El 1961, con el ajusticiamiento del sátrapa Trujillo, debió ser el año de nuestro despegue sostenido hacia la democracia y el desarrollo nacional.
El pueblo hizo la parte que le correspondía. Se movilizó. Tiró por tierra las estatuas del dictador. Hizo huir el gobierno títere. Tan solo 20 meses después elegía a la Presidencia al profesor Bosch, verdadero paradigma ético y con un profundo compromiso social. Bosch propició la Constitución y el gobierno más democrático que antes y después hemos tenido.
Pero las élites tradicionales no estuvieron a la altura de las circunstancias.
A los siete meses auparon un golpe militar. Se repartieron una parte importante de los bienes del pueblo en manos de la dictadura. Propiciaron un gobierno espurio, corrupto y autoritario que atropelló las libertades y los derechos fundamentales. De nuevo el pueblo actuó. Una parte de nuestra juventud, liderada por Manolo Tavárez Justo, se fue a las montañas y allí ofrendó sus vidas.
Luego, un significativo grupo de militares, encabezados por los coroneles Rafael Fernández Domínguez y Francisco Alberto Caamaño Deñó, se levantó en armas para reponer la Constitución y el gobierno legítimo. El pueblo se organizó en comandos y libró una de las más bellas epopeyas de nuestra historia, defendiendo nuestra soberanía, al producirse la segunda invasión norteamericana del suelo patrio.
De nuevo las élites no estuvieron a la altura de las circunstancias. Se aliaron al sector militar más reaccionario, y en componenda con el ocupante extranjero, forzaron para imponer un gobierno autoritario que restituyó en parte la herencia trujillista.
Nueva vez nuestro pueblo se movilizó en las calles. Aportó miles de sus jóvenes a la lucha por la libertad y la democracia. Solo 12 años después, se pudieron derrotar los planes continuistas del gobierno autoritario de Joaquín Balaguer. Esta vez el pueblo lo hizo a través del Partido Revolucionario Dominicano. Ese partido había movilizado la conciencia nacional y sembrado la esperanza de la libertad, la democracia y la justicia social.
Parecía que el pueblo al fin encontraba un camino para realizar su destino. Pero no, la cúpula del PRD que asumió la dirección del Estado, en sus dos gobiernos sucesivos frustró las ansias del pueblo dominicano de avanzar en forma sostenida hacia la institucionalidad democrática y el desarrollo nacional. Se crearon las condiciones que permitieron el retorno y el restablecimiento político de Joaquín Balaguer en 1986
LA ENCRUCIJADA. La sociedad se encuentra hoy ante una importante encrucijada: continuar bajo el dominio del liderazgo y los partidos tradicionales o producir un cambio de rumbo.
Y decimos más, por la profundidad de la crisis, la infuncionalidad del Estado y los niveles de exclusión y desigualdad social, hoy presentes, de continuar el dominio de ese liderazgo tradicional corremos el riesgo de que se produzca una fractura político-social que desconozca la institucionalidad democrática. En ese escenario perderemos todos.
Por estas razones, nuestra sociedad está ante el imperativo del surgimiento de un liderazgo político y social diferente y diferenciado del liderazgo tradicional. Ese nuevo liderazgo debe actuar políticamente para, por las vías institucionales, ganar el gobierno y desde allí liderar el proceso de cambio de rumbo.
Ese nuevo liderazgo tiene que caracterizarse por su autoridad moral, su compromiso social, sus convicciones democráticas, su capacidad y su patriotismo. Ese nuevo liderazgo tiene que sentar las bases de una nueva forma de hacer política, guiada por principios y valores. Ese nuevo liderazgo tiene que encarnar un proyecto de país, basado en la democracia, la justicia social, el desarrollo y soberanía nacionales.
Todo este recorrido histórico muestra que en repetidas ocasiones el pueblo ha hecho su parte en la búsqueda de un mejor país. Que sin embargo el liderazgo político y las élites de poder tradicionales no han estado a la altura de las circunstancias o han puesto por delante sus intereses mezquinos. Pero a pesar de todos los avatares históricos, una nueva generación se levanta, aquí y ahora, dispuesta a recoger el legado dejado por las generaciones precedentes.
Es que los pueblos no dejan de parir hombres y mujeres que mantienen viva la llama de la esperanza, que son tozudos en su idea de una mejor sociedad, que no se resignan a ser suprimidos, en nuestro caso, por el grupito de malos dominicanos del que nos advirtió el padre de la patria, Juan Pablo Duarte.
Ese sentimiento se transmite de generación a generación, y aunque pretenden acallarlo, germina, y como los manantiales, gota a gota forma ríos, que un día irrumpen y forman torrentes de pueblo que se pone en movimiento y marcha.
15 AÑOS PERDIDOS
Las últimas veces que el pueblo dominicano actuó en el sentido de producir un cambio en los destinos nacionales fue en las elecciones de 1990 y de 1994. En ambas oportunidades una parte mayoritaria de la sociedad votó por el Profesor Juan Bosch y el Dr. José Francisco Pena Gómez, respectivamente. En ambas ocasiones, un fraude electoral, hecho desde el poder, frustró las esperanzas que encarnaban ambos liderazgos cimeros. Desde entonces la sociedad dominicana deambula perdida, buscando camino sin encontrarlo. Los gobernantes elegidos en estos últimos 15 años han sido un verdadero fiasco. Lejos de hacer el giro hacia la democracia, el fortalecimiento institucional, enfrentar la pobreza y la desigualdad, lo que han hecho es reproducir en forma ampliada las peores prácticas de corrupción y clientelismo del pasado.
Son 15 años perdidos, casi una generación. En estos 15 años nuestro pueblo vive como en agonía, desesperanzado unas veces, desesperado otras. Los nuevos dueños del poder político –ninguno con categoría para llamarle líder o estadista– han profundizado una crisis que hoy es estructural. La crisis que enfrentamos es de factura propia y toca todos los órdenes: el económico, el político, el social, el moral, el cultural, el ambiental. El poder político es regenteado por un liderazgo que se entiende y actúa desde tres partidos tradicionales que se han igualado en una práctica de la política y un ejercicio del poder, basados en la corrupción y el clientelismo. Renunció ese liderazgo a encarnar un proyecto de cambios que nos conduzca a la democracia y al desarrollo nacional. En realidad, ese liderazgo en su mayoría se integra por negociantes de la política, cuyo único propósito es llegar a las funciones públicas para servirse de los negocios e inversiones del Estado en beneficio propio. La democracia está entrampada entre una legalidad formal y representantes carentes en su mayoría de real legitimidad.