De los diminutivos dominicanos

De los diminutivos dominicanos

JOSE ALFREDO PRIDA BUSTO
Saludos a todos. Hoy trataremos el tema de los diminutivos, usados ampliamente para un sinfín de cosas aquí en República Dominicana. No digo que no se usen también en otros países pero en el nuestro muchas veces tienen connotaciones especiales. El diminutivo es una forma de expresión que usamos para suavizar un término en algún tema que estemos tratando.

Fíjense, por ejemplo, que cuando uno va a una casa de visita, le brindan un «cafecito» o un «juguito». Y está de lo más bien, porque este uso consigue que el inicio de la conversación se convierta en algo amistoso y de confianza.

Si un muchacho aterriza desde una bicicleta o unos patines, generalmente a velocidades bastante altas, se le dice que eso es un «gualloncito», que no tiene importancia y que es saludable para el normal crecimiento de la susodicha criatura.

Ni qué hablar de los Rafaelitos, Pedritos, Manolitos, etc. que se usan como diminutivos del nombre del padre que tiene igual nombre. Cuando el muchacho crece, en muchos casos ya no le va gustando tanto el «chiquitismo» y prefiere que le digan su nombre o, como mucho, para diferenciarse del padre, Junior.

No se utilizan los diminutivos en casos como el de aquellos que tienen residencias o vehículos caros, ya que eso demerita el artículo al que se refieran. Un dueño de un vehículo de lujo ultimo modelo nunca le va a decir «carrito», así como un dueño de una yipeta de esas fabulosas que andan por ahí, tampoco se referirá a ella como «yipetica». Lo mismo pasa con alguien que tenga una casa de aquellas que las gentes suelen llamar mansiones o «casas de c…». El dueño nunca le va a decir a usted que pase por su «casita».

Ahora bien, y aquí vienen las connotaciones especiales. El diminutivo en algunos casos puede provocar ciertas confusiones, como en el caso de la bebida, a o sea, los tragos. A éstos también se les suele llamar «traguitos», pero en muchas ocasiones no se sabe si se está haciendo referencias a la medida de la dosis ingeridas, a la cantidad de las mismas o a ambas. Generalmente, el interlocutor del protagonista de las libaciones hace su juicio al respecto.

Vamos, entonces, que en muchos casos le restamos importancia a las cosas. Algunas veces de una manera simpática y otras, no tanto.

Lo que no me resulta gracioso, y de hecho creo que no es una costumbre saludable, es referirse a nuestra moneda como «pesito». En mi caso particular, creo que siempre debe respetarse su nombre y llamarle peso. Independientemente de su poder adquisitivo, que, desafortunadamente, va en razón inversa a su valor de intercambio con relación al dólar o al euro, que se ha puesto tan de moda por estos predios, y a otras cosillas que los economistas y los políticos conocen y que nosotros los pobres legos en esas materias ignoramos.

Si nos refiriéramos a una persona de rango o autoridad en diminutivo, estaríamos restándole importancia y haciendo que se le pierda el respeto. No es común que hablemos, por lo menos públicamente, de «legisladorcitos», «mediquitos», «abogaditos» o «secretaritos de estado».

Aquí hay gente que vende algo, cualquier cosa, y al hablar con el posible comprador, le canta las maravillas del producto. Supónese de esa manera, que el artículo en cuestión es lo máximo. Sin embargo, a la hora de mencionar el precio, se dice que vale «tantos pesitos». Pequeños, pocos, casi sin importancia. ¿Entonces? Si el producto es tan maravilloso, ¿por qué le mercadotecnia popular quiere hacernos ver que casi nos lo están regalando y para hacerlo ofenden nuestra moneda?

Cuando uno de nuestros atletas que obtienen galardones en el extranjero muestra con orgullo la bandera dominicana, nosotros también nos sentimos orgullosos. La bandera es uno de nuestros símbolos patrios, como lo es el himno nacional. Pero también lo es nuestra moneda.

¿Por qué, entonces, no nos referimos a ella como realmente se llama? El que quiera, que calcule su equivalencia en cualquier otra que guste, pero al peso que le dejen su nombre que es el de peso. Por lo menos hasta que nos dolaricen la economía, proyecto que aparentemente tiene muchos adeptos, y ahí entonces se va a hablar de dólares y no «dolaritos». ¡Ah!, porque ésa sí es una moneda de verdad y no lo que nosotros tenemos que, para muchos no es más que un disparate y no merece ni siquiera mantener su nombre de pila. Si seguimos refiriéndonos a ella en diminutivo, la moneda cada día se va a ir haciendo menos y menos. Y en un momento, desaparecerá. ¡Ay Juan Pablo, si tú vieras esto! Y otra cosa, ¿qué diría el Benemérito?

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