De lo viejo, lo nuevo y lo mismo

De lo viejo, lo nuevo y lo mismo

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
A menos que se pase uno el día y la noche leyendo y consultando Internet, no puede mantenerse al día ni siquiera en un tema. La cantidad de libros que salen de las editoras cada día en el mundo, publicados en idiomas que podemos leer sin mayores dificultades, es abrumadora. Para mí una gran librería, digamos la norteamericana Barnes & Noble y equivalentes en español, francés e italiano, me abruman, exceptuando exquisitos libros como los del milanés Franco Maria Ricci, quien es capaz de acoger, pulcramente traducido, libros como “Le Bain de Diane” de Pierre Klossowski e imprimirlo en 1983 en forma artesanal en una edición de cincuenta mil ejemplares numerados, realizados en papel Fabriano con exquisitas láminas a todo color, pegadas, una a una con delicadeza de monjes medievales. Entonces me inundo de deleitosa admiración.

Bueno, uno paga una alta suma (o alguien, como el arquitecto y pintor Christian Martínez, coincidente en París, nos regala una que otra de estas ediciones de coleccionista). Entonces uno las acaricia, las contempla, finalmente las lee, olfateando el esfuerzo multidisciplinario que hubo de demandar tal producción.

Lo que intento expresar es que no podemos leerlo todo, pero resulta que el humano de hoy es el mismo de hace milenios. Latentes están los extendidos defectos y las escasas virtudes. En el mundo “moderno” (nos olvidamos que todo fue moderno en el momento de su aparición y vigencia). Olvidamos que el arco y la flecha fueron armas tan temibles como son hoy los misiles cargados de lo que sea. Que el “fuego griego” disparado por catapultas “elementales” era terrible para los navíos y el aceite hirviente derramado sobre los invasores desde lo alto de los castillos o fortalezas sitiadas, también.

No escapo al recuerdo de mi padre que, frente a una hermosa mujer en plenitud, que se proclamaba “una mujer moderna”, le dijo frente a mis torpezas que entonces ella debía explicarle lo que podía ofrecer a su amante que no hubiese ofrecido Cleopatra con fenomenal éxito en el tercer decenio antes de Cristo, tanto a Julio César como a Marco Antonio, quien quedó petrificado ante quien había conocido como una chiquilla en Alejandría y ahora se presentaba como una mujer radiante de belleza y artes de encanto, que lo invitó a comer en una barca de ensueño cargada de ensoñadoras jóvenes. La animadversión de Antonio se esfumó como éter. En el aperitivo de la comida, la reprendió con arrogancia. En los postres le había regalado Fenicia, Chipre y extensiones de Arabia y Palestina. Ella lo recompensó esa misma noche y los generales romanos acompañantes debieron conformarse con las ninfas espléndidas que formaban el séquito de la reina egipcia.

Mientras leo y medito los procesos de la historia, más me golpea la sabiduría del: “Nihil novum sub cole”. Nada nuevo bajo el sol.

Quienes menosprecian la sabiduría antigua, sustituyéndola por lo último que aparece en Internet o en una edición oriunda de este confuso siglo 21, que es tan confuso como todos los anteriores, cuando se afirmaba que la tierra era plana o cuando se comprobó que era redonda, cuando el papado era meramente un poder terrenal fundamentado en poderes espirituales que no tenían nada que ver con Cristo, cuando en Su nombre se instituyó el horror de la “Santa Inquisición” (que no empezó en España), cuando se realizaron Cruzadas de Niños contra los “infieles”, cuando Rousseau predicaba su “Contrato Social” que aún es un sueño, o cuando los Padres Fundadores de Norteamérica pregonaban valores éticos que aún forman parte de una Utopía… cuando el comunismo creía (o decía creer) en la igualdad, pero la Unión Soviética se levantó sobre la crueldad hacia los más débiles y pobres, para convertirse en una asustante potencia bélica… todas las ideas y propósitos parecía nuevos.

¿Lo eran?

Todo ese extenso período de adoctrinamiento especialmente estalinista, ¿no ha desembocado en la temible “mafia” rusa y en una actitud irreverente y desafiante hacia los valores humanos? ¿Los más altos y nobles?

Todo equilibrio político está fundamentado en una dosis de justicia social, a la medida de lo posible y conveniente para la salud del Estado.

Alejandro Magno (rey de Macedonia del 336 al 323 a.c.) lo tenía bastante claro. Muchos gobernantes de hoy, 2005 después de Cristo, todavía no lo entienden, aceptan, o creen que pueden manejarse de espaldas a estas realidades.

Y, señores, ya lo afirmó Toymbee: la historia se repite si se repiten los errores y las injusticias.

Hablemos ahora de cosas meramente dominicanas. Si a uno le arrancan del bolsillo enteco los magros recursos económicos que posee, y el Gobierno devuelve una mínima parte de lo que recauda, y las escuelas están en la miseria y aún más los hospitales… si una persona labora cuarenta, treinta o cincuenta años en el Estado, aportando lo que puede, lo que tiene, lo que se le permite con la falta de electricidad, de alimento, de medicamentos, de respeto a una entrega que fue, otrora, por lo menos, reverenciada con normalidad porque no había que tener jeepetas para ser respetable, y los eruditos profesores de las escuelas, Normal incluida, vivían modestamente, sin autos ni mansiones, pero con gran dignidad merecida. ¿Hemos avanzado? ¿Es esto modernismo? Y nos encontramos con quienes creen que hay que leer lo último que se escribió para encontrar allí las alternativas y soluciones.

No. Pongamos atención a lo nuevo… con mucha cautela comprobatoria.

Utilicemos los viejos y siempre nuevos consejos de los antiguos.

El humano es el mismo. Exactamente el mismo.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas