De música, barrios y esquinas

De música, barrios y esquinas

“La esquina es, a los latinos, lo que el ágora fue para los griegos”. Esa frase la encontré en un libro titulado “Salsa, el orgullo del barrio”, de la autoría de Enrique Romero, un español, que por lo que escribe, es fácil deducir que respira “rumba y descarga”. Precisamente esa frase me hace identificar al barrio como el templo donde se gesta el folklore urbano del caribeño. El término es el mismo en República Dominicana, Puerto Rico, Cuba, así como en las zonas costeñas de Colombia, Panamá, y Venezuela, bañadas por el mar Caribe.

En los barrios están las esquinas donde a través de los años se ha contado vivencias, se ha conspirado, o se ha destapado una botella de ron, o varias de cerveza al compás del “Rayito de Luna de los Panchos”, o del “soneo de Maelo”. Recuerdo que fue un triunfo para mí, cuando mis padres me dejaron ir por primera vez a la esquina. En aquel momento, mientras se escuchaba “El Jarro pichao” de Wilfrido”, dividía mi vida en un antes y después.

El latino, especialmente el antillano, haciendo uso de su osadía, y con su fuerte identidad a cuesta, se llevó sus costumbres a Harlem, en Nueva York. Esto fue entre 1920 y 1950. Allí se impuso y puso sus reglas. Al anglosajón no le quedó más remedio que llamarle “spanish Harlem” al área habitada por esta gente, mientras que ellos la nombraron “El barrio”.

Al barrio llegaban latinos de todas partes, especialmente de Puerto Rico. Eran los puertorriqueños, en aquellos años, el grupo latino más numeroso de la gran urbe (hoy somos los dominicanos).

Años después, en la segunda mitad de los sesenta, en el barrio de Nueva York, nace la salsa. La salsa, en sentido estricto, no es un género musical definido como el merengue, la plena, o el son, sino un movimiento socio cultural urbano, sintetizado en una expresión musical. Al igual que el concepto de barrio esta propuesta musical es un común denominador para los pueblos de habla hispana del Caribe.

La salsa tiene su origen en algunos ritmos como la guaracha, el Son, el Guaguancó, el mambo, la bomba, la plena, y otros en menor grado como la cumbia, el merengue, la gaita y el tamborito. Así mismo las juergas en las esquinas de los barrios tienen sus antecedentes. El areito es el referente más antiguo y cercano geográficamente. El antropólogo cubano Fernando Ortíz lo define como la compleja forma que tomaban los indios el fenómeno social que hoy llamamos “fiesta”. Habla del goce de un excitante placer colectivo, como en los colmadones, un domingo cualquiera, donde se enfocan el anhelo y energía del grupo humano durante el tiempo de la espera y la realización.

Son las esquinas de los barrios centros donde se cocina el sentir del pueblo, y con su música “el tiguere” baila su dolor y su alegría. Aquí es con bachata, en Cuba con timba, y en Cali con vallenato, lo cierto es que, como lo escribió Rubén Blades y lo canto Ismael Miranda: “Las esquinas son iguales en todos lados”. Es el lugar donde se desarrolla lo más de cien ritmos que han parido las tierras de este mar, y que han aportado tanto a la música contemporánea del mundo.

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