El escritor cubano Guillermo Cabrera Infante, autor de “Tres tristes tigres”, mantuvo durante mucho tiempo una sección periodística en la revista “Carteles”, titulada “Este pequeño mundo en que vivimos”. Firmaba con la abreviatura: G. Cain, inicial de su nombre de pila y contracción de sus dos apellidos. Tanto sus padres como él fueron miembros del Partido Comunista de Cuba. Por eso no se les permitía escribir con sus verdaderos apellidos. Esa sección era muy leída en mis tiempos juveniles. Escribía críticas de cine, comentarios de libros, análisis políticos, noticias de carácter cultural. Trataba cada uno de los asuntos con gracia, humor e ingenio.
Ese “pequeño mundo” en que vivíamos entonces, se fue haciendo más pequeño por obra de las comunicaciones, de las técnicas electrónicas, los transportes aéreos. Pero también más duro y feroz en sus disputas políticas, más violento en los cambios sociales, menos predecible en las transformaciones económicas y estimativas. Han cambiado las tablas de valores, los hábitos de consumo, las costumbres sexuales. La manera de vestirse, la música, los métodos de educación, han experimentado mutaciones drásticas. Nuestro mundo es cada día más pequeño y cada día más difícil de entender y de gobernar. Y sobre todas las cosas, más peligroso por el predominio de hampones, estafadores, asesinos por encargo.
Guillermo Cabrera Infante gozaba con juegos de palabras; era muy dado al retruécano; escribió: “habanidad de habanidades, todo es habanidad”. La capital de Cuba fue su centro de gravedad sentimental. Declaraba: “dos desmadres tengo, la ciudad y la noche”. Aprendió a mirar las cosas, desde el trópico… y no sólo al amanecer. Nuestro mundo de hoy, mirado desde las Antillas, nos parece un monstruo marino imposible de domesticar, que nos incita a la emigración o a la rebelión.
Venezuela, Cuba, Puerto Rico, Haití, son países que nos rodean; todos confrontan peliagudos problemas económicos y políticos. Las grandes potencias tienen en este momento, tanta injerencia en el archipiélago antillano, como en los siglos XVIII y XIX. Pero los habitantes de nuestras islas no son “monstruos marinos”; son manatíes, “apacibles herbívoros” que nadan lentamente por el Mar Caribe, inermes frente a los depredadores políticos internacionales. Manatí quiere decir “con mamas”, en lengua indígena. ¿Podríamos rebelarnos masculinamente?