Por segunda vez en menos de un año, el presidente Medina volvió a demostrar su responsable valentía en defender los intereses y soberanía dominicana, cuando el pasado miércoles en el II CELAC en La Habana, dejó bien establecido los derechos soberanos de la obligación de regular la presencia de tantos inmigrantes ilegales, que muchos países pretenden y presionan que los aceptemos como chivos sin ley.

La primera vez, en ese periodo de un año que el presidente Medina nos ha llenado de orgullo, fue en la ocasión de su primera rendición de cuentas ante la reunión conjunta de las Cámaras Legislativas el pasado 27 de febrero, durante la cual denunció con valentía el contrato con la Barrick Gold, que galvanizó a los asistentes a esa reunión y al país, para apoyar las medidas que luego dieron lugar a la revisión del contrato, ahora en términos mucho más favorable al país, y del cual ya se está beneficiando.

La presentación del presidente Medina fue pocas horas antes de regresar al país, para responder a las diatribas del primer ministro granadino y vicentino, el señor Gonsalves, que se ha tomado la causa haitiana de la sentencia 168-13 para sus islitas, después de recibir un fuerte cabildeo de los diplomáticos haitianos, que a todos los países del CARICOM lo pusieron en contra del país, y ahora, mientras los haitianos muestran una rara y amistosa complacencia con los dominicanos, le han dejado la tarea sucia de denigración a sus colegas caribeños, ya que supuestamente los dos países de la isla de Quisqueya se están entendiendo.

La contundente respuesta que el presidente Medina le ofreció a la ya mermada asamblea, puesto que algunos presidentes se habían retirado, produjo en el país un impacto patriótico como nunca se había producido en los pasados 50 años. Solo es comparable al discurso del presidente Balaguer en la Asamblea de las Naciones Unidas en septiembre de 1961, pero que en aquel momento no se ponderó en extenso ese valeroso discurso, destinado a resucitar la soberanía dominicana, descalificada por la larga dictadura que en aquel año se estaba desgranando en sus estertores finales.

Danilo Medina, con un coraje inaudito, estuvo bastante incómodo por las acusaciones que con vehemencia había vomitado Gonsalves exigiendo que el país fuera obligado a derogar la sentencia y a la vez proporcionar una ciudadanía a millares de seres humanos, que ni siquiera en su país han logrado obtenerla. Allí no tienen documentos para hacer uso de sus derechos, y ni siquiera los reconocen por esa maliciosa habilidad haitiana, que ha sido la constante de la conducta diplomática de los vecinos occidentales en contra de Dominicana, atrayendo a su causa a otras naciones esgrimiendo su orfandad, indefensión y pobreza para ser apabullados por los imperialistas dominicanos, que como tales nos consideran, después que la dictadura de Trujillo desapareciera.

Los conceptos emitidos por el presidente Medina en ese discurso improvisado, fueron muy precisos en su intención, demostrándole a sus demás colegas el peso que desde hace años soporta el país bajo sus espaldas para colaborar con Haití en la solución de sus urgentes necesidades como es el de la salud, en que los hospitales dominicanos invierten en la atención a los haitianos más de 5 mil millones de pesos al año, en especial con las parturientas que vienen al país a parir y asegurar que sus criaturas sobrevivan.

Así mismo, el país es recipiente de más de 50 mil estudiantes que reciben su enseñanza hasta la universitaria, en un ambiente de confraternidad que nadie lo molesta ni se les persigue por su extranjería, proporcionando al vecino Estado las futuras mentes brillantes que necesita para aplicarla en desprenderse de su inexplotado desarrollo.

El orgullo nacionalista está en pie gracias a las palabras del presidente Medina, y ahora hay seguridad de que nuestra soberanía será respetada y reconocida y hasta con más tacto. Las relaciones isleñas serán de una mayor madurez y responsabilidad, tal como ya se vio en la reunión del pasado lunes en Jimaní.