Por Julio Ravelo Astacio
Este término fue introducido a la ciencia por René Descartes. Múltiples teorías, especificaciones y diferentes enfoques se han realizado del mismo a través del tiempo, tratándose en cada caso de diferenciar; precisar; separar de otros como son: emociones, sentimientos y pasiones.
Resulta innegable el vínculo que desarrolla la capacidad de ser amado con los desarrollados durante el crecimiento. Las emociones completan los afectos (Wetherell, 2012). Cientos de investigadores, neurociencistas, sociólogos, humanistas, han hecho importantes consideraciones sobre el particular. Pero pasando por alto esas importantes investigaciones y teorías, me permito hacer algunas reflexiones acerca de los afectos y sus repercusiones.
Ya se ha expresado, el ser humano es, a la vez, sencillo y complejo. Cosas, hechos que parecerían no tener mayor repercusión le pueden hundir en la duda y la desesperanza. Mientras otros de gran envergadura, lo pueden convertir en una sola pieza, fuerte y cohesionada.
Los afectos deben ser, tienen que ser vínculos estables en el núcleo familiar, conyugal, laboral, cultural, deportivo. Los humanos llegamos al mundo, desamparados, sin defensas, a merced de que nuestros progenitores o tutores nos ayuden a sobrevivir, nos protejan. El llanto, el dolor y hasta las rabietas son parte de ese pedido constante de ayuda.
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Pensar en el sufrimiento y el dolor de una vida indefensa nos tiene, obligatoriamente, que llevar a pensar cómo podemos convertirle en un ser humano fuerte, capaz, persistente, luchador. Que se proponga y logre sus metas.
Educar es dotar de habilidades, conocimientos y buenas orientaciones al que se educa. Sin esperar otras cosas a cambio, que no sean la superación, el crecimiento personal y el desarrollo de una formación solidaria para con los demás.
Educar en el afecto es trascendental. Nacemos débiles, con escasa conexiones neuronales. Una criatura en esas condiciones y durante el proceso de crecimiento está expuesto a todo.
Qué hacer para ayudarlo: dotarlo pues de las herramientas que permitirán su crecimiento y desarrollo en la vida de manera armónica. Darle cariño y comprensión, desde sus primeros días, sin descuidar su adolescencia; período de tantas y delicadas variaciones.
El cariño, la comprensión y el amor son incompatibles con las normas, disciplina y límites claros de lo que se debe o no debe hacer. De ninguna manera, sin límites claros, definidos, la vida y su entorno se tornarían borrascosos. Una buena dosis de comprensión y amor, debe ir unida a una disciplina y algunas exigencias a las que no se puede renunciar.
Realizar sus tareas, cuidar su higiene, su habitación. Permitir los juegos con horarios y tiempos definidos. Tratar de pasar tiempo con ellos, escuchar sus preocupaciones, atender a sus quejas, abrazarlos, pasarle las manos, quererlos, es parte importante de lo que requieren para estimularse; hacer cosas nuevas, sentirse queridos, valorados.
Ninguna madre o padre puede en sentido estricto valorar todo lo que para su descendiente significa un beso, una exclamación, compartir un helado o ver una película juntos para celebrar sus logros.
Estos son hechos que calan y entran en su diario vivir. Un acto tan sencillo como darle unas palmaditas, asentir que va bien, con un gesto o una mirada puede ser más que suficiente para que se sienta gratificado. Es decir, el ambiente familiar propicio y adecuado fortalece las estructuras mentales. Da seguridad, mejora su autoestima y le torna en un ser más comprensivo y tolerante ante los demás.
Cientos de trabajos e investigaciones científicas han demostrado como aquellos, que, por desgracia, no reciben esos afectos terminan siendo personas frías, calculadoras, egoístas, excesivamente ambiciosas, capaces de hacer cualquier cosa para adquirir aquellas que, por sus limitaciones no pueden.
Se podría decir que esto no se puede aplicar en sectores económicamente más humildes de la población. Pero la vida, a diario nos muestra como niños de hogares muy pobres, por los afectos y valores inyectados por sus padres y familiares, son capaces de hacer cosas relevantes que les permitan vivir con dignidad y decoro para orgullo de su familia, barrio, pueblo o país.
Tenemos miles de ejemplos. Les invito a hacer esta prueba. No siempre se obtendrán los mismos frutos, pero de seguro mejorará la cosecha. Es lo que todos deseamos.