo decía el papá de Sánchez –Siño Narcisaso- a su independentista hijo Francisco del Rosario: “Esto será país, pero Nación, nunca”. Así decían aquellos ancianos desencantados, intoxicados con la amargura de la desesperanza. Tal vez no eran todos más patriotas que muchas gentes de hoy, pero sus ambiciones personales no alcanzaban el poderío terrible de la mayor parte de quienes en nuestros días han hecho descender el significado de “Representantes del Pueblo”, de la altitud que tuvo en otros tiempos ser Senador o Diputado.

No es que los antiguos Senadores y Diputados de aquí y de allá sean y hayan sido  alguna vez, dignos de formar parte de los Niños Cantores de Viena, pero todo tiene un límite (que hasta Albert Einstein mantuvo entre sus grandes dudas en cuanto a la ilimitada extensión del Universo). 

¡Tantas cosas oscuras, tantas ocultaciones que uno no sabe qué creer, podrían invalidar nuestro  ascenso hasta las alturas que podernos considerar honestamente propias de  una Nación en elevación humana!. No a fuerza de “elevados vehiculares” ni apariencias de civilización, sino a consecuencia de un triunfo sobre el desencanto, la desilusión,  el desengaño de la factibilidad democrática cuando predominan los intereses instantáneos y la impaciente voracidad.

Cortarle al pueblo una posibilidad de ser honesto y valiente,  no obediente, a ciegas, de propósitos políticos y de intereses personales (trajeados como patrióticos) como los que suelen pintar líderes, que, al fin y al cabo, se sienten Mesías, lo cual se añade al brillo del cargo presidencial, que no dista mucho de proveer las reverencias que continuamente recibían reyes y emperadores. Tiene uno que cuidarse para resistir el ancestral hábito de inclinarse ante el mandatario y prácticamente poner la cabeza en el suelo. Ante tal conducta generalizada ¿cómo puede un Presidente  dejar de verse por encima de las multitudes nacionales y  no considerarse un semidios capaz de establecer lo que es importante o no? ¿Lo que es prioritario o no, conforme a las auténticas y dramáticas realidades nacionales?

El trabajo presidencial es terriblemente difícil en un país como el nuestro, especialmente en estos tiempos de cambios, de internacionalizaciones que, como siempre, están encaminadas al beneficio del más fuerte.

Aunque hoy vistan otros ropajes.

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