De lo turbio, lo confuso y lo laberíntico

De lo turbio, lo confuso y lo laberíntico

Vamos, es que las noticias nacionales lo llevan a uno, a empellones, a un laberinto peor que aquel famoso de  Creta, porque por lo menos aquel se sabía dónde estaba y el actual que nos desconcierta a los dominicanos es tan volátil, movedizo e intangible que no sabemos siquiera por dónde se entra en él.

Menos aún, por dónde se puede salir.

 Si no voy a tratar del acuerdo político Leonel-Miguel (PLD-PRD) es simplemente porque la alta política se mueve conforme a situaciones variables, a realidades camaleonescas, en las cuales las ventajas que se presumen en un momento resultan apuntar a desventajas e inconveniencias. Pero hay “sombras nada más”  (como señala uno de los pocos boleros que conozco) en otras muchas cosas.

La Policía Nacional está en un berenjenal de actitudes incomprensibles. No digamos sólo el extraño caso del (¿secuestrado?) joven Balderas,  no tratemos de indagar acerca de la muerte a balazos de Cecilio Díaz y William Batista Checo, de los sistemas de interrogatorios y el acoso burdo a familiares inocentes. Esa Policía Nacional  desplegó hace poco un amplio operativo que agradezco cuando, pasados varios días desde que no se tenían noticias de mi hijo, presenté al Departamento de Personas Desaparecidas de la Policía la noticia de nuestra preocupación familiar. Extensas e intensas investigaciones se realizaron. Hubo incluso declaraciones, confesiones y acusaciones que hablaban de secuestro e incluso asesinato. Pero resultó que mi hijo estaba apaciblemente establecido con una familia de campesinos, muy cerca de un Destacamento Policial, en las cercanías de Barahona, sin hacérnoslo saber, y regresó tranquilamente al mes viniendo a ser simplemente una nueva versión de la obra teatral shakesperiana,  “Mucho ruido y pocas nueces”. Aunque las nueces resultaron muy amargas por la incertidumbre que nos torturó junto a insospechables masas de una sociedad solidaria.

Este asunto del eventual secuestro del joven Balderas está envuelto en sombra de ineficiencias y de abusos que parecen girar dentro de una licuadora  que no licúa, que no mezcla, que no convence.

Pero lo turbio, confuso y laberíntico se extiende como un derrame de petróleo en el mar. El Congreso Nacional no es confiable, y lo demuestra. La Justicia está en entredicho. Las instituciones armadas presentan más defectos, debilidades delincuenciales y capacidad de “arreglos”, de los que siempre se les puede adjudicar a cualquier organización o institución humana.

No es que seamos un país de delincuentes o una población fundamentalmente defectuosa, carente de valores morales. No.

Somos como los demás, sólo que no aplicamos sanciones, no hay castigos, ni aún reprimendas enérgicas y públicas por parte de la autoridad.

Ninguna autoridad renuncia avergonzada como sucede en otros países, en los cuales una sospecha provoca un retiro voluntario.

¿Es que somos un paraíso de la impunidad?

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