De Marco Aurelio a Fidel Castro

De Marco Aurelio a Fidel Castro

ELOY ALBERTO TEJERA
Me conducen a largas reflexiones el nuevo quehacer que ha asumido Fidel Castro. De pasar de ser el jefe de un Estado a ser un asiduo articulista.  Las labores del Estado exigen un rigor totalmente distinto al oficio que ahora practica el convaleciente caudillo.

Pero no debe extrañar ese salto del eterno jaguar de la revolución cubana. Recuérdese la revelación que hizo su caro y mago amigo Gabriel García Márquez de que le llevaba textos suyos para que él los leyera y revisara. Para sorpresa de Márquez, más rápido de lo que él pensaba, Castro lo llamaba y le hacía observaciones que dejaban pasmado al Nóbel de Literatura. Atrapaba inexactitudes y errores, cazas de un conocedor del arte de la novela. Observaciones de un lector atento, lúcido. Esto denota una aproximación que siempre ha tenido el «Duce» de la isla de Lezama hacia las letras.

Me encantan los artículos de Castro. A veces no por lo que plantean, sino por el ejercicio novelístico que hago de imaginármelo escribiéndolos. Quizás en pantalones cortos o pantuflas, o quién sabe si en traje de verde olivo, para no perder la costumbre, sentado frente al moderno computador, haciendo pasar por su amplia frente toda la experiencia de quien ha sido combatido con fervor y quien ha combatido con más fiebre. Pienso en sus manos avejentadas, como la revolución, luchando por sacar la idea en un mundo que aparenta nuevo pero que carga las miserias y horrorosidades más ancestrales. O cuando menos me lo imagino dictándoselos a su fiel secretaria.

No es raro que hayamos adictos a las reflexiones de emperadores y presidentes. No a sus edictos. (Amo las Memorias de Adriano). Resulta sorprendente que un hombre que siempre ha tenido los ojos del mundo sobre él se anime a llevar los ojos a las páginas. A Fidel le ha dado por escribir, y hasta el FMI coincide con una de sus posiciones. (Que el etanol provocará escasez de alimentos).

Evoco a Marco Aurelio, quien durante las campañas militares, entre los años 170 y 180, escribió sus bellas meditaciones. A diferencia de Fidel, a éste hay que imaginárselo escribiendo en medio de la naturaleza en la noche mientras los soldados dormían y sólo el rocío de la madrugada amenazando con oxidar las armas. Ahí Marco Aurelio, quien tuvo la grandeza de en medio de la inhumanidad que siempre es la guerra, aproximarse al recodo y silencio que producen las palabras. Con el enemigo al frente es sobrecogedor cómo este guerrero sacaba tiempo para lograr unas reflexiones tan lúcidas sobre la vida.

Hay una extraña belleza cuando un emperador o presidente se pone a escribir, cuando se pone a disposición del pensamiento. Deja por un instante ser el centro de las componendas del poder para acercarse a la sutileza que es estudiar los actos. Deja el tejemaneje de la política que se da entre los actores del castillo o palacio, para lanzarse a misteriosos engranajes que envuelve la palabra. Martí quiso saltar de la palabra a la acción y encontró la muerte. Fidel ha querido saltar de la revolución a la página y se ha encontrado con un público lector amplio y con un grupo de medios que reproducen sus opiniones como grandes primicias.

Hay una diferencia entre Fidel y Marco Aurelio: el primero escribe en estado de convalecencia. El segundo lo hizo en salud y el fragor de la batalla.

Fidel tiene que atender a la rutina de ciertas pastillas, tratamientos y cuidados. Marco Aurelio tenía que estar atento a la batalla del día siguiente, al cuidado de una tropa que entraría a un pueblo para lograr conquista o abrazar muerte. A la vileza que representa la guerra, Marco Aurelio supo superponer la palabra. A cierta inconsciencia que es mantenerse por tanto tiempo en el poder, Fidel trata de explicarlo a través de las palabras.

Pienso que escribir desde la enfermedad, más que cierta debilidad, aporta una nueva perspectiva. También escribir desde la guerra aporta un encanto en quien se atreve a ligar tan alejadas disciplinas. A Marco Aurelio y a Fidel Castro los separa el tiempo, y una época disímil en retos, pero los une el acto de escribir. Castro ha demostrado que aunque ya no puede ser popular desde el púlpito o con el fusil al hombro, le queda la valiosa e imperante alternativa de llevar en ristre la pluma.

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