De música, de autores y colmadones

De música, de autores y colmadones

Como cada viernes, me encontraba en la cabina de Cielo 103.7, en el programa “Aquí Yaqui” que conducen Yaqui Núñez del Risco y su esposa, Susana Silfa. De repente en un “Yaqui dame música” (Segmento musical del espacio radial) el “Maestro” presentó, con más entusiasmo de lo usual, una canción de Luis Eduardo Aute. Era el tema “Slowly”, una hermosa y creativa composición en Spanglish.

Mientras se escuchaba Slowly, y entre los brotes de admiración que Yaqui lanzaba a la pieza, surgió una idea en tono de chanza: entre Susana y yo elucubrábamos poner este tipo de música, tan edificante y refrescante, en los colmadones y lugares de ocio con el objetivo de enseñar a la gente a escuchar este tipo de propuesta. Esa idea fue el comentario central de nuestro coloquio en el tiempo de los comerciales (lo que yo llamo el programa fuera del aire). Horas después me quedé pensando en la parte seria de aquel relajo. Ni Susana, Ni quien escribe iríamos a ningún Colmadón con un disco de Aute, ni de Pablo (El Milanés de Yolanda).

Sabemos que si empezamos por ahí los resultados quizás serían inútiles; pero sí se puede enseñar a la gente a tener buen gusto. Las escuelas serían una excelente puerta de entrada, donde se podría dar clases de apreciación musical, y modificar la monótona materia de educación musical, donde todos los años le repiten a los estudiantes “que música es el arte de combinar el sonido y el tiempo”.

Insertar una fuerte educación a las costumbres del pueblo fortalece la identidad de éste. Son éstas entre otras las medidas que hay que aplicar para que el tiempo haga que la gente rechace temas como “La Langosta” y otros mariscos que intoxican nuestra cultura musical.

Ni siquiera existirían esos analfabetos musicales con derecho a enseñar lo que no saben hacer.

Eso hizo, y siguen haciendo los cubanos. Por eso hoy en día el mundo se deleita ante el patrón musical que esta gente impuso en los años 30 y 40 (Compay Segundo y el son de Los Compadres). De Brasil ni hablar. En tiempos de la colonización, los portugueses enseñaron esquemas rítmicos a los esclavos africanos. Mucho tiempo después Cuba y Brasil se han ganado el mérito de ser los dos países latinos más influyentes en la música del mundo.

A eso aspiro, a que la calidad de nuestra música deje de cojear, porque tenemos un folklore envidiable, que se puede pulir al máximo.

Quizás yo no aprecie el cambio, porque es un trabajo de años.

No obstante a partir de ese relajo me he constituido en Quijote que pretende luchar contra el mal gusto musical que se respira, y del cual nuestra gente no tiene la culpa, porque es lo único que se le ofrece.

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