De los Herrera Cabral: Fabio, Rafael, César…

De los Herrera Cabral: Fabio, Rafael, César…

REGINALDO ATANAY
NUEVA YORK.- Poco ha que el cuerpo exánime del educador, diplomático, periodista y costumbrista Fabio Herrera fue depositado en su huesa. Hombre alto, fornido y jovial, tenía un cuerpo muy parecido al de sus hermanos menores Rafael y César. Los tres Herrera tuvieron incidencia notable en el quehacer intelectual dominicano, y cada quien, en su respectivo menester, hizo labor brillante.

Fabio, el mayor de los hermanos, fue el último en morir, a la edad de 97 años. Hasta pocos días antes de su deceso hacía vida productiva, y escribía. Terminaba un libro de su autoría.

Siendo un hombre hecho y derecho, sus amigos le llamaban Fabito; los demás, don Fabio.

Tuvimos el honor de, hasta cierto punto, se amigos de esos tres hermanos oriundos de Baní, Provincia Peravia.

Rafael se destacó en el periodismo; César, en la investigación histórica. Y cada uno de ellos sabía un poquito de casi toda cosa, en las que los humanos suelen desenvolverse, en el discurrir de la vida.

Fabio fue un hombre que le gustaba –y lo hizo– disfrutar la vida a plenitud, en el buen sentido; era corpulento, y aunque grueso, solía reírse cuando informaba que «mi colesterol es bajo». Y es que Fabio, que toda su vida trabajó en oficinas, sacaba tiempo para el ejercicio, y la diversión. En su casa de retiro en Palmar de Ocoa, soltaba tensiones, con un buen vaso de güisqui escocés, y nadando. Y conversando. Porque era un conversador por excelencia.

A nuestro juicio, Fabio Herrera Cabral fue el prototipo de lo que debiera ser todo alto funcionario dominicano: servidor del país, sin comprometerse en asuntos políticos partidistas.

No fue amigo de descollar desmesuradamente, sino mesuradamente; con un dejo de lejanía. Ocupó posiciones de relevancia en gobiernos de distintos partidos. En todos ellos les fue útil al gobernante de turno, por lo que algunos chuscos le llamaban «El Corcho», significando que «siempre estaba arriba» en cualquier gobierno que surgiera. Los gobernantes procuraban sus servicios, su experiencia, dedicación y consejos. Alguna vez vimos a uno que otro gobernante, recibir consejos de don Fabio.

La última vez que lo vimos con vida fue durante una visita que hizo al Consulado Dominicano en Nueva York, a un acto público. Antes, tuvimos el placer de que nos acompañara, siendo vicecanciller, en la Cancillería de la República, cuando el entonces canciller licenciado Joaquín Ricardo nos impuso la condecoración de la orden de Duarte, Sánchez y Mella, que nos otorgó el ex presidente Joaquín Balaguer.

Ya antes habíamos vivido juntos momentos memorables en nuestras respectivas vidas, cuando acampamos en un portaaviones de la Armada de Estados Unidos, a poco de estallar en la ciudad de Santo Domingo la guerra civil de 1965. Nuestra última comunicación fue por carta, cuando él se desempeñaba como Embajador dominicano en España.

Rafael Herrera Cabral, director del periódico Listín Diario, se constituyó –como lo fue también Germán Emilio Ornes Coiscou– cátedra de periodismo, de talento, coraje y dominicanidad.

Proyectaba, Rafael, la figura de «un muchacho manganzón» con un túbano a un lado de su boca; la camisa a medio salirse de los pantalones, y acariciándose la cabeza, cuando hablaba de algún problema. O cuando contaba un chiste.

Supo ejercer el periodismo sin adulonerías, y guiándose siempre por lo que él entendió era el correcto proceder. Su evidente imparcialidad y responsabilidad le hizo ser mediador en muchos casos difíciles que se presentaron en el país; en casos, muchos de ellos, en que podrían perderse vidas, y en otros en donde ya se habían perdido vidas, y se clamaba por justicia.

Cuando murió José María Bonetti Burgos (Santana), Rafael escribió un editorial resaltando las cualidades cívicas y morales de aquel gran dominicano. Y dijo de Santana que «siempre hacía alardes de conocer a uno u otro ciudadano»; que de ahí preguntara con frecuencia a cualquiera, ¿pero tú no eres hijo de Fulano?

Pero ¡es que esa misma ‘maña’ la tenía Rafael! Eran gentes-pueblo que tenían el encanto de hacer una mezcolanza futura con el pasado y el presente.

Durante el régimen de Salvador Jorge Blanco, asistimos a una celebración en el museo «Casa de Bastidas» en el sector colonial de Santo Domingo, atendiendo a una invitación del distinguido amigo Víctor Gómez Bergés, quien ponía a circular un libro. Allí coincidimos con Rafael Herrera.

Estaba allí otro viejo y querido amigo y ex compañero de periódicos: Enriquillo Durán.

Entablamos los tres una conversación jocosa, en la que Enriquillo, nos dijo:

— Mira aquí a Rafael. El me botó una vez de El Caribe.

Rafael, «muerto de risa», repuso.

— Atanay, no le creas a Enriquillo; eso es mentira de él, cosas de viejos…

Y es que una vez, Enriquillo fue a cubrir, como fotógrafo, un gran suceso. Tomó buenas fotos, pero a veces, él suele ser distraído, y aquella vez, en vez de enviar el rollo de fotos a El Caribe…, donde trabajaba con Herrera, lo envió a la competencia: al periódico La Nación.

Ya en las postrimerías de la vida de Rafael, tuvimos el placer de presentarlo como orador de la noche, durante una «cena duartiana» que en Queens, Nueva York ofreció el Instituto Duartiano de aquí. En esa ocasión andaba acompañado de su hijo, el periodista Héctor Herrera, y de monseñor Hugo Eduardo Polanco Brito.

El único empleo público que tuvimos en nuestro país, nos lo propició César Herrera, en el Archivo General de la Nación, siendo nosotros un adolescente, y César, director de ese centro de investigación. Aunque ahí estuvimos juntos muy poco tiempo, porque meses después él marchó a Sevilla, donde fue a hacer investigaciones en el Archivo de Indias, mantuvimos una amistad saludable, hasta que nos encontramos por última vez en el Palacio Nacional, cuando él se desempeñaba como Director General de Prensa.

César, como Rafael, nunca soltaba el tabaco, y aunque un poco más rígido que Rafael, siempre estaba de buen humor… y con buen apetito. Porque recordaba con fruición los buenos vinos que libaba en Europa, así como buenos platos de mariscos, que les fueron de grande afición.

De esos tres hermanos banilejos, hay muchas cosas positivas qué contar. De seguro algún día de estos alguno de nuestros historiadores se inspirará en un trabajo de investigación sobre la labor que esos señores hicieron en cada una de las ramas en que se destacaron y donde produjeron grandes beneficios a «Dominicana: el país del amor eterno», como decía Ramón Rafael Casado Soler.

Para la meditación de hoy: A veces solemos detenernos en saudades que nos regalaron los tiempos; y por eso, fácilmente entorpecemos el avance de nuestro crecimiento mental, espiritual. Y es que cuando un cabo de nostalgia nos ata al pasado, quedamos sujetos y fijos cual barco al muelle. Y nos estancamos. El pasado ya está en su sitio: la inexistencia. Por eso insisten los Maestros en que ejercitemos la vida, siempre, en presente. Que es el presente, nuestra real existencia.

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