Aquí y allá, arriba y abajo, en todos los rincones, teatro por un tubo. Por cuarta vez esta propuesta abarcadora y pluridisciplinaria del teatro Guloya nos convoca a hurgar en sus espacios.
Desde afuera, vemos un grupo de personas desplazarse presurosas hacia algún lugar, nos invita a entrar; pasamos a una pequeña sala donde se encuentra sentado en una silla un hombre -Jochy Muñoz- circunspecto, inmutable ante nuestra presencia. Los primeros versos Nadie comprende lo que sufro yo de la canción Perfidia, dan sentido a su sentida ausencia, y nos percatamos de ella. El personaje taciturno, con lenta parsimonia, toma una agujeta y comienza a tejer, sin prisa, como matando el tiempo. El hilo, sustraído de su propio abrigo, es una metáfora que nos remite a Penélope en su eterna espera de Ulises. Excelente trabajo de Muñoz. Pasamos al escenario de Guloya. Un hombre y una mujer, con pausado andar y expresión solemne, se desplazan ignorándose, mientras la atmósfera se satura con el adiós de La canción de la tierra, de Mahler. Los cuerpos se acercan en mística comunión, en una añoranza, ¿tal vez? La belleza de los movimientos impregnados de plasticidad, produce un placer estético inmenso. La creatividad de Eduardo Villanueva, elocuente en su sencillez, se expresa en esta Despedida, en perfecta armonía con Leda Cuello.
El zafacón y yo danza teatro- es una inquietante y reflexiva propuesta de Edmundo Poy. El hombre y su miseria, el zafacón símbolo, proveedor, mitigador del hambre, se convierte en obsesión. La melancolía y el dolor que trascienden los versos sensibles de Luis Cernuda, motivan a Francis Taylor. La casa verde dormida, entre realidad y deseo, amor, nostalgia y remembranza, es una breve y surrealista creación teatral. Dos hombres en escena Taylor e Iván Mejía- en un diálogo apenas sugerido, pero visualmente efectista, y una presencia, eco del ayer, que conmueve por la capacidad introspectiva lograda por el actor Mario Heredia, quien además administra con propiedad, el silencio psicológico de la palabra reprimida.
Y en la azotea, allí un diestro titiritero, Manuel Mansilla, maneja con habilidad un muñeco al que da vida. La dialéctica inteligente, la interacción con el público convierten al muñeco en personaje, y cuando a éste le invade la tristeza al conocer su condición, logra emocionarnos. Con el solo girar de las sillas encontramos el monólogo El otro lado del Mago Gago, interpretado con acierto por Henry Mercedes. Aun en la azotea nos espera otra sorpresa, Claudio Rivera y Viena González, convertidos en Oscar y Bruna, los dos exiliados de la obra Nuestra Señora de las Nubes de Arístides Vargas, ofrecen nuevamente la calidad de sus actuaciones. Bajamos al patio, donde nos esperaba el Colectivo de Comedia La Guagua, para disfrutar de un relajante cierre.