De obrero a las pasarelas

De obrero a las pasarelas

 PARÍS. La vida de Anthon Wellsjo cambió a los 19 años: de trabajar en una empresa de demoliciones en Suecia pasó a modelar en París para Yves Saint Laurent, un destino «jamás soñado» donde le hubiese sido fácil «perderse» sin su equilibrio interior.

Cinco años después, este rubio de 1,87 m, 75 kilos y mirada azul, forma parte de los modelos de la agencia Premium (exFord) y maneja su oficio con la distancia necesaria para sobrevivir en un camino lleno de glamour y de trampas.

Vive en el distrito 20 de París, un barrio popular de la capital francesa, en un estudio minúsculo y sencillo.

Su trabajo le deja mucho tiempo para viajar o componer música electrónica, su otro talento.   «Me encanta la atmósfera de este barrio, donde hay gente de todas partes del mundo», dice Wellsjo a la AFP, que lo acompañó en una jornada de trabajo durante la semana de la moda masculina en París.

Hijo de un obrero de una fábrica papelera, la idea de ser modelo le vino por una exnovia, una chica francesa que conoció en Guatemala durante un viaje de mochilero por América latina para escapar al interminable invierno en Gotemburgo (oeste de Suecia).

«Me enamoré, la seguí hasta París.

Ella me sacó una foto y la mandó a la agencia de modelos». «Trabajaba en demoliciones en Suecia y en París pasé a tener manicura y pedicura, por dentro me hacía gracia y eso creo que me ayudó, porque jamás había soñado con ser modelo».

Duerme ocho horas, se levanta con la luz de la mañana y se prepara un desayuno «a la sueca»: avena cocida, nueces y frutas de estación, suficientes para «seguir vivo» al final de una jornada agitada.

Nada de gimnasio, apenas un poco de natación, pero sí yoga cotidiano: «me gusta sentirme bien». «Para mí, lo importante es no hacer músculos en los hombros, porque en París buscan sobre todo siluetas finas».

No fuma, le gusta comer con una copa de vino, devora el chocolate y sale de vez en cuando a bailar, «pero nunca a lugares donde haya que vestirse demasiado».

Bajo el cielo lluvioso de París, burla en su moto los obstáculos del tráfico para llegar a la agencia de modelos Premium donde le espera su programa del día: media docena de «castings», las entrevistas donde cada marca decide qué modelos presentarán la colección.

En los locales de Y-3 los chicos hacen cola, caminan unos pasos, posan para una foto de frente y entregan su ficha de presentación con las medidas y otros datos.

Termina el casting y Anthon corre en su moto al siguiente: Berluti, Thom Browne o Agnes B. No hay tiempo de enterarse por el momento si pasa o no a la última etapa de la carrera de obstáculos, el «fitting», donde el diseñador observa cómo le queda la ropa y toma una decisión final. Berluti le confirma que desfilará el viernes.

«Cuando comencé, hacía unas 17 pasarelas durante la semana de la moda, sin parar, con mototaxis para ir de desfile en desfile», en París o Milán, donde también se hizo un nombre modelando para Gucci.

Por lo general, un modelo que hace una decena de desfiles gana entre 7.000 y 13.000 dólares. «Pero lo que realmente da dinero es trabajar en publicidad: el sueño del modelo es hacer campañas de perfumes».

La adrenalina cae repentinamente cuando termina el último desfile. «A veces uno se deprime un poco, porque te acostumbras a ese ritmo muy rápido y de repente ya no hay nada, uno está solo en su apartamento y en ese momento, lo importante es tener un proyecto propio y otros intereses».

«Ser modelo es algo muy inestable, se puede estar muy bien al principio y de repente ya nada funciona como antes».

El desamparo puede llevar lejos, como en el caso de Tom Nicon, un modelo francés que se suicidó en Milán a los 22 años en 2010.

«Hacíamos sesiones de fotos juntos», cuenta Anthon.   «Sé que en este trabajo uno puede perderse, salvo si se tiene su propio equilibrio».

Wellsjo se compró una casa en ruinas en Puglia, su refugio secreto lleno de sol en el sur de Italia, que se propone reciclar. También sueña con un viaje en auto por Medio Oriente, China y la India.

Los modelos, asegura el sueco, «son a menudo seres un poco aparte, con espíritu libre porque su vida cotidiana les da tiempo para reflexionar.

Uno no va a poder hacer esto para siempre y entonces es frecuente toparse con modelos a los que les gusta hablar sobre la vida o sobre filosofía».

 

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