De nivel y categoría

De nivel y categoría

LEILA ROLDÁN
“La República condena todo privilegio y toda situación que tienda a quebrantar la igualdad de todos los dominicanos…” (Artículo 100 de la Constitución). La paisajista y decoradora de interiores Margarita Gómez, una de las personas responsables, según los distintos medios de prensa, de la elección del mobiliario, los accesorios y la decoración en general del lujoso edificio que aloja la Suprema Corte de Justicia, expresó hace unos días, específicamente para el periódico vespertino El Nacional, que “un edificio de esa categoría y dado el nivel de las personas que lo administrarían merecían (sic) confort y calidad”.

No voy a analizar aquí los aspectos penalmente punibles que pudieran desprenderse de la aparente doble contratación de decoradores, de una sobrevaluación de servicios o de posibles pagos repetidos por los mismos bienes, ni el significado indiciario que pudiera tener el olvido de uno u otro cheque en las relaciones presentadas a la prensa por los contratistas, ni la urgencia en la introducción de furgones de muebles en el nuevo edificio tras el escándalo mediático, ni el afán de empleados en sustituir velozmente bancos de madera por sillones reclinables en la sala de audiencias del alto tribunal, ni la razones extrañas por las cuales más de doscientas cajas de los bienes en cuestión fueron incautadas como cuerpo de delito en los almacenes del señor Quirino Paulino Castillo, acusado de narcotráfico y extraditado hacia los Estados Unidos en diciembre pasado, ni la contrastante rapidez gubernamental en la erogación de los pagos de estos pomposos servicios de ornamentación; ni los nervios, los ataques, los desmentidos y las prisas suscitados por doquier tras la advertencia de auditoría hecha por la Cámara de Cuentas. Estos aspectos caen en el ámbito de la Procuraduría General y las Procuradurías Fiscales de la República, del Departamento de Prevención de la Corrupción, de la Cámara de Cuentas, de la Contraloría General y hasta de la recién creada Comisión de Ética, de quienes los ciudadanos demandamos una investigación seria y acciones contundentes.

Lo que ahora me provoca analizar son otros dos aspectos de índole moral: Primero, la indiferencia de los supuestos administradores de justicia de nuestro país ante la posibilidad, horrorosa de por sí, de celebrar audiencias de corrupción desde el mismo cuerpo del delito. Me pregunto qué podría argumentar el procesado, (si es que alguna vez se procesara y se lograra condenar en nuestro país a algún funcionario por la comisión de hechos de corrupción), durante la lectura de una sentencia y a la vista de un derroche que necesita muy poca demostración. Me pregunto si algún juez experimentaría al respecto, desde el confort que le ha sido obsequiado, cargos de conciencia.

Segundo, la afirmación de la decoradora Margarita Gómez, de que las personas que administrarían “un edificio de esa categoría” son merecedoras de una calidad y un confort especial, dado su “nivel”. Y me pregunto cuál es el nivel distinto o superior que otorga la decoradora Gómez a los “administradores” del edificio de la Suprema Corte de Justicia, que los hace merecedores del más gigantesco despilfarro en superficialidades, el lujo más dispendioso y la más onerosa comodidad. 

En qué consiste ese nivel, que hace a ese poder del Estado más digno que los demás de descansar sus honorables posaderas sobre muebles importados Whitmore-Sherril, Maitland Smith, Hancock & Moore, Butler Furniture o de disfrutar del placer visual de los caros detalles de John Richards Homes. Cómo es distinto del resto de los dominicanos el personal de esas oficinas, que la señora Gómez los considera en el nivel privilegiado específico para magnificencias a otros prohibidas, como deleitarse con pinturas de “gemas venecianas” en las paredes, con maderas de roble y caoba hasta en las tarimas, cortinas coronadas con visillos de Bélgica y confeccionadas en finas telas de damasco español y gobelino o hasta excepcionales alfombras orientales originales de 32 y 52 nudos.

Cuál es ese nivel que justifica que tanta ostentación foránea, tantas mesas de cóctel y de centro, tantas repisas y mesas Parson, tantas lámparas y sofás, tantos candelabros, portavelones, bandejas, cajas y hasta osos decorativos no signifique una situación discriminatoria odiosa e irritante frente a la creciente pobreza nacional, frente a la evitable mortalidad materno infantil, frente a las carencias de nuestras escuelas y hospitales, frente a la escasez de agua potable y energía eléctrica, frente a las incesantes demandas de construcción de pequeños puentes y caminos rurales, frente a la falta de hogares para huérfanos y ancianos, en fin, frente a tantas y tantas necesidades vitales del resto de la población

Y cuál es ese nivel, que justifica que tanta gente se haya quedado callada.

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