De malignidades e impunidad

De malignidades e impunidad

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Está en el Eclesiastés bíblico: “Los hijos de los hombres, viendo que no se pronuncia sentencia contra los malos, cometen maldad sin temor alguno”. Tenemos, lo dominicanos y los criados en medios similares en cuanto a desarrollo civilizado, una escuela inmensa, gratuita y efectiva en maldades que imparte incesantes lecciones promotoras de la impunidad del delito. Ya pasó aquello de: “Hijo mío, haz dinero honradamente, y si no puedes… haz dinero”.

Vemos que la corrupción -digamos mejor, el robo resultado de una fortísima presencia de la impunidad, de la falta de castigo, a la cual se ha ido añadiendo progresivamente una reverencia y aceptación pública, que siempre existió, pero con cierto pudor que moderaba la voracidad de los apetitos- vemos que la corrupción -repito- es mundial. Lo sabemos por las noticias de prensa que nos traen y han traído informaciones de delitos en todo el planeta, sin que valgan credos religiosos o políticos en los cuales se amparen los crímenes… eternamente.

Y sucede que grandes personajes de poderosos y educados países, realizan fechorías como nuestros ladrones de alto nivel (no siempre llevan “cuello blanco”) pero, a diferencia de aquí y otros países semejantes, ellos son traducidos a la justicia, abiertamente publicitados.

Aquí no. Por nuestros países, tampoco.

Entre nosotros, ser poderoso constituye una Patente de Corso, como aquella que otorgaban los reyes siglos atrás, pero mucho más extensa y generosa, porque los corsarios entregaban al rey o la reina buena parte de lo que robaban. Por eso la reina Isabel I de Inglaterra hizo noble a Francis Drake, quien saqueó Santo Domingo y Cartagena en 1587 y luego actuó en las costas atlánticas de Europa (Cádiz, Lisboa) para entorpecer las operaciones de Felipe II de España. El ladrón Hawkins también recibió título de nobleza. Se trataba de robar al enemigo de la Corona con el cual se estaba en guerra.

Nuestros ladrones, si bien, obviamente, “reparten” mayores o menores sumas entre influyentes personajes del poder político o de otra índole, no son proveedores de beneficios para el Estado, como Drake, Hawkins y otros menos renombrados.

Se quedan con fortunas astronómicas, y no dudan en alardear de ellas, utilizando o dispendiando millones que no tienen justificación.

El fabulista griego Esopo, del siglo VI a.c., decía en lo que se conoce como su fábula 60, (El hombre y la estatua), que “Nada adelantamos honrando a un malvado; puede conseguirse mucho más castigándolo”.

Por supuesto.

Schopenhauer escribía en el capítulo quinto de su “Eudemonología” que “El hombre que no es castigado, no aprende”.

Doloroso, pero cierto. La buena conducta ha de ser impuesta, y la mala conducta, castigada.

Nuestros males están en la impunidad, en la reverencia al rico, aunque no sea necesariamente poderoso por su visible capacidad de mando.

¡Con cuanta facilidad y frecuencia vemos nombres de ladrones y delincuentes de toda laya, siempre que no sean personajes conocidos, o de la alta sociedad o del alto gobierno! ¿Cuántos crímenes horrendos duermen en tenebrosas gavetas oficiales, sin que se deje saber el nombre del perpetrador?

Si es hijo, primo, pariente, amigo o protegido de un “poderoso” siempre por razones no del todo limpias), el nombre del autor del crimen es apenas susurrado en pequeños grupos de confianza, cobijados en la certidumbre de la discreción y el temeroso secreto.

El portar un arma de fuego o “blanca” (no sé por qué le llaman blanca si es roja cuando la accionan) es poseer una capacidad de dañar, de herir, de matar. Llevar un arma invita a la violencia ensangrentada. Las grandes mayorías dominicanas están armadas, de un modo u otro. El chofer que no tiene pistola, tiene junto a él un hierro contundente o un puñal espantoso. Por eso no vemos, como he visto tanto en Europa, especialmente en Italia o Francia, los insultos de auto a auto por mal manejo. Es que fácilmente aquí te sacan una pistola…y te disparan, si protestas porque vienen en vía contraria, irrespetaron un semáforo en rojo o conducen imprudentemente.

Y además los periódicos publican anuncios de las Armerías, ofreciendo facilidades.

¿Facilidades para matar?

Hay que modificar la tenencia y porte de armas. Llego al punto de desear que se desarme a la población como hicieron los invasores yankees en 1916. Simplemente revisando los transeúntes y despojándolos de armas.

¿Es que hemos retornado a la “Ley de la Selva?

Ni siquiera eso. Es el reinado del caos.

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