De los móviles de la violencia

<p>De los móviles de la violencia</p>

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Todo tiene un móvil. Es acción que persigue un beneficio, bueno o malo, grande o chico, beneficioso o maligno en lo interno o lo externo. La violencia no es caprichosa y errática, menos aún el ejercicio de la crueldad que ha ido alcanzando, en nuestro país, niveles y características insospechadas y sin precedentes.

Nuestro país, como todos, tiene una historia de crímenes, de crímenes horrendos. No inventaron tal práctica cruel los conquistadores españoles en los siglos quince y dieciséis. Se trataba de la crueldad medieval con el vencido, con el débil, actitud que tenía vigencia aceptada como normal desde los primeros tiempos de vida humana en el planeta y en todas las áreas habitadas. Pero siempre había un móvil válido para los perpetradores; la defensa ante eventuales peligros, la cuenta de enemigos caídos en batalla, cercenándoles el pene, como hacían ejércitos de Alejandro el Grande para mostrar la magnitud de sus victorias a su regreso a casa. Y no hablemos de los asirios y tribus de cualquier parte, incluyendo lo que llamamos el Nuevo Mundo.

Luego vinieron los crímenes políticos, que siguen en muchos países y que aquí no los inventaron ni Lilís, ni Trujillo ni quienes vinieron detrás.

Lo que había era orden. Si usted no atentaba en alguna forma contra los dictadores o usurpadores del gran poder, podía estar tranquilo viviendo la vida aldeana de Ciudad Trujillo, de Santiago, del resto del país oprimido.

Ahora enfrentamos una nueva situación: el narcotráfico y sus consecuencias.

La crueldad y el sadismo han alcanzado nuevos niveles, que no se limitan a quienes están en el negocio formidable y terrorífico de la droga.

Este lunes 12 de febrero leemos en la primera página de este diario, que Alfredo Javalera Ortiz, de 27 años, fue apaleado, violado, castrado y dejado por muerto en medio de un monte donde permaneció sin ingerir alimentos ni beber agua durante diecisiete días, por haberse negado a robar reses de una finca en la cual trabajaba en San Pedro de Macorís. ¿Puede torturarse (y para los criminales ultimar sádicamente) a un individuo sin encontrarse bajo el efecto de drogas de alta potencia?

Lo dudo.

Los crímenes “pasionales” están a la orden del día, y a menudo concluyen con suicidio del asesino. ¿De dónde sale la violencia desesperada?

Es la locura. Para mí, es consecuencia de la drogadicción, por uso o carencia.

Ahora los ladrones matan aunque usted no lleve dinero u objetos de valor.

Uno a veces piensa un absurdo (tal vez un absurdo) y considera que si el negocio de la droga deja de serlo, por un levantamiento de la prohibición de su consumo, podría suceder como con la prohibición del consumo de alcohol “la Ley Seca” en Estados Unidos. Cuando se acabó el gran negocio, se disolvieron las bandas criminales que manejaban el consumo ilícito de alcohol.

¿Qué es un gran peligro?

Sí.

Pero el peligro lo tenemos encima dándonos cuchilladas y horrorizándonos.

Ni la Policía Nacional ni el Departamento Antinarcóticos ayudado por la DEA norteamericana, pueden resolver, enfrentar adecuadamente el asunto.

Tal vez, si ambos departamentos nacionales se unifican, puedan lograrse mejores resultados. A mi ver, existe mucha dispersión estatal, resultado de un criterio que estimo erróneo, o de un limpio ejercicio de clientelismo político. Cualquier día nos toparemos con una Secretaría de Estado de la Limpieza o de los Niños Cojos.

El único camino lógico que veo es el de la prevención, fundamentada en la educación y mejoramiento de las condiciones de vida.

La Constitución establece una atención a las necesidades poblacionales que no se cumple.

Se habla de modificar la Constitución, pero si no se obedece el magno documento ¿para qué cambiarlo?

Si las leyes vigentes no se aplican ¿para qué nuevas disposiciones?

En un país tradicionalmente presidencialista “hasta la tambora” como éste, que se borre el artículo 55 de la Constitución, limitando así los poderes presidenciales no tiene tanta importancia “aunque sea bonito”.

Lo necesario es educar a las grandes masas, atenderlas fuera de los procesos electorales, darles salud, diversión sana y aceptable nutrición.

Sin esto, seguiremos descendiendo.

A pesar de lo que digan las inconvincentes cifras “investigativas”.

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